Las tres pérdidas de EE.UU.
La vanguardia norteamericana en el sistema internacional se desprendió históricamente de tres elementos: ideas, geopolítica y liderazgo. La apelación a los valores universales y superiores de la democracia y la libertad legitimaba la acción externa y garantizaba el éxito. La posición de poder adquirida en la primera mitad del siglo XX y consolidada a fines de Segunda Guerra Mundial hacía posible combatir a quienes negaban la marcha de la historia de los pueblos libres. Y el liderazgo decisivo de Washington garantizaba que se pagaría cualquier precio, soportaría cualquier peso y superaría cualquier adversidad.
Sin embargo, en las últimas décadas esos elementos se fueron perdiendo. Sólo que nos damos cuenta diez años más tarde.
En 1991 se perdió la ideología. Estados Unidos anunció la victoria sobre el "imperio del mal", la derrota final del enemigo soviético y el advenimiento del "nuevo orden global". Se terminaba la Guerra Fría y con ella el comunismo y hasta la historia. Al fin, el mundo convergiría hacia la democratización y la liberalización. Pero las crisis financieras en Asia y América latina mostraron los límites de la apertura neoliberal. La pobreza y la desigualdad no cuadraban en el ensueño liberal, y el genocidio en Ruanda, el desastre de Somalia y las limpiezas étnicas en los Balcanes sacudieron a los demócratas biempensantes.
En septiembre de 2001, mientras caían las Torres Gemelas comenzaba a perderse la posición geopolítica. Esto ocurrió por la combinación de tres factores. Primero, la militarización excesiva de la política exterior estadounidense como respuesta a los atentados. La confianza desmedida en la fuerza sostuvo la soberbia unipolar donde la diplomacia y el multilateralismo eran para los débiles. El segundo factor fue la irresponsabilidad fiscal del sector público y la imprudencia crediticia del sector privado. Se perdió la preeminencia económica y se llevó al país a un insostenible déficit fiscal, al desajuste de su cuenta corriente y a la desvalorización del sistema financiero. Una potencia con acreedores es una potencia limitada, más cuando esos acreedores son posibles rivales estratégicos. El tercer factor es externo: el surgimiento de los países emergentes, con China en la delantera. El balance de la economía global ha cambiado a favor de los países emergentes, como Brasil, Indonesia, India y Sudáfrica. En lo político, el poder en el sistema se redistribuye y el mundo se torna más multipolar. La década 2001-2011 se cierra con el fin de la unipolaridad.
Por último, parecería estar perdiéndose el último elemento, el liderazgo. Estados Unidos parece autodestruirse en todos los frentes: ahoga sus principios más nobles aceptando la tortura y el castigo sin juicio, paraliza sus instituciones políticas bajo una polarización partidaria intransigente, hipoteca el futuro de sus jóvenes con una deuda insostenible e invita a las retribuciones globales con sucesivas intervenciones armadas. El liderazgo norteamericano proveyó al sistema de una serie de bienes públicos globales: desde la contención de amenazas de seguridad hasta el compromiso con un sistema internacional comercial abierto. El retraimiento norteamericano -por disminución de sus capacidades o decisión de sus gobernantes- implica que ya no podrá sostener el sistema como lo hizo hasta ahora. A la vez, no hay candidatos dispuestos o preparados para asumir ese rol. Tampoco contendientes con modelo alternativo.
Si en 1991 se desintegró la competencia entre dos superpotencias y en 2001 comenzó a desmoronarse el intento de imposición de una hiperpotencia, tal vez 2011 nos enseñe que ya no es posible la concentración del superpoder. Para muchos, un podio vacante es un podio vacío. Temen que sin el faro de luz haya oscuridad: el incremento de la competencia económica y el proteccionismo llevaría a un aumento de las tensiones sociales que endurecerá las posiciones políticas. Será entonces más difícil la coordinación y más limitada la cooperación. Pero no siempre todo se desmorona cuando el centro cede. A veces todo se desmorona precisamente porque el centro no cede. Tanto en psicología como en diplomacia, acomodarse a las nuevas realidades puede evitar el desastre de aferrarse a viejas realidades que ya no existen. Para Washington, no se trata de pensar en un mundo sin Estados Unidos. Sino de pensar un nuevo rol para Estados Unidos en el mundo. © La Nacion
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