Laurent Le Bon: "El museo es mortal, como todos los seres humanos. De vez en cuando hay que darle una cura de juventud"
El director del Museo Nacional Picasso-París, que antes tuvo a su cargo la sede del Pompidou-Metz, habló en Buenos Aires sobre los desafíos de administrar este tipo de instituciones,visita porteña
Su aspecto de funcionario de traje y corbata y los anteojos de marco grueso no dejan entrever lo divertido que puede ser escuchar una conferencia de Laurent Le Bon, director del Museo Nacional Picasso-París. Pero el auditorio del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires -donde se exhiben 74 dibujos del maestro malagueño- estalló en carcajadas hace un par de semanas, durante lo que podría haber sido un stand up de este curador. Además de hacer reír mucho, habló del museo parisino que dirige en el edificio histórico del Hotel Salé y de la sede del Centro Pompidou que dirigió por casi diez años en Metz.
Como buen francés, sólo habla francés. Traductora mediante, repasó los diseños de los museos más espectaculares del mundo y sus ocasionales inconveniencias para funcionar justamente como museos: desde las paredes de metal en las que no se puede colgar nada en un museo en Naoshima, Japón, hasta el Pompidou-Metz, que tiene por techo una elegante tulipa que el arquitecto "olvidó" unir con los muros: "Cuando en Metz hacen diez grados bajo cero, en el museo hay menos veinte". Sobre este edificio, ahondó en las dificultades de su gestión: "A fin de cuentas, los directores de museos nos encargamos de administrar las corrientes de aire y el papel higiénico".
Ya sin público, habla en serio del desafío de dirigir desde 2014 el Museo Nacional Picasso-París, que estuvo cinco años cerrado al público para una remodelación que costó 43 millones de euros y que guarda cinco mil obras que el Estado francés eligió para que los herederos del artista pagaran su impuesto a la herencia.
-¿Cómo encuentra las obras del Museo Picasso colgadas en el Moderno?
-Nos da mucha felicidad que las obras circulen. Tenemos la suerte de que una reina de los museos, como Victoria Noorthoorn, haya podido elegir de nuestro acervo de arte gráfico una selección bien precisa que quizá muestre un Picasso menos conocido. Son todas obras maestras, no obras de segunda línea, y acaso muestran que Picasso no paraba nunca. Un montaje perfecto, en diálogo con una bella publicación. Estamos muy contentos.
-El Museo Picasso ha estado cerrado por cinco años por refacciones. ¿Cómo se rejuvenece un museo?
-El museo tenía treinta años (los festejamos en 2015). El museo es mortal, como todos los seres humanos. Así que de vez en cuando hay que darle una cura de juventud. Eso hicimos entre 2009 y 2014. Lo renovamos en lo arquitectónico, en los espacios de exposición y para ofrecer más confort al visitante. En síntesis, lo hicimos más contemporáneo, pero conserva el espíritu de una casa histórica; creo que a la gente le gusta ese tipo de museos. También había que inventar un proyecto científico y cultural, partiendo del principio de que Picasso es mucho mejor que todos nosotros. Fundamos entonces uno en torno a una palabra creada por el poeta Francis Ponge en 1977, en ocasión de la inauguración del Centro Pompidou: moviment (movimento), que resulta de la suma de las palabras monumento y movimiento. Son exactamente los dos ejes de nuestro museo: por un lado, la estabilidad y la perennidad de la colección, y por el otro, el dinamismo y la facultad de reinventarnos para que el público siga yendo a visitarnos. No creo en la separación entre lo permanente y lo temporario en el mundo de los museos. Creo que tienen que estar en esa dinámica. Nosotros creamos todos los años dos proyectos de exposición, muchos acontecimientos en torno a ellos, como todo museo contemporáneo. Y como ahora en Buenos Aires, esta extensión del museo fuera de sus muros, con muchos proyectos simpáticos. Es muy difícil mover los muros en un monumento histórico: es un envoltorio que a la vez es una limitación. A menudo este tipo de renovaciones son detalles que el visitante no ve, como electricidad, climatización e iluminación.
-Otra limitación es su carácter monográfico. ¿Cómo lidian con la monotonía?
-Son museos apasionantes pero siempre tienen que hacer que nos cuestionemos, porque pueden transformarse en mausoleos. Hay que tener una dinámica, una mirada contemporánea. No se mira a Picasso hoy como se lo miraba hace cuarenta años. Por ejemplo, las obras del final, de los años 50 y 60, fueron muy criticadas cuando murió el artista. Hoy todo el mundo las considera extraordinarias, llenas de libertad. Tenemos una ayuda considerable en un fondo de 200.000 piezas de archivo, que son la parte del iceberg que está sumergida y que Picasso siempre quiso guardar, porque decía que si algún día alguien quería estudiarlo, con ellas iban a entender su proceso creativo. En lugar de mostrar obras muy sacralizadas, en una lógica de alinear una obra maestra al lado de la otra, buscamos hacer dialogar ese mundo del archivo y las obras más conocidas.
-¿Cómo conservan semejante patrimonio?
-Parece mucho, pero entra en una sala. Hay fotos, papeles... En Picasso, la distinción entre la obra y el archivo es difícil de hacer. Él mismo practicaba la fotografía y dibujaba sobre cualquier cosa. Tratamos de ejercer nuestro oficio, lo cual no siempre es fácil. Es el fundamento mismo de nuestra aventura cotidiana. Sólo podemos hacer una muestra en Buenos Aires si el trabajo previo está bien hecho: tanto el montaje como el respeto de las condiciones de conservación. Es un trabajo cotidiano. Picasso, contrariamente a otros artistas de hoy o de finales del siglo XX, utilizaba soportes bastante tradicionales; sin embargo, usa un tipo de pintura industrial, Ripolin, que exige cuidado porque tiene una fragilidad particular.
-¿Cómo se reinterpreta el legado de Picasso? ¿Qué discusiones hay hoy?
-¡Hay miles! Por ejemplo, creo que mucha de la investigación sobre Picasso hoy intenta volver a colocarlo en su contexto. Teníamos tendencia a representarlo, después de la Segunda Guerra Mundial, como retirado en su casa del sur de Francia, alejado del mundo. En realidad, cuando miramos su obra, está nutrida de soportes contemporáneos y otros movimientos de la historia del arte.
-¿Cómo es la relación con sus herederos?
-La familia es muy diversa. Mi rol es conversar con cada uno de ellos. Debo decir que está todo bien. Como en toda familia, hay sutilezas. Cada uno tiene su personalidad, pero toco madera, por ahora va todo bien.
-¿Qué se podrá ver en el museo durante este año?
-Tenemos dos grandes proyectos. Uno sobre la primera mujer de Picasso, Olga Khokhlova. Y un proyecto muy interesante sobre un año en la vida de Picasso. Elegimos el año 1932, desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, qué pasó en su vida. Y afuera de nuestro museo lanzamos el proyecto Picasso Mediterráneo, con 60 instituciones alrededor del mar, que va a durar dos años y empezamos este año porque es el centenario del viaje de Picasso a Italia. Va a haber dos grandes exposiciones; una en Nápoles, en el Museo de Capodimonte, y luego en Roma, en la Escudería del Quirinale. Ésa será la ocasión de volver a mirar una región que nutrió mucho a Picasso.
-Hay que ser muy creativo para encontrar distintas formas de seguir hablando del mismo artista.
-¡Creo que Picasso nos ayuda! No es como Vermeer, que hizo una decena de pinturas. No hay catálogo razonado, pero se estima la creación de Picasso en 70.000 obras. Cada obra puede ser el objeto de un estudio. Obviamente, hay temas que interesan más que otros. Por ejemplo, uno de los más conocidos y apreciados es Picasso y las mujeres: se podría hacer una enciclopedia sobre eso. Y sin embargo, la exposición que vamos a hacer sobre Olga es la primera que se haya hecho. Siempre hay cosas que rever.
-¿Es posible separar la obra de la vida del artista? Es difícil pensar con simpatía sobre su relación con las mujeres, que fue tan tortuosa.
-Es una pregunta milenaria. La relación entre la obra y el artista en Picasso, que no practica el arte abstracto o lo hace muy poco. Hay una suerte de totalidad. Por eso hay que jugar con la dialéctica y no hay que ocultar las cosas, sino rendir cuenta de su complejidad. Por ejemplo, hablábamos de la familia hace un rato. Claramente, el vínculo más cercano con la vida del artista. Cuando le preguntamos a la hija de Picasso que vive aún, o a sus mujeres -Françoise Gilot todavía está viva-, muchas insisten en su generosidad, que no es necesariamente obvia, mientras otros lo presentan como un monstruo. Creo que siempre es interesante, y por eso nos fascina este aspecto caleidoscópico. Como museo, buscamos ofrecer distintas lecturas, sabiendo que no hay una única posible.
-Reciben 700.000 visitantes por año. ¿Cómo se relaciona el museo con su público?
-Intentamos vivir la revolución digital. Tenemos dos públicos complementarios. Por un lado, los turistas que vienen por primera vez y que quizá no van a volver pronto. Pero el público mayoritario es el público francés, de París y alrededores, y ésa es una gran novedad para nosotros. Ahora entienden mejor nuestra política de movimiento permanente y entonces vuelven. Con ese público mantenemos una relación privilegiada a través de las redes, y efectivamente tratamos de hacer del museo un lugar con vida, espectáculos, conferencias, películas...
-¿Cómo se sostiene el museo?
-Tenemos un presupuesto de catorce millones de euros. Un cuarto es subvención pública. Y el resto debemos buscarlo nosotros. La boletería es un ingreso importante. También hacemos eventos privados, pero nuestro museo no es enorme, no podemos hacer congresos para dos mil personas. Eso se llama en Francia "privatización del espacio público". Tenemos una convención.
-Convive con Picasso todos los días. ¿Cómo se lleva con él?
-Como todo el mundo, con bastante fascinación. De todas formas, mantengo cierta distancia, porque llegué a la historia de Picasso después de treinta años de carrera. No soy especialista en Picasso, pero intento aportar a Picasso mi mirada abierta sobre la historia del arte.
-De toda la muestra, eligió para ilustrar esta entrevista una pieza: Estudio para una escultura: cabeza.
-Esos títulos en realidad no siempre fueron dados por Picasso. Creo que es el ejemplo típico de un dibujo magistral. Con este aspecto hierático, cuando empezamos a mirarlo con atención, allí están todas las variaciones en las sombras, la utilización del lápiz de muchísimas maneras. Es de un año muy particular en su vida, 1907. Se cumplen ahora los 110 de aquel año en que creó Las señoritas de Avignon. Ese dibujo no forma parte de los estudios para esa obra, pero vemos toda la relación del artista con el arte africano, que es una de las grandes preguntas para Las señoritas de Avignon. Lo que sí tenemos es un dibujo de una potencia extraordinaria. Del mismo modo que me alegro de que Picasso sea mostrado de manera magnífica en Buenos Aires, uno de mis proyectos será mostrar a Picasso en África. Antes de eso habrá una gran exposición en el Musée du quai Branly, desde marzo, que va a estudiar la relación entre Picasso y el primitivismo. En abril habrá una exposición en Marruecos.
-¿Cuántas muestras de Picasso se hacen en el mundo cada año?
-Muchas. Nosotros hemos prestado el año pasado 1600 obras a más de 30 exposiciones.
-¡Mucho trabajo!
-No, sólo placer.
¿POR QUÉ LO ENTREVISTAMOS?
Porque tiene una gran experiencia como director de dos museos de relevancia mundial
BIOGRAFÍA
Laurent Le Bon nació el 2 abril de 1969 en Neuilly-sur-Seine. Egresado de la Escuela del Louvre, fue curador del Centro Georges Pompidou de París (2000) y dirigió la sede del Centro Pompidou-Metz desde 2010 hasta 2014, cuando fue nombrado director del Museo Nacional Picasso-París.
Como objeto inspirador, Le Bon eligió el dibujo Estudio para una escultura: cabeza (en la foto, detalle). Fue realizado por Picasso en 1907, año en que el artista creó Las señoritas de Avignon, y refleja su interés por el arte africanoLaurent Le Bon nació el 2 abril de 1969 en Neuilly-sur-Seine. Egresado de la Escuela del Louvre, fue curador del Centro Georges Pompidou de París (2000) y dirigió la sede del Centro Pompidou-Metz desde 2010 hasta 2014, cuando fue nombrado director del Museo Nacional Picasso-París. LA FOTO.Como objeto inspirador, Le Bon eligió un dibujo de Picasso. Estudio para una escultura: cabeza fue realizado en 1907, el mismo año en que el artista creó Las Señoritas de Avignon, y refleja su interés por el arte africano