Las redes sociales, al banquillo
Quedó lejos el tiempo de aquel cuento de Cortázar –en Historias de cronopios y famas–, el que preludiaba las "Instrucciones para dar cuerda al reloj", y alertaba sobre el infierno que latía en cierto reloj de pulsera, obsequio bienintencionado y sin embargo plagado de futuras obsesiones, secretas cadenas. La voz del relato culminaba, terrible: "No te regalan un reloj, tú eres el regalado". Me vino a la mente estos días, así como la deliciosa lectura de ese texto, allá lejos y hace tiempo.
Lo recordé cuando, sin el encanto de lo literario y con un efecto quizás menos sorpresivo, escuché, este fin de semana, la admonición: "Si no pagas por el producto, tú eres el producto". No era la primera vez que escuchaba esa verdad no tan de Perogrullo, dirigida contra aplicaciones y plataformas digitales. Y no pude evitar preguntarme por la zona de anestesia que impedía que la frase me escandalizara lo suficiente.
En El dilema de las redes sociales (The social dilemma), documental de Jeff Orlowsky lanzado recientemente por Netflix, se dicen esta y otras frases similares. Aunque algunas de las tesis que sostiene el film me parecen discutibles (por caso, responsabilizar exclusivamente a las redes por la polarización política en el mundo actual), su enfoque es sumamente atendible.
En principio, las voces. Quienes hablan en El dilema de las redes sociales son ingenieros, docentes, matemáticos; en su gran mayoría, todos ocuparon puestos decisivos en espacios como Facebook, Google, Twitter o Pinterest: gente hecha a la medida de Silicon Valley. Expertos que aman el universo digital, Internet, incluso la promesa que alguna vez encarnaron las redes sociales. Porque de eso se trata: quienes dan testimonio en el documental fueron parte de la construcción del mundo en el que hoy vivimos. Y lo que dicen es que el juguete se salió de cauce. Algunos, como Justin Rosenstein, el creador del botón "Me gusta" de Facebook, se lamentan abiertamente ante lo que resultaron ser sus criaturas.
¿Qué dice, en definitiva, el documental? Algo no tan nuevo: que las redes están confeccionadas para captar nuestra atención todo, absolutamente todo el tiempo. Lo impactante en el film es el modo vehemente en que esto se dice, la explicación de cómo, sutil y letalmente, las redes sociales generan seres dependientes de sus luces, emojis, avisos, alertas, halagos, gadgets, mensajes. Somos su producto, nos dice el documental, trabajamos para ellas, les ofrendamos datos, les cedemos vida, les generamos rédito y más rédito a cambio de beneficios más bien ralos.
Entre los acusadores más enfáticos se encuentra el informático Jaron Lanier, autor del libro Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato, y que, tal como aseguró en una entrevista realizada por Hugo Alconada Mon hace unos días en este diario, está convencido de la esencia adictiva de las redes. Lo mismo sostiene Tristan Harris, exdiseñador ético de Google y cofundador del Centro para Tecnología Humana. "Nos desviamos del camino", asegura y describe con detalle los mecanismos psicológicos a los que apunta tanto algoritmo falsamente inocuo. "Los algoritmos son opiniones puestas en código. No son objetivos", lanza la matemática Cathy O’Neil. "Creamos un sistema que favorece la información falsa", reconoce Harris. Todos coinciden en que el lucro desmedido, despótico y poco o nada regulado, es el único dios que gobierna ese particular Olimpo. Y dicen que sí, que era verdad: quienes trabajan en Silicon Valley prefieren para sus hijos una educación más bien analógica.
Habitamos tiempos utópicos y distópicos al mismo tiempo, viene a contarnos el documental. Internet es una maravilla que sigue allí, a disposición de las mejores cosas. Que sus productos no nos devoren quizás dependa de que nuestra civilización deje de rendir culto al beneficio por cualquier medio y a toda costa. Y que apaguemos el celular al menos por la noche, para que los sueños nos pertenezcan.