Las SAD en el fútbol: el mercado versus la pasión
“Es importante que el Estado se involucre porque cuando un club crece genera más laburo, hay más visibilidad, más competitividad. Crece también la economía en sus ciudades, la gastronomía. Es imperioso salir del status quo y generar valor”, dijo el subsecretario de Deportes de la Nación, Julio Garro, convertido en uno de los voceros del gobierno en su cruzada para instalar las SAD (Sociedades Anónimas Deportivas) en el fútbol argentino. También tuvo la mala idea, en su participación en el programa Solo una vuelta más que conduce Diego Sehinkman en la señal Todo Noticias: la de comparar la aventura de las SAD en los clubes con una “cervecería” o una “carnicería”, aplicando la lógica del mercado: “si nos va mal nos va mal a los dos, al club y al inversor”. Una analogía que no dejó muy tranquilos a sus impulsores ni fortaleció dicha postura en la opinión pública.
El debate está abierto, es polémico e interesante, causa adhesiones y rechazos, pero también tiene su costado legal que jugará un rol determinante. El Decreto 70/23 que las autorizaba se puso en marcha apenas la selección argentina se coronó bicampeón de América, de la mano de la Inspección General de Justicia, que dictó una resolución para reglamentar lo que se dispone en esa norma, que obviamente, ya había sido apelada por los clubes, sobre todo el artículo que en el decreto obliga a todas “las asociaciones, federaciones y confederaciones deportivas” a cambiar sus estatutos dentro del próximo año y a “adecuarse a los términos previstos por aquel”. Luego de varias idas y vueltas en distintos juzgados, la decisión quedó en manos de la Corte Suprema de Justicia, como varios puntos de aquel decreto.
Pero también existe otro costado que hay que observar: la AFA. En su estatuto, en el artículo 9, deja bien en claro que para participar de las competencias organizadas por la entidad madre los clubes deberán ser “asociaciones sin fines de lucro”, ni Sociedades Anónimas Deportivas ni Sociedades de Responsabilidad Limitada. Si eligen este camino inmediatamente serán desafiliadas. La AFA no lo hizo de manera inconsulta, el estatuto fue reformado con el voto de los clubes que participaron de una asamblea en noviembre pasado, por lo tanto tiene esa legitimidad. Pero aún tiene una carta más fuerte a favor: la FIFA. La casa rectora del fútbol mundial defiende la autonomía de todas las federaciones que la componen, al punto que si alguna recibe interferencias de parte del gobierno de su país o de un tercero enviado por él, sea público o privado, y se meten en sus decisiones, automáticamente suspende la afiliación de esa Federación. Por lo tanto, los clubes y la selección de ese país no podría competir en ningún torneo organizado por FIFA, como un Mundial, por ejemplo. ¿Cuánto tardará el presidente de AFA, Chiqui Tapia, en hacer valer esa autonomía? Si la AFA y los clubes, como es de esperar, no adecúan sus estatutos, como indica el decreto, en los próximos 365 días, ¿el Gobierno actuará interviniéndolos? Cuesta pensar que pueda arriesgarse a poner en peligro la participación en torneos internacionales de la mejor selección argentina de la historia.
Muchos nos preguntamos por qué con la cantidad de problemas y prioridades que tiene el Gobierno para atender y resolver puso la privatización de los clubes de fútbol al nivel de una “necesidad y urgencia”. Si hacemos una lectura bien intencionada podemos inferir que en una economía cerrada, con un cepo al dólar como principal muro de contención, con una inestabilidad duradera y con todos los problemas que acarrea el país desde hace años- la economía no crece desde 2011- donde hoy es prácticamente imposible ser optimista a la hora de esperar inversiones que traigan riqueza, comercio, empleo y sobre todo dólares al país, el fútbol, dado el éxito que tiene esta etapa de la Selección sumado a la infinita cantera formadora de estrellas que son nuestros clubes, puede ser un polo de atracción único para que lleguen esas inversiones. De hecho, en el Gobierno aseguran que existen inversores interesados dispuestos a invertir hasta 3000 millones de dólares en las SAD si este formato avanza. Ahora, si somos mal pensados, podemos decir que el Gobierno utiliza la instalación pública de este debate para tapar los verdaderos problemas que nos preocupan y mucho, como el crecimiento de la pobreza, la desocupación y la caída de los indicadores económicos como se viene repitiendo mes a mes, o también porque vieron la posibilidad de meterse en un núcleo de poder como es la AFA y los clubes, más colonizados por el kirchnerismo u otras corrientes políticas hoy paradas en las antípodas del pensamiento que representan Javier Milei y su gobierno.
Obviamente, no está de más aclararlo, en el fútbol local casi todas las administraciones suelen ser regulares o malas, pocas son la excepción, es por eso que como en la política, los dirigentes del fútbol suelen tener una pésima imagen y la realidad de la selección argentina como producto deportivo y comercial está lejos de parecerse a la mayoría de los clubes locales. Ese es el Talón de Aquiles que quieren explotar quienes promueven la privatización, pero olvidan algo o, en todo caso, no lo dimensionan, y es que deberán sortear un escollo demasiado fuerte y arraigado en nosotros, como es el sentido de pertenencia.
Los socios de los clubes se sienten, y con derecho, parte de club, no solo porque eligen a sus directivos para que lo administren, sino también porque ellos mismos tienen el derecho de ser elegidos en elecciones donde participan todos sus pares. Ser hincha de un club tiene algo más que la pasión por los colores, existe un amor por el club, por su historia, por sus instalaciones, por sus deportistas, por el legado familiar que pasa de generación en generación, que solo alguien que sienta esa pasión puede explicarlo. Un millonario que ve una inversión en un deporte, como existe en muchos países donde los clubes de distintas disciplinas tienen dueños y no administradores representantes, jamás va a sentir esa efusión que genera ser parte de una institución colectiva. Se pueden elegir pésimos dirigentes, pero la idea de volver a elegir a otros para cambiarlos para mejorar el presente es lo que mantiene vivo ese sentido de protagonismo y pertenencia. Lo argentinos también votamos malos gobiernos, pero elegimos cambiarlos.
Las SAD hoy son un debate abierto. Va a ser difícil, casi imposible, convencer al socio de un club de elegir ese camino o que lo acepte mansamente como imposición, pero es una batalla que el gobierno quiere dar, quizás persuadido de que el respaldo social que tienen sus iniciativas para privatizar empresas públicas deficitarias se trasladará también al fútbol. La política bien aplicada también sabe interpretar los estados de ánimo, el cansancio social es uno de ellos, tal vez, el más característico, al punto que en distintas coyunturas, como la que hoy vivimos, logra que la desesperanza actúe sobre la razón.
Pero aquí hablamos de fútbol, de la Argentina, de nuestra identidad, algo que raramente y por nuestra propia interpretación, se convirtió en una suerte de bien público. Allí es donde pueden fracasar las intenciones del gobierno de convertir los clubes en SAD, cuando descubra que el corazón, algunas veces, es más fuerte que el mercado.