Las prioridades del intendente
Podría ser parte del guión de una película sobre la mafia. El intendente discute agitadamente. Le explica a su interlocutor que él tiene bien en claro qué quiere para su vida, que él quiere gente que trabaje y, agrega, que no tiene mucho interés ni en la vida ni en la familia de quien tiene delante suyo. Pero lo mejor llega cuando se pone a recordar favores pasados, esos que consistieron en "cubrir" a sus interlocutores cuando vendían falopa en las ambulancias. El intendente está preocupado por el Covid-19. No quiere que se le llene de muertos el distrito que gobierna. Ese es su objetivo y la razón por la que decide interrumpir algunos negocios turbios hasta tanto el temporal amaine.
No lo sabemos, pero es posible pensar que hubo un tiempo en que otros objetivos (ganar una elección, evitar un conflicto con trabajadores, otorgar algún favor, mandar un mensaje a alguien del consejo deliberante, etc.) le hacían creer al intendente que cubrir a su interlocutor mientras éste vendía falopa era un pecado menor. Los tiempos han cambiado y las prioridades son otras. El intendente sigue manteniendo el control: él es quien concede y quita la licencia informal para delinquir. El delito es funcional a sus objetivos. Es más, una vez que el escándalo ha estallado, declara que no tiene problema que fusilen a su otrora aliado de la ambulancia. Y cubrir puede significar muchas cosas y todas juntas: desmentir ante la prensa, arreglar con la policía que no se estorbe a los vendedores de falopa, silenciar a quien quiera denunciar, u ordenar que se le baje el tono a la discusión.
No se puede generalizar, ciertamente. Pero tampoco se puede creer que se trata de un caso aislado. En la Argentina, el narcotráfico, y los mercados ilegales en general, no se expanden únicamente gracias a la sofisticación de los delincuentes, sino a que hay muchos políticos dispuestos a gestionar sus distritos "cubriendo" delitos. Los beneficios de "cubrir" son múltiples. Quienes venden drogas son también quienes ayudan a captar votos, llevan gente a las marchas o donan dinero a la "estructura"; quienes están en el negocio de la ropa fabricada en talleres clandestinos son quienes crean puestos de trabajo informales y así le solucionan un problema al intendente, que desea la paz social para gobernar y construir su proyecto político; quienes arman centros informales de venta de indumentaria ("saladas" o "saladitas") son quienes van a tener que transferir parte de sus ganancias a las campañas políticas; quienes arman líneas de transporte trucho, probablemente respondiendo a un problema de infraestructura del transporte local, son quienes van a tener que arreglar con algún sector del Concejo Deliberante; quienes regentean cocinas de estupefacientes o desarmaderos son quienes transfieren recursos a la policía o a políticos locales, pero también quienes –paradójicamente– pueden ser aliados del intendente a la hora de controlar el descontento social.
Las soluciones a este problema no son sencillas, y menos aún en sociedades que combinan altos niveles de desigualdad, mercados laborales que ofrecen muy pocas oportunidades y una dirigencia política proclive al comportamiento corporativo. La democracia no es un sistema que discrimina adecuadamente según la calidad de los candidatos: gana quien tiene más votos; no el mejor capacitado o moralmente bueno. Por eso, se sabe que la prensa seria juega un rol fundamental en moralizar el discurso, recordándole a la audiencia una y otra vez quiénes son los que "cubren" y quiénes no. Pero la moralización tiene sus límites, especialmente en tiempos de polarización política extrema, y por eso la regeneración necesita producirse dentro del mismo sistema político. Es un problema serio el hecho de que una autoridad política que manifiesta cubrir a narcotraficantes reciba el apoyo cerrado de su partido y que, por el contrario, no sean ellos mismos los que impulsen una investigación profunda. Aquello que define a la mafia no es la venta de productos ilegales sino el silencio, la complicidad y el aprovechamiento del miedo, todos componentes que destruyen la legitimidad de la autoridad. Las ciencias sociales han advertido sobre este problema hace tiempo y han realizado propuestas para el mejoramiento institucional. Acaso sea relevante recordarlo en tiempos en los cuales seguir los consejos de los científicos parece estar de moda.
Sociólogo y autor del libro sobre La Salada "Making it at any cost: aspirations and politics in a counterfeit clothing marketplace" (University of Texas Press).