Las tentaciones literarias de Ana María Shua
Ana María Shua nos ofrece todo tipo de tentaciones literarias para que la vida tenga otros gustitos, incluida la variedad de amargos. Desde risas y emociones de la cocina judía, poesía de amor, bellas coplas y hasta una antología de la misoginia en el cuento popular. Es autora de libros que alborotan la biblioteca, con historias que duelen y conmueven, que provocan estupor o una risa indeleble. Novelas de sensualidad prematura, como Los amores de Laurita; la ferocidad hospitalaria de Soy paciente o la dieta como destino en El peso de la tentación; también sus cuentos de Como una buena madre o la selección que realizó Samanta Schweblin en Contra el tiempo, un compendio de pesadillas vitales. Shua es referente del microrrelato, piezas de relojería ficcional: La sueñera, Casa de geishas o La botánica del caos. Pero tiene una obra que brilla en la oscuridad: sus decenas de libros para niños y jóvenes, donde poesía y terror se anudan en adorables preguntas e inesperadas recomendaciones. Los hay para todas las edades. Los títulos conforman una galaxia de miedos cercanos: Los monstruos del Riachuelo, La luz mala, Miedo de noche, Cuidado que hay trampa, Los seres extraños, Planeta Miedo, Los devoradores, Cuentos con fantasmas y demonios, entre muchísimos otros.
En esta Feria del libro hay un libro nuevo, terroríficamente tierno: El país de los miedos perdidos, de la colección infantil Aerolitos, de Capital Intelectual, ilustrado con las pinceladas mágicas de Sebastián Dufour. La historia es un hallazgo: ¿adónde van los miedos que se pierden? Esa indagación despierta inquietudes: ¿qué hace uno al respecto? ¿Luce su nueva valentía o añora estremecerse? ¿Se libera del miedo o, más bien, se siente libre para asustarse con algo nuevo?
"La gran pasión de mi vida ha sido el miedo", dijo el filósofo Thomas Hobbes. Y de eso también se alimenta Shua en este pequeño gran libro para niños. Comienza cuando Lisandro, en vez de asustarse cuando le ladra un perro, le acaricia la cabeza, y éste le lame la mano. En ese momento, Lisandro "se dio cuenta de que estaba empezando a perder el miedo a los perros". Pero en vez de alegrarse, lo sorprendió el desprendimiento. Su miedo a los perros, "de color azul", se le escapó del cuerpo metiéndose en el hueco de un árbol. Al mejor estilo Alicia en el país de las maravillas, el niño se zambulló en la verde cavidad y apareció así en El País de los miedos perdidos. Allí se encuentra con barrios de distintos temores. El barrio de los Miedos al trueno, la Ciudad de los Miedos Más Comunes y un miedo al que pocos saludan porque viene con la vergüenza adherida: el Miedo a Hacerse Pis Encima, etcétera.
Más que un inventario de miedos es una llamada a inventar los propios. Por eso Lisandro, al irse de allí, se apropia de uno chiquito. No voy a decir cuál. Y tampoco es importante. Lo que vale es mantenerse en guardia, no vaya a ser cuestión de que uno se quede sin miedos. No hay manera de defenderse.
Como complemento, un ensayo sobre el género, recién publicado por Fondo de Cultura Económica, El irresistible cuento de hadas, de Jack Zipes, ensayista y catedrático, también autor de Los Hermanos Grimm, del bosque encantado al mundo moderno.
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