Las sombras de Platón
Platón (427 a.C.-347 a.C.) fue discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, tres pensadores que llevaron la filosofía griega a su plenitud y cuyas obras influirán decisivamente en la filosofía occidental. En particular, Platón nos aportó una de las concepciones más influyentes en la historia del pensamiento: la teoría de las ideas.
En abreviatura, Platón distingue el mundo sensible del mundo inteligible. En el mundo sensible, las cosas son tangibles, cambiantes, evolucionan o se degradan, adoptan múltiples formas, y son aquellas que pueden ser percibidos por los sentidos del hombre. El mundo inteligible, en cambio, es el mundo de las ideas, que no pueden ser percibidas por los sentidos, sino por la razón. La idea es perfecta, inmutable, universal, pura y eterna. Debido a la existencia de la idea, las cosas sensibles participan de su esencia única y son una aproximación imperfecta a ese modelo ideal. Existe belleza en una flor, pero la Belleza con mayúscula es una idea: la flor es una realidad sensible de belleza imperfecta. Las cosas sensibles apenas imitan las ideas. No extraña, entonces, que para Platón, en su búsqueda del ser de las cosas, el verdadero objeto del conocimiento sea la idea, dado que sobre el mundo sensible solo es posible dar opiniones imprecisas. Escribe Julián Marías: “El ser verdadero, que la filosofía venía buscando desde Parménides, no está en las cosas, sino fuera de ellas: en las ideas”.
En su diálogo República, Platón presenta esta dualidad del mundo sensible y del mundo inteligible con el que seguramente es el mito más celebre del pensamiento occidental: el mito de la caverna. Sigo la descripción de Marías en su didáctica Historia de la filosofía: “Platón imagina unos hombres que se encuentran encadenados desde niños en una caverna, que tiene una abertura por donde penetra la luz exterior; están sujetos de modo que no pueden moverse ni mirar más que al fondo de la caverna. Fuera de esta, a espaldas de esos hombres, brilla el resplandor de un fuego encendido sobre una eminencia del terreno, y entre el fuego y los hombres encadenados hay un camino con un pequeño muro; por ese camino pasan hombres que llevan todo género de objetos y estatuillas, que rebasan la altura de la tapia, y los encadenados ven las sombras de esas cosas, que se proyectan sobre el fondo de la caverna”.
Para los encadenados, la realidad se reduce a las sombras que observan. Uno de ellos logra liberarse y sale de la caverna; se enceguece por la luz del sol, pero logra contemplar la realidad exterior: observa las cosas reales y no sus sombras. Finalmente observa el sol mismo, que en la alegoría representa la idea superior del Bien. Se da cuenta de que ha vivido en un mundo que no es real. Platón se pregunta que pasaría si regresara a la caverna, y cree que sus amigos se reirían de él y, si tratase de salvarlos y llevarlos al mundo real, seguramente lo matarían.
¿Qué nos enseña el mito de la caverna? En primer lugar, las sombras representan el mundo sensible: el hombre liberado ha descubierto que ese mundo sensible participa de un mundo ideal, que será el verdadero objeto del conocimiento. En segundo lugar, plantea las dificultades para enseñarles a los hombres la verdad que está detrás de las cosas. Como se ha dicho, en el final trágico del mito que imagina Platón late la condena a muerte de su maestro Sócrates, acusado de pervertir a los jóvenes con su sabiduría.
Platón incluyó el mito de la caverna en su diálogo consagrado a estudiar la realidad de la república. Por eso mismo, su alegoría es aplicable a realidades políticas que han vivido, y en muchos casos viven, en un mundo de sombras que ocultan la verdadera realidad de las sociedades que progresan. Le queda al lector responder si en nuestro país hemos vivido, o no, prisioneros en una caverna de sombras y falsedades. Y por qué el intento de salir de esa prisión nos ha sido tan difícil. ¿Piensa el lector que lo lograremos esta vez?