Las viudas de Alain Delon
La Argentina es un país donde el ingenio y el sentido del humor no dejan nunca de florecer. Cualquier acontecimiento se convierte en seguida en motivo de graciosos chistes, apodos y hoy, “memes”.
Me contaron que había un locutor de radio, gran amante del tango, Julio Jorge Nelson, a quien llamaban “la viuda de Gardel”, porque una vez muerto el Zorzal en el accidente de Colombia ( 1935), se pasaba todo su programa hablando de Gardel y pasando su música. Nadie parecía saber más que él sobre “el bronce que sonríe”. Se había transformado así en una suerte de dueño de la figura de Gardel, su hagiógrafo.
Esto suele ocurrir con algunas viudas reales de grandes figuras de las artes, las letras, los deportes. Se convierten en seguida en las que mejor conservan y difunden la obra de dichos ídolos, como si fuesen su propiedad.
La reciente muerte de Alain Delon ha sido un hecho que, a pesar de no ser totalmente sorpresiva dada su avanzada edad, produjo un terremoto en el grandioso edificio de los informativos internacionales. La figura del mítico actor francés era tan inmensa, tan expandida , que no había “viuda”. Por la simple razón de que sus posibles viudas reales ya habían fallecido y porque sus esposas eran todas las mujeres del planeta. Excluyendo a las jóvenes de hoy, creo que no había mujer en Occidente que no se derritiese de amor por él.
Alain Delon no tuvo propietaria porque fue propiedad de todas. De mujeres y también de varones. Era ese amor imposible, soñado, idolatrado, idealizado, que nos provocaba suspiros con sólo una caída de sus ojos azules. Todas nos habíamos licenciado y doctorado en Alain Delon, en sus personajes y en su vida. Decíamos que era “el más bello del mundo”. Un modelo de galán y un modelo de actor que, por su versatilidad, acompañó con sus más heterogéneos films tantísimos años de nuestra existencia.
Nunca vi semejante tristeza ante la desaparición de un artista. Pocas veces los medios dedicaron a nadie tanto espacio. Días y días volvimos a ver fragmentos de sus películas, pedazos de su biografía, sus preciosas parejas conocidas (Romy Schneider, Nathalie Delon, Mireille Darc) , sus hijos, sus perros, sus casas. Una amiga mía de París que trabajaba en cine y lo había conocido me comentó que era el actor más rico de Francia. Multimillonario.
Uno ya podía imaginar lo que sería (y será) el culebrón de su herencia, con hijos peleados entre sí, gobernantas echadas, etc.. La infancia y la adolescencia de Delon ocurrieron en la pobreza, en la violencia y la desdicha. Con padres separados a sus 4 años, fue expulsado de colegios religiosos e internados por mala conducta y, a los 17 años, se anotó como voluntario en la Marina, participando en la Guerra de Indochina. A su vuelta, vivió en barrios marginales de París, entre pandillas y delincuentes. Fue changador, camarero, camorrero.
Cuando yo llegué a Buenos Aires a finales de los ‘50 y su fama iba en aumento, se decía que el Conde Francesco di Ecli Negrini ( un italiano director de la lujosa revista de arte Lyra , afincado en la Argentina) lo había descubierto y le había abierto las puertas del cine mundial. Se contaba que el Conde afirmaba que “los ojos de Alain quemaban”. Amantes, amores de todo tipo… así llegó a lo máximo que un artista puede llegar.
En Francia lo llamaban “la versión masculina de Brigitte Bardot” y también “la mayor contribución de Europa a la belleza universal luego del David de Miguel Angel”.
Los de mi generación recordamos su especial amistad con Monzón, no sólo como su admirador sino como su productor de boxeo y los dos viajes de Delon a Buenos Aires. El segundo lo hizo para visitarlo en la cárcel, en la Unidad Penitenciaria de Las Flores ( 1983), tras la muerte de Alicia Muñiz. Dijo de él: “Los dos vinimos de abajo, los dos fuimos muy pobres, y los dos llegamos a ser estrellas”.
Sí, Delon lo tuvo todo y, en su final, a las 88 años, parecía no tener nada. Cuando envejeció y se enfermó confesó que lo había vivido todo, que nada le interesaba ya y que sólo deseaba morir. Había pedido, incluso, una muerte asistida.
El día en que me enteré de su partida fue como si hubiese muerto un familiar querido o un habitué de mi casa. Como si en el mundo estuviera ocurriendo una injusticia más. Luego vi que esa reacción no sólo era mía, sino también la de amigas, conocidas, vecinas. Y no sólo en la Argentina, sino en Europa toda, y en toda América. Me puse a pensar en ese fenómeno que ya revestía un carácter tan global. Alain Delon representaba mucho más que un actor versátil, el héroe de esas fabulosas películas filmadas por grandes directores que nos acompañaron a lo largo de los años. Era mucho más que un hombre pintón que seducía desde el vamos; mucho más que la encarnación de un Ceniciento que, desde la nada, lo logró todo.
En nuestro mundo actual, sembrado de guerras, de crueldades y miserias extremas, de mentiras e hipocresías, donde lo feo y lo revulsivo están de moda y donde ahora se están imponiendo los robots, lo falso, lo artificial, Delon era, con su porte y su talento, la representación de algo ansiado y genuino: la belleza. Y como escribiera María Zambrano, “la belleza y el arte tienen una función medicinal”. Son sanadores y bienhechores. Calmantes y regeneradores. Nos endulzan la vida.
Venerado, idolatrado, deseado por mujeres -y varones- Delon fue la imagen de nuestro superhéroe, de nuestro ideal masculino. Una especie de oasis en el desierto, una gema en medio del pedregullo.
Por eso, hoy, sus viudas somos todos.
Escritora y columnista