Laudato si, bienintencionada pero económicamente cuestionable
Tal vez lo más inquietante sea la mirada profundamente negativa que el papa Francisco tiene de los mercados libres
Con la publicación de la nueva encíclica Laudato si' del papa Francisco, la mayor parte de los comentarios se han concentrado en sus posibles implicancias para el debate del cambio climático mundial. Sin embargo, por momentos se manifiesta un tema subyacente: la visión profundamente negativa que recoge la encíclica respecto del libre mercado.
Existen muchos aspectos de la actual economía global que merecen ser criticados. La encíclica subraya con acierto el problema de la salvación de los bancos a toda costa (nº 189). La encíclica también sugiere correctamente que a pesar de los hechos de 2008, se ha fracasado seriamente en reformar los sistemas financieros que imperan en el mundo (nº 189). Del mismo modo, las duras palabras que el Papa dirige a quienes consideran que el crecimiento demográfico de algún modo daña el medioambiente y crea obstáculos al desarrollo económico, son otro claro acierto (nº 50).
No obstante, muchos problemas conceptuales y pretensiones empíricas cuestionables caracterizan la visión de la encíclica respecto de la vida económica contemporánea. En términos de degradación ambiental, Laudato si’ parece olvidarse del hecho de que la peor polución económicamente impulsada del siglo XX ocurrió como resultado de los esquemas de industrialización estatal de planificación centralizada impuestos en las antiguas naciones comunistas. Quien haya visitado Europa Oriental o la ex Unión Soviética y visto el paisaje a menudo devastado podrá dar fe de la validez de ese discernimiento.
En la nueva encíclica, los comentarios se concentraron en sus implicancias para el debate del cambio climático mundial; pero por momentos se manifiesta un tema subyacente: la visión profundamente negativa que recoge la encíclica respecto del libre mercado.
Cabe considerar también el uso que la encíclica hace del lenguaje «Norte y Sur global» para describir algunas de las dinámicas de la economía global (nº 51). Últimamente, en ocasiones, los Papas han empleado esta terminología. Pero ella refleja, además, el aparato conceptual de lo que llamamos la teoría de la dependencia: la idea de que los recursos –en especial, los recursos naturales– fluyen desde la «periferia» de los países pobres hacia el «núcleo» de los países ricos, beneficiando así a los ricos a expensas de los pobres. Esto significaba, según los economistas que proclaman la teoría de la dependencia, que las naciones periféricas deberían restringir el comercio con los países desarrollados y limitar la inversión extranjera. Esta interpretación de la economía global, formulada en gran medida por economistas latinoamericanos de los años cincuenta del siglo XX, ya hace tiempo que se ha desacreditado. Ni siquiera muchos economistas de centroizquierda están dispuestos a defenderla. Si el paradigma «Norte-Sur» es como la Santa Sede entiende el escenario geopolítico global, en realidad se está aferrando a una perspectiva de la economía mundial cuyas profundas limitaciones ya se advertían hacia principios de los setenta del siglo pasado.
Otro problema de Laudato si’ es la excesiva simplificación de las opiniones de quienes creen que los mercados libres son el camino económico óptimo para que las naciones individuales y el mundo avancen. El crecimiento, por supuesto, es indispensable para salvar a las personas de la pobreza. Sin crecimiento no hay remedio de largo plazo para la pobreza persistente, y las economías de mercado ofrecen una capacidad inigualable para producir ese crecimiento. Pero sean quienes sean «algunos círculos» –que se mencionan en la encíclica (nº 109)–, no conozco ningún partidario del mercado que crea que con el crecimiento solo alcanza para resolver el hambre y la miseria. Se necesitan los marcos morales, culturales e institucionales apropiados. Nos referimos desde algo tan fundamental como el estado de Derecho (de lo que nada dice Laudato si) hasta de sociedades civiles dinámicas. La mayor parte de los partidarios del libre mercado han venido planteando estas cuestiones durante décadas.
La aserción no-muy-velada de que las personas que abogan por los mercados libres no están siendo sinceras (nº 109) es un alegato grave, que no se sustenta en el más mínimo vistazo a los escritos y acciones de muchos pensadores del libre mercado, desde Wilhelm Röpke hasta el propio Adam Smith. No es cierto, por ejemplo, que estar a favor de los mercados libres signifique necesariamente que uno no se preocupa por el medioambiente y está obsesionado por las ganancias. Muchos partidarios del libre mercado han dedicado sus vidas a concebir maneras de alinear los incentivos económicos en la dirección de la conservación ambiental. Tampoco es justo afirmar que quienes promueven el libre mercado no se preocupan por las generaciones futuras. Han sido en su mayor parte personas que favorecen el libre mercado quienes han venido sosteniendo que el actual recurso de los gobiernos occidentales a la deuda para evitar adoptar reformas fiscales duras, pero necesarias, crea un problema enorme a las generaciones futuras.
A pesar de la indudable autenticidad del amor y la preocupación que Francisco dispensa a los pobres, es lamentable que este pontificado parezca tan poco dispuesto a emprender una discusión seria en torno a los méritos morales y económicos de la economía de mercado
Lo tristemente irónico de todo esto es que la misma encíclica que expresa tales afirmaciones tan vagas sobre el libre mercado y sus partidarios también contiene numerosos llamados de bienvenida al debate razonado y amplio (nº 16, 61, 135, 138, 165) sobre la manera en que hemos de abordar los problemas ambientales y económicos. Laudato si’ enfatiza, a su vez, que la Iglesia no tiene el monopolio de la sabiduría sobre la dimensión prudencial de las cuestiones ambientales y económicas. Pero el uso en la encíclica de frases tales como «mercado divinizado» (nº 56) y «concepción mágica del mercado» (nº 190); la asociación que hace del relativismo moral con la «mano invisible» de Adam Smith (nº 123); su implacable vinculación del mercado con el materialismo y el consumismo (que no han tenido dificultad para florecer en las economías que no son de mercado); su falta de crítica a los regímenes populistas de izquierda que han generado destrucción económica y aumentado la pobreza en países tales como la Argentina y Venezuela; y su atribución de motivos sospechosos a quienes favorecen los mercados, son contrarios a este llamado al debate abierto y respetuoso.
A pesar de la indudable autenticidad del amor y la preocupación que el papa Francisco dispensa a los pobres, es lamentable que este pontificado parezca tan poco dispuesto a emprender una discusión seria en torno a los méritos morales y económicos de la economía de mercado frente a las alternativas. El bienestar de la sociedad y el bien común no pueden reducirse a la eficiencia o crecimiento económico. Tampoco los mercados libres liberarán nuestras almas. Pero si se da el entorno ético, social e institucional apropiado, la libertad económica y un sector comercial palpitante contribuirán mucho para librarnos de la enfermedad, la pobreza y el estancamiento económico. Es una lección, según parece, que una parte importante del mundo católico todavía precisa oír.
El texto es una síntesis del original que se puede consultar aquí.
Samuel Gregg