Las posturas maniqueas alimentan el apagón intelectual en el país
Desde su despacho en el Congreso, Cristina Fernández volvió a confundir las esferas pública y privada y lanzó una defensa personal como contraofensiva al acorralamiento que le impusieron los fiscales de la causa Vialidad. Con su hora y media de desordenado soliloquio, reconquistó el centro de la escena política que había “cedido” temporalmente a Alberto Fernández –quien parece ahora dedicado a llamar la atención con declaraciones absurdas– y en los últimos tiempos y de modo mucho más fugaz, a Sergio Massa, que aprovecha el barullo para avanzar con los ajustes macroeconómicos. A la vez, desafiando la ley de los rendimientos decrecientes, Cristina insiste en galvanizar a partir de su figura una sociedad fatigada con una grieta que hace más de una década ella misma se encargó de instalar. Insistiendo en la disyuntiva peronismo-antiperonismo, con su apasionada invitación a que un puñado de militantes cantaran la marcha peronista y la definición de “el peronismo es esto, guste o no”, esconde una suerte de renunciamiento o de admisión de otra cruel derrota.
Culmina así un largo recorrido en el que pretendió infructuosamente construir un proyecto político alternativo, superador e incompatible con el PJ. En 2012, lo intentó “desde arriba”, con Unidos y Organizados, ese frustrado PT propio que quiso conformar combinando La Cámpora, Kolina, el hoy alejado Movimiento Evita y los fragmentos del viejo comunismo vernáculo reinventado en el Nuevo Encuentro, que tuvo en el olvidado Martín Sabbatella a un precursor en la lucha contra la corrupción en la obra pública. Causa sorpresa que pueda ser considerado una suerte de antecesor de los fiscales Mola y Luciani. Un lustro más tarde, Cristina volvió a la carga para las elecciones de 2017 con Unidad Ciudadana sin mejor suerte. Hacia 2019 había aprendido la lección: sin el denostado aparato del PJ y a pesar de los desquicios económicos de Cambiemos su derrota electoral era un escenario de alta probabilidad. Por eso, la propia conformación del Frente de Todos significó admitir un debilitamiento que, dada la pésima gestión de Alberto Fernández, no pudo revertir.
Ante el campo minado que enfrenta en la Justicia, no solo por la causa Vialidad, la vicepresidenta apela a un recurso extremo pero inquietante: le advierte (¿o amenaza?) al peronismo que, si no la defienden, en la calle o donde sea, podría ser la próxima víctima de este proceso. Recordando la maniobra retórica infantil del “espejito rebotín: a mí me rebota y a vos te explota”, involucra a la oposición con un concepto original: todos somos iguales al margen de la ley.
JxC no termina de suturar las heridas producidas por las declaraciones de Carrió y debe reacomodarse en un escenario diferente al que imaginaba: la economía parece haber pasado a un segundo plano y Cristina opera para que el peronismo se aleje definitivamente de la coalición opositora. ¿El complejo balance que intenta Miguel Ángel Pichetto presagia futuros cuestionamientos internos? La foto de familia en la sede del sindicato de Gastronómicos no debe interpretarse como un “borrón y cuenta nueva”: quedan muchos temas por resolver, en especial cuando se advierten los desafíos que se acumulan en distritos fundamentales como Córdoba y Santa Fe.
Esta “peronización tardía” de CFK tiene elementos bastante similares a otras experiencias de ajustes regresivos bajo gobiernos justicialistas. La situación no difiere mucho de lo que hizo Perón cuando, igual que Massa ahora, se vio obligado en 1952 a implementar un severo plan de austeridad que “coincidió” con un incremento significativo de la confrontación simultánea con múltiples actores políticos y sociales: la prensa, la Iglesia, opositores (incluyendo represión, persecuciones y el incendio intencional el 15 de julio de 1953 de Casa del Pueblo, sede del Partido Socialista), las FF.AA. (con conflictos internos). Lejos de permitirle recuperar la iniciativa, esa dinámica de multiplicar y escalar conflictos profundizó su debilitamiento y derivó en el golpe de 1955. ¿Podrá Cristina salir fortalecida de esta encerrona trágica hacia la que estaría arrastrando al peronismo? Aquella vez, Perón llevó al paroxismo las tensiones existentes especulando con el principio de “cuanto peor, mejor”. Si la vicepresidenta cae en esa tentación, la crisis política argentina podría derivar en episodios aún mucho más dolorosos y difíciles de procesar de los que vimos hasta ahora.
Dado el alto nivel de incertidumbre reinante, es prematuro especular con el impacto electoral de este nuevo y tenso escenario. ¿Servirá este mohoso clivaje “nosotros o ellos”, “sectores populares versus oligarquía” para amortiguar los efectos distributivos del ajuste fiscal y el profundo deterioro en la provisión de bienes públicos, sobre todo la inseguridad? Buenas nuevas parecen bajar desde el “imperio”: el Partido Demócrata viene aprovechando el debate generado por el fallo de la Corte Suprema sobre el aborto para movilizar a una masa de votantes a pesar de su desaliento y confusión por las consecuencias de una rara crisis económica en la que conviven alta inflación, tasas de interés creciente, una caída histórica de las acciones (que afecta en especial a los jubilados) con un mercado de trabajo aún muy dinámico y un gobierno federal intervencionista y gastomaníaco. El aumento de la inseguridad tanto en la mayoría de las grandes ciudades como en zonas rurales y semirrurales complica aún más la situación. Sin embargo, los demócratas miran las elecciones de noviembre con menos pesimismo del que tenían hasta hace poco, alentados por el alto nivel de participación registrado en varias primarias y por la recaudación de fondos para la campaña.
Pensando en el impacto en el largo plazo, estas posturas maniqueas, divisivas y extremas ahogan cualquier intento de establecer criterios lógicos para la deliberación política en el país. Una agenda personalista, alterada y carente de matices envenena la conversación ciudadana e impide discutir temas concretos basados en evidencia objetiva y medible. Las expresiones altisonantes tienden a simplificar la realidad y caer en eslóganes o principios ideológicos. En el juicio de Vialidad, Cristina ignora los argumentos de los fiscales y pone en duda la imparcialidad de los jueces atacándolos en función de hechos irrelevantes, como el parentesco o la práctica de un deporte.
El empobrecimiento del debate ciudadano conduce de manera directa al debilitamiento de la democracia, que necesita que la conversación pública esté alineada con las principales demandas de la sociedad y se enriquezca con datos, opiniones, matices y experiencias. No se trata de una cuestión novedosa ni circunscripta a un solo partido o coalición. Aún resuenan los ecos de la absurda hipótesis del jamás comprobado “cambio cultural” que habría vivido la Argentina: desplazados para siempre los ejes de la “política tradicional”, los duendes del cambio tenían a disposición una tábula rasa para administrar casi sin conflictos un nuevo orden tecnocrático con la menor cuota posible de “transa”.
El país padece un “apagón intelectual” que explica la carencia de un número razonable de ideas innovadoras y propuestas concretas que den cuenta de (y colaboren para revertir) el desastre institucional, económico y social en el que estamos inmersos.