Lealtad a la decadencia, el atraso y la corrupción
Cada partido político tiene derecho a celebrar las fechas que considere relevantes para su identidad. Para el peronismo, esa fecha es el 17 de octubre, en conmemoración de los acontecimientos ocurridos en ese día de 1945, que cimentarían la candidatura presidencial de Juan Domingo Perón, victoriosa en las elecciones del 24 de marzo de 1946.
Mucho podría decirse de tales acontecimientos para refutar la mitología que el peronismo labró en torno a ellos. Mucha gente cree, influida por una persistente propaganda de más de siete décadas, que en esa jornada el pueblo rescató a Perón de las garras de los militares autoritarios, antidemocráticos e insensibles. En verdad se trató del desenlace de una lucha interna palaciega dentro del propio gobierno militar, del que Perón era la figura más destacada, al punto de que ocupaba tres cargos simultáneamente: vicepresidente de la Nación, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión Social.
También la propaganda peronista ha fomentado la idea de que antes de Perón la Argentina era una republiqueta pobre, gobernada por unos pocos ricos que mantenían en la indigencia a la gran mayoría, sin educación, salud ni derechos sociales. La realidad histórica desmiente esas falacias. Nuestro país era una nación pujante, con un PBI per cápita de los mayores del mundo, una ancha clase media, sin parangón en el resto de América Latina, con obreros cuyos sueldos eran superiores a los de gran parte de los países europeos, con leyes sociales que podían ser perfeccionadas, pero que existían desde los albores del siglo XX y una potencia cultural desbordante.
Pero nada de eso debería impedir que los peronistas celebraran la fecha a la que estiman como su partida de nacimiento. Los problemas son otros. En primer lugar, es curioso que los medios hablen del Día de la Lealtad, a secas, y no del Día de la Lealtad Peronista. Pareciera que se tratara de una fecha patria, de todos los argentinos.
También es curioso, pero muy significativo, el nombre elegido. Para el peronismo, la lealtad a una persona es su mayor bandera política. Quizás sea la única forma de ocultar su orfandad ideológica, que le permite ser de derecha y de izquierda, por emplear categorías geométricas, sucesiva o simultáneamente. Otro problema es que someten a la toda la sociedad a sus puestas en escena partidarias. Este 17 de octubre tomaron el centro porteño. Era muy difícil circular y mucho más trabajar en esa atmósfera de columnas regimentadas, bombos y humo de choripán.
Cuesta entender, también, qué festejan. No hay muchos motivos para la alegría. La pobreza, que alcanza el 36%, con 50% de niños pobres; la indigencia, que asciende al 9%, y la marginalidad son enormemente superiores a las de 1945; la inflación, que entonces no existía, es hoy de las más altas del mundo: ronda el 90% anual. Está creciendo el trabajo informal: el 37, 8% de los trabajadores está en negro, no tiene cobertura; nuestros hijos se van en busca de oportunidades, las mismas que encontraban aquí tantos inmigrantes hasta hace unas décadas.
Pero en los discursos que monótonamente repiten en cada acto ellos son los que monopolizan el amor y la felicidad. Los otros somos quienes odiamos, los “gorilas”, los “contreras”, los “vendepatrias”: las palabras han variado, pero no las ideas. Hay un movimiento que siente que encarna a la Nación. Lo que está fuera de él es naturalmente la antipatria. A esa vocación autoritaria, que les viene desde el inicio, debemos reconocer que no dejan de tributarle una asombrosa lealtad.
Exdiputado Nacional. Presidente de la Asociación Civil Justa Causa