Las sanciones económicas de EE.UU. castigan duro al pueblo iraní
La economía iraní funciona con muletas. Como puede. Ocurre que las sanciones económicas norteamericanas la golpean muy duro. Y como suele suceder, la gente común, la de las calles -alejada de la política y resignada al asfixiante yugo religioso al que está sometida- es la que en realidad "paga cotidianamente el pato" y expresa, con tristeza, su desesperanza.
Todo lo importado es casi inaccesible, en términos de precios y de disponibilidad.
La carne roja bovina es un artículo de lujo, escaso y con precios que, para la mayoría, son prohibitivos.
El desempleo crece y el nivel de actividad es frágil. El futuro es entonces, rigurosamente incierto. Hasta en el corto plazo. El valor de la moneda local se esfuma rápidamente. Y los industriales y productores agropecuarios operan al límite mismo de la desesperación.
Las visas se emiten con cuenta gotas y estar en Irán, en sí mismo, parece haberse vuelto una aventura, siempre peligrosa. En ese escenario, el turismo se ha retraído significativamente.
La apatía y desencanto parecería pertenecer al estado normal de ánimo de los iraníes comunes.
Las exportaciones de hidrocarburos (fuente principal de divisas para el Tesoro iraní) han caído dramáticamente. De una producción del orden de los 2,5 millones de barriles diarios de crudo, Irán está hoy en apenas unos 300.000 barriles diarios.
La India y Japón, no obstante, siguen comprando crudo iraní, aunque con toda suerte de precauciones y variados disfraces para disimular sus conductas ante los norteamericanos.
La incompetencia de sus autoridades se disimula achacando (como es habitual) todos los males a los EEUU llamado "Gran Satán" a estar a la terminología de los clérigos que se han apoderado del país y lo ordeñan descaradamente, en su propio beneficio.
La crisis iraní es profunda y se arrastra ya desde hace cuatro agobiantes décadas. Esa es la desafortunada realidad. Así de desesperante. Pocos se animan a vacacionar fuera de Irán, simplemente porque no pueden enfrentar los altos costos e incomodidades de hacerlo, que incluyen hasta el riesgo de, eventualmente, no poder regresar.
Acaban de realizarse elecciones intermedias (parlamentarias). Nadie esperaba milagros, ni siquiera sorpresas. Se preveía un resultado que anticipara apenas "más de lo mismo", en todo caso. Pocos fueron a las urnas a votar. Lo que generó un fuerte predominio de la línea clerical más dura en todo Irán. Aquella que hoy es la dueña y señora del país. La que ha sometido a su pueblo.
La urgencia de lo cotidiano, esto es la necesidad de sobrevivir de alguna manera, hace que –para los iraníes- lo que sucede fuera de Irán ocupe una segunda línea en la lista corta de sus preocupaciones inmediatas.
Lamentable situación, por cierto. Pero lo que desgraciadamente le sucede al pueblo iraní no tiene visos de poder cambiar, al menos en el corto plazo.