Lawrence de Arabia, el soñador diurno
Hace cien años, el militar y arqueólogo que ayudó a la rebelión árabe fracasaba en Versalles, pero daba inicio a su enorme mito
El año 1919 tiene que haber sido pésimo para T. E. Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia. La revuelta árabe contra el Imperio otomano que él había impulsado y conducido junto a Huseyn Faisal, victoriosa en el campo de batalla, fue derrotada en la mesa de negociaciones de Versalles. El libro con el que soñaba y que se esforzó en escribir mientras peleaba en Francia por la supervivencia de ese proyecto aún no existía. En un mundo en ruinas y que enterraba a sus muertos, también él debía rehacerse.
Tres años antes, en 1916, Thomas Edward Lawrence (1888-1935), arqueólogo, espía y escritor, se había transformado en guerrillero y logró movilizar a numerosas tribus árabes con la promesa de una nación. Se alzaron en armas contra los turcos a cambio del reconocimiento de la Liga Árabe. Pero luego del armisticio, en noviembre de 1918, los británicos se desdijeron y privilegiaron tanto sus propios intereses como los de su principal aliado, Francia. El acuerdo secreto firmado entre los diplomáticos Mark Sykes y Georges Picot, representantes del Imperio británico y Francia respectivamente, repartió Medio Oriente entre esas potencias y hundió la posibilidad de constituir un Estado panárabe, como Lawrence pretendía. Aurens o Ul-Urenz, como llamaban los árabes a ese inglés que se vestía, hablaba y vivía igual que ellos, comenzó a ser visto por sus devotos seguidores como un traidor.
Mientras defendía la posición árabe en Versalles, Lawrence redactó la primera de las tres versiones deLos siete pilares de la sabiduría, su libro sobre la rebelión. Fracasó en la diplomacia y, al principio, como escritor. De regreso en Inglaterra, en noviembre de 1919 contó que le habían robado una valija con el manuscrito en la estación de trenes de Reading. Sin las notas que había tomado durante la guerra, volvió a redactarlo de memoria en tres meses. Esa nueva escritura tampoco le gustó: fue recién la tercera versión la que vio la luz pública en 1935. Ese mismo año, Lawrence murió como consecuencia de un accidente de motocicleta.
La historia del libro es la de su autor. Hoy sabemos que no hubo robo en Reading, sino que Lawrence destruyó el primer manuscrito; muy probablemente lo quemó junto con las libretas de campaña que le sirvieron de base. De la segunda versión sobreviven los primeros capítulos, que cedió a su amigo Robert Graves (él también veterano de la Gran Guerra) para que los utilizara en la escritura de su biografía, Lawrence y los árabes. Como recuerda Graves en Adiós a todo eso, el gesto del líder de la revuelta fue providencial en un momento difícil: la patria no era amable con los que habían regresado del frente, y el dinero y el trabajo escaseaban. Lawrence era una figura popular y usar sus textos le garantizó a Graves que su libro circulara.
Del borrador de la primera versión "robada" aparecieron hace unos años algunos capítulos entre los papeles de un coleccionista. Se trata de una copia mecanografiada fechada alrededor de la Navidad de 1919, algo más de un mes después del supuesto robo. Según los especialistas, el descarte de la primera versión no solo se debía a la voluntad de Lawrence de "ser un escritor", sino a que expurgó algunas partes que hablaban de su papel en la revuelta árabe, sobre todo transcripciones de algunos de sus diálogos con Faisal.
Después de Versalles, cuando saltó a la fama como "el rey sin corona de Arabia" debido a la publicidad que le dio el libro del periodista estadounidense Lowell Thomas, T. E. Lawrence cambió su identidad para entrar como el soldado raso Shaw a la Real Fuerza Aérea (RAF). Fue una de las tantas metamorfosis que este intelectual radical y visionario experimentó para ser fiel a sus designios. Así, la versión que dio sobre el destino de su primer texto no es más que otro capítulo de una vida compleja, la voz de otro personaje de los muchos que Lawrence fue a lo largo de su vida.
Los siete pilares de la sabiduría es una obra monumental que refleja la personalidad de su autor. El título no tiene que ver con su contenido, sino con otro proyecto en el que cada pilar remitiría a una ciudad de Oriente que Lawrence había visitado en su carrera como arqueólogo. Decidió conservarlo para su opera magna, acaso porque esa desconexión entre título y texto es solo aparente: al narrar su mirada sobre la revuelta, Lawrence ejerció su condición de intelectual de acción. Apoyado en esos siete pilares evocó los hechos que había vivido, tanto como antes armó y condujo hombres para volar los trenes turcos.
El libro está dedicado a uno de esos combatientes, Ahmed Salim, "Dahoum", a quien Lawrence conoció cuando era arqueólogo. Lo amó. Estaban juntos desde 1911, y lo había llevado a la pacata Inglaterra antes de la guerra: "Te amaba, y por esa razón removía con mis manos aquellas mareas de hombres
y tracé con estrellas mi voluntad en el cielo/ para ganarte la libertad, la casa digna de ti, la casa de los siete pilares/ y que brillaran tus ojos, mirándome acaso/ cuando llegáramos", comienza el poema–dedicatoria del libro. Salim ya había muerto de tifus tras las líneas turcas, mientras realizaba tareas de espionaje.
La primera versión en castellano de Los siete pilares de la sabiduría fue publicada en Argentina por la editorial Sur en 1944. Parte del dinero obtenido por las ventas fue destinado a apoyar la lucha de la Resistencia Francesa contra los nazis. Sucede que Victoria Ocampo (es probable que sea ella la responsable de la traducción) fue admiradora de Lawrence. Lo describió con gran precisión en una breve biografía que le dedicó (338171 T. E., por el número de serie con el que él se enroló en la RAF): "Contemplamos en Los siete pilares... a un hombre crucificado por su voluntad y una voluntad crucificada por una conciencia".
Son palabras tan intuitivas como exactas. En una carta a su amigo Edward Garnett, Lawrence expresó la ambición que lo movió a escribir: "Los libros que yo considero grandes son Guerra y paz, Los hermanos Karamazov, Moby Dick, Rabelais y Don Quijote". El arqueólogo y guerrillero quiso que su libro fuera el aporte de Inglaterra a esa lista inmortal. Pero concluía: "Naturalmente, Los siete pilares... no es una obra de arte. ¿Quién pretende que lo sea? Creo escribir mejor que la mayoría de los oficiales retirados, pero hay una gran distancia de esto a lo literario. Aunque Los siete pilares... no es arte, tampoco es deleznable. Es lo mejor que pude hacer; muy consciente, exacto y ambicioso, y si es un fracaso sin remedio, ello se debe a que mi objetivo era muy alto. Considero que es mejor fracasar por pensar y ensayar demasiado, que escribir perfectas insignificancias". Años antes, había escrito a Garnett que "no quiero que me condecore usted en nombre del arte por un libro en que exploto mi leyenda de guerrero y estadista".
Lawrence no se tenía piedad, pero fue consecuente con sus ambiciones y pagó un enorme precio por ellas. ¿Qué lo movía? Escribió en otra carta: "Todos los hombres sueñan, pero no lo hacen de la misma manera. Aquellos que sueñan de noche en los rincones polvorientos de sus mentes despiertan para descubrir que todo era vanidad. Pero los soñadores diurnos son hombres peligrosos, porque pueden actuar sus sueños con los ojos abiertos, y hacerlos posibles". Desde ese lugar se entienden su rebeldía intelectual y la permanente búsqueda de lo imposible. Puso su inteligencia y su formación al servicio de sus sueños, en lugar de cuestionarlos. Derrotado, dejó huella, acaso el mejor de los destinos en un mundo que aprendió a convivir con el autosabotaje de sus mayores esfuerzos.
La frase de T. E. tiene una notable vigencia. En abril de 2017, Reed Hastings, CEO de Netflix, publicó un tweet: "Estamos compitiendo con el sueño". No le preocupaban los planes de inversiones de HBO o Amazon sino que los seres humanos durmieran, en tanto potenciales clientes que podrían trocar horas de descanso por entretenimiento digital. La idea es mucho más que un comentario ingenioso. El capitalismo, en su faz más voraz, avanza corrosivamente para obtener rentabilidad de los seres humanos las veinticuatro horas del día, sobre todo a través de los servicios de interconexión virtual. Soñar despiertos, como Lawrence, hoy significa mantener vigente una mirada humana para afrontar la realidad. Recuperar la dimensión donde los sueños, como imaginaciones de un futuro, son posibles. Y actuarlos por más que resulten desproporcionados, aunque parezcan escapar como el horizonte frente al galope de los beduinos en el desierto ardiente.