Las residencias médicas, un sistema de formación intensiva en servicio
A raíz de los últimos acontecimientos vinculados al conflicto entre residentes y concurrentes y el gobierno porteño, surge la necesidad de reflexionar acerca del sistema de residencias médicas; su propósito, alcance y desafíos.
Desde hace setenta años miles de profesionales, a largo de todo el país, han completado su formación en las muchas y muy buenas residencias, tanto públicas como privadas. Presentarse a una residencia es una decisión voluntaria, un desafío y una instancia de aprendizaje adicional a la formación de grado.
Hablamos en forma genérica de residencias médicas, aunque, para ser más precisos, deberíamos referirnos a ellas como residencias en salud, ya que incluyen a muchas otras disciplinas, además de la médica.
Pero, ¿cómo surgen las residencias? Las primeras experiencias en residencias médicas en la Argentina se dan en 1944, y tienen su auge a partir de 1950. Inicialmente se las definió como "un sistema de educación profesional para graduados en escuelas médicas, con capacitación en servicio, a tiempo completo y en un plazo determinado, a fin de prepararlos para la práctica profesional" (Res. Min. 1778-91). Se entiende claramente que nacieron como un modelo de formación de posgrado para completar la formación de grado.
Las normativas nacionales o de jurisdicción acompañaron este proceso, dándoles un marco legal. Estas mantuvieron la idea original, confirmando a la residencia médica hospitalaria como el mejor sistema para la capacitación del médico recientemente graduado, dentro de un sistema supervisado de formación intensiva en servicio, con dedicación exclusiva, a tiempo completo y en plazos acotados, en actos de complejidad creciente y con delegación gradual de responsabilidades. Esta definición incluye varios conceptos que deben ser cumplidos para que el modelo sea exitoso.
Cabe aclarar que, para acceder a una residencia, es necesario aplicar voluntariamente a un concurso mediante un examen riguroso, por lo que no todos los graduados logran puestos de residencia.
Lo medular del modelo es que el foco debe ser la formación del joven profesional; y esto depende fundamentalmente del hospital y más precisamente del jefe del Servicio. En este sentido, el hospital con vocación docente es el ámbito de práctica natural que garantiza la formación. Es el lugar donde el médico respira y vive la medicina, interactúa con colegas, participa del pase de sala o del ateneo, realiza interconsultas formales o informales en los pasillos; actividades formativas de las cuales se nutren los residentes de manera natural.
A esto debemos sumar esa mística especial –propia de las redes humanas y profesionales- que se da en las residencias, y que en definitiva también suma, y mucho, al bienestar de los pacientes y a la formación.
La supervisión del joven residente es fundamental, y no se limita a estar cerca para vigilar su accionar. El mayor estándar de supervisión debe ser un programa educativo, a través de evaluaciones periódicas, devoluciones constructivas, y con evidencia para alcanzar la curva de aprendizaje, de tal forma que, en el plazo acordado, pueda surgir un nuevo profesional, idóneo y capacitado en la respectiva disciplina. En definitiva, se trata de un aprendizaje en servicio con programas que se cumplan.
En los últimos veinte años han aparecido las carreras de especialización asociadas a residencias como una derivación virtuosa de éstas últimas (Ley 24.521 de Educación Superior de 1995). Son programas de enseñanza mejor estructurados y acreditados por la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (Coneau), organismo que acredita a aquellas carreras que comprometen el interés público, y que permiten al residente obtener, además, un título universitario de especialista en su disciplina.
En las antípodas de esto último, se encuentran las llamadas concurrencias programáticas o concurrencias homologadas al sistema de residencias. Las concurrencias no son de tiempo completo, ni son de dedicación exclusiva, por lo que el joven profesional se ve obligado a desarrollar alguna tarea fuera del hospital para poder subsistir. Las concurrencias se nutren, principalmente, de aquellos médicos que no logran ingresar al sistema de residencias y que, con tal de formarse, aceptan un puesto no remunerado.
Como todo proceso humano, las residencias han desarrollado virtudes y también vicios. Entre estos últimos podemos mencionar: las jornadas extensas, la falta de descanso posguardia, la poca supervisión por la tarde o noche e, incluso, el destrato hacia el residente ingresante. Corregir estos errores debería ser la tarea a seguir, para fortalecer un sistema que sigue siendo el mejor modelo de formación en salud de posgrado.
Doctor en Medicina y decano de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral