Las soluciones mágicas son peligrosas, a largo plazo no funcionan
Hay lecciones de Brasil que la Argentina puede aprovechar; contra la inflación, el país se decidió por un plan que no era magia: el plan Real
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Cuando nadie sabe qué hacer aparecen las soluciones mágicas. En Brasil, en febrero de 1984 la inflación mensual era del 12,7%. Hubo un plan mágico y, en abril, la inflación cayó al 0,8% mensual. Un año después estaba en un 19,1 % mensual. La magia no funcionó. Hubo otros planes mágicos: en junio de 1987, en enero de 1989, en marzo de 1990 y en enero de 1991, todos con resultados parecidos. Las magias usadas tenían patas cortas. Son peligrosas, porque la gente cree que funcionan.
Hace exactamente 30 años, en Brasil, la inflación mensual era del 35,7 %, cinco veces mayor que la que tiene la Argentina hoy. Hay otros paralelismos, como la dolarización en aumento y baja gobernabilidad. Brasil se decidió por un plan no mágico: el plan Real. Tenía como componente principal la explicación a toda la sociedad de las causas de la inflación y de lo que se pretendía hacer. La inflación siguió subiendo durante otros 9 meses, pero después bajó y se mantiene baja hasta hoy. Brasil es Brasil y la Argentina es la Argentina. Pero hay lecciones que se pueden aprovechar. Más: se pueden aprovechar los errores que se cometieron y encontrar una solución mejor.
Si el FMI hoy perdonara toda la deuda argentina y le regalara cincuenta mil millones de dólares, le daría al país algunos años de felicidad, pero no muchos. En pocos años estaríamos en una situación parecida a la actual. La inflación y el bajo crecimiento son reflejo de una dinámica política y económica. Hay que cambiar. La Argentina tiene todo para crecer: capital humano, recursos naturales y empresarios capaces. Estamos entre los mejores del mundo en deportes colectivos: fútbol, rugby, hockey, polo y básquet. En economía, que es un deporte colectivo, ya estuvimos entre los mejores, pero ahora estamos entre los peores.
El sueño argentino se convirtió en una pesadilla de poca actividad, miseria y alta inflación. El país parece vivir un trilema social, político y económico, para el cual el Gobierno no está encontrando una solución. La situación se agrava cada día que pasa. A menos de dos meses de las elecciones, lo anunciado hasta ahora es más de lo mismo con magias que encantan, pero que no solucionan nada. Insistir en una política económica anacrónica empeora el desempeño económico con consecuencias cada vez más evidentes: problemas de infraestructura, baja inversión, racionamiento de energía, riesgo de hiperinflación, dinámica fiscal con un deterioro creciente y pérdida de confianza en el Gobierno por parte de los empresarios y la población.
El mundo está experimentando una etapa de transformaciones innovadoras, nuevos modelos de negocios y tecnología, mientras que la Argentina está inmersa y atascada en problemas elementales como la inflación y el control del déficit. Los desafíos son complejos, pero no imposibles. Más de lo mismo va a resultar en más de lo mismo que solamente va a resolver problemas de corto plazo. Como se señaló, la Argentina vive un trilema, una elección difícil entre tres opciones.
Se lo puede resolver mediante la elección de una opción y el descarte de las demás o mediante el descarte de una de las tres, o incluso no tener solución. Existen algunos trilemas famosos en materia económica y hay otros ingeniosos como el del restaurante bueno y barato que está vacío a la hora pico. El trilema argentino tiene solución. Puede ser adoptar una estrategia parecida a lo que fue el Plan Real en Brasil, que se estructuró sobre tres pilares: uno político (el plan fue debatido por toda la sociedad), uno social (se mantuvo la masa salarial real) y uno económico (se hizo un ajuste fiscal y monetario).
El plan fue ejecutado en etapas, en las que se destacó la Unidad Real de Valor (URV). La URV fue una moneda creada de modo escritural, es decir, nunca se emitió ni contabilizó una URV. Su valor se ajustaba diariamente y todos los precios y los salarios se cotizaban según la URV. Cuando la inflación en URV se redujo a casi 0, se llevó a cabo la conversión a la nueva moneda: el real. El plan funcionó. La inflación, que había llegado al 46,6 % mensual durante el mes anterior a la conversión, cayó un 6,1 % el primer mes, el 1,5 % el mes siguiente y durante los 29 años siguientes fue inferior a la inflación de los 6 meses anteriores al plan. La Argentina de hoy es diferente al Brasil de hace 30 años, pero puede adaptar la estrategia a su situación y evitar las falencias del Plan Real.
Un plan creíble y sustentable es posible, aunque complejo, y requiere de determinación política. Urge realizar cambios y no remiendos a la política económica. La receta es clara: adaptar la gestión del país a un nuevo paradigma. El Gobierno tiene que convencerse de que eso es necesario y tiene que abandonar más de lo mismo. La cuestión es qué hacer. Lo primero y más importante consiste en corregir la miopía y establecer como objetivos del plan la protección de los más pobres y el aumento de las perspectivas de crecimiento para todos los argentinos. La tarea tiene que ser ejecutada en tres frentes: reformas de competitividad, ajuste fiscal con reglas de responsabilidad y creación de un patrón monetario similar a la URV (¿la Unidad Argentina de Valor o UAV?).
La cuestión fiscal es esencial. Fue el talón de Aquiles de todas las veces que la Argentina retomó el camino del crecimiento. Se gasta mucho y se gasta mal. Un ejemplo de ello son los subsidios a la energía. Las tarifas se segmentan por volumen de consumo para favorecer a los pobres, pero como el precio es muy bajo, hay desperdicio. Debido a que parte de la energía se importa, se agrava el problema de la falta de dólares. Sería más eficiente usar precios de mercado para todos y subsidios en especie para los que han caído en la pobreza.
La falta de reformas en materia de competitividad fue un vacío del Plan Real que puede ser llenado en la Argentina. El país se encuentra en el puesto 126 de un total de 190 países en cuanto a las facilidades para producir. Se ubica detrás de Uruguay, Brasil, Paraguay y Chile. Hay mucha burocracia innecesaria para emprender, una tributación compleja, una intermediación de crédito inoperante, un sistema de comercio exterior peculiar y un Poder Judicial lento. Más que el déficit fiscal, lo que ahuyenta a los inversores extranjeros y locales es la falta de confianza en que un plan bien estructurado pueda resultar superavitario. La Argentina tiene la ventaja de que en Brasil el plan funcionó y puede tomarse como ejemplo. Es un hecho el gran potencial que tiene la Argentina. Lo propuesto es posible y viable. A lo largo de su historia, la Argentina ha demostrado que puede cambiar y lograr lo que se propone. ¿Lo logrará esta vez?
Economista