Las subvariantes de ómicron: ¿estamos protegidos?
Las variaciones genéticas del coronavirus han sido enormes y dificultan el control de la pandemia. La última variante de preocupación que apareció, denominada ómicron, es hoy la que más circula en el mundo y ha cambiado tanto desde su origen que requirió su ordenamiento en subvariantes, como si fueran diferentes tomos de una enciclopedia que integra, junto con otras variantes de preocupación preexistentes, la biblioteca del SARS-CoV-2.
Las subvariantes poseen múltiples mutaciones en sectores considerados claves para el ingreso del virus al organismo. Estos cambios les permiten evadir con más fuerza (que inclusive la original) la inmunidad obtenida a través de las vacunas Covid-19 o infecciones pasadas.
Poseen tres veces más mutaciones en la proteína espiga -considerada la llave para que el virus infecte las células y el sistema inmune responda- que las variantes precedentes. Para tener una idea, hoy ómicron tiene una treintena de mutaciones en esa proteína. Las variantes Alfa, Beta, Gamma o Delta -conocidas por ser más contagiosas que la variante original- no llegan a tener diez. Estos cambios suponen una menor virulencia, paradójica y afortunadamente.
Las subvariantes son consideradas altamente contagiosas y toda persona infectada por cualquiera de ellas, independientemente de su estado de vacunación y si tiene o no síntomas, pueden propagar el virus a otros seres humanos. Los datos preliminares sugieren que las infecciones por ómicron suelen ser más leves, no obstante, algunos pacientes pueden enfermar gravemente, necesitar hospitalización e incluso fallecer a causa de esta infección.
Las vacunas contra la Covid-19 siguen siendo muy efectivas, principalmente, para prevenir enfermedades graves y la muerte. Sin embargo, ofrecen una menor protección contra los síntomas leves producidos por ómicron. Un estudio publicado en la revista New England Journal of Medicine demostró claramente que después de dos dosis de cualquier vacuna contra el coronavirus, la eficacia contra ómicron disminuye rápidamente, observándose beneficios muy limitados a partir de las 20 semanas posteriores a la segunda dosis.
Hoy, tener solo dos dosis de la vacuna es considerado insuficiente para brindar niveles adecuados de protección contra la enfermedad leve ocasionada por esta variante. Son las terceras dosis (refuerzo) las que proporcionan un aumento rápido y sustancial de la protección.
El SARS-CoV-2, con el paso del tiempo, se ha vuelto más transmisible y menos virulento, pero esta ecuación no debería llevar a menoscabar la pandemia, especialmente, entre aquellas personas inmunocomprometidas, ancianas, no vacunadas o que carecen de acceso a la atención sanitaria y a los medicamentos antivirales.
La población no debe autodecretar el final de la pandemia: variantes como ómicron nos recuerdan que el final deberá aguardarse y, tal vez, siga estando lejos. El reparto desigual de las vacunas y el inadecuado acceso a las medidas de salud pública están retrasando el control global.
La decisión mundial de bajar la guardia en los cuidados frente al Covid-19 es razonable merced a una disminución en el número de casos, pero plantea un escenario de relajación indudablemente no exento de algunos riegos.
Por estos días, el aumento de casos en nuestro país nos recuerda la importancia de volver a considerar aquellos hábitos que nos protegen frente a las infecciones respiratorias en general (particularmente durante el invierno) y que contribuyen a reducir la propagación del virus: mantener la distancia física, el uso de barbijos y la ventilación de los ambientes. Además, los hallazgos científicos respaldan la maximización de la cobertura con terceras dosis de vacuna, incluso en poblaciones con altos porcentajes de vacunación. La pandemia no concluyó porque SARS-CoV-2, definitivamente, no es un patógeno respiratorio más y la “cuarta ola” es una prueba de ello.
Médico especialista en Clínica Médica e Infectología, profesor de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral