Leé un fragmento de Las piedras preciosas de José Martí, que Rubén Darío publicó en LA NACION
Fragmento de Las piedras preciosas de José Martí, uno de los textos que Rubén Darío publicó en La Nación entre 1894 y 1897
Quien murió allá en Cuba, era de lo mejor, de lo poco que tenemos nosotros los pobres; era millonario y dadivoso: vaciaba su riqueza á cada instante, y como por la magia del cuento, siempre quedaba rico: hay entre los enormes volúmenes de la colección de la nacion, tanto de su metal fino y piedras preciosas, que podría sacarse de allí la mejor y más rica estatua. Antes que nadie, Martí hizo admirar el secreto de las fuentes luminosas. Nunca la lengua nuestra tuvo mejores tintas, caprichos y bizarrías. Sobre el Niágara castelariano, milagrosos iris de América. ¡Y qué gracia tan ágil, y qué fuerza natural tan sostenida y magnífica!
Otra verdad aun, aunque pese más al asombro sonriente: eso que se llama el genio, fruto tan solamente de árboles centenarios -ese majestuoso fenómeno del intelecto elevado á su mayor potencia, alta maravilla creadora, el Genio, en fin, que no ha tenido aún nacimiento en nuestras repúblicas, ha intentado aparecer dos veces en América; la primera en un hombre ilustre de esta tierra, la segunda en José Martí. Y no era Martí, como pudiera creerse, de los semi-genios de que habla Mendes, incapaces de comunicar con los hombres porque sus alas les levantan sobre la cabeza de éstos, é incapaces de subir hasta los dioses, porque el vigor no les alcanza y aun tiene fuerza la tierra para atraerles. El cubano era "un hombre". Más aun; era como debería ser el verdadero súper-hombre, grande y viril; poseído del secreto de su excelencia, en comunión con Dios y con la naturaleza.
En comunión con Dios vivía el hombre de corazón suave é inmenso; aquel hombre que aborreció el mal y el dolor, aquel amable león de pecho columbino, que pudiendo desjarretar, aplastar, herir, morder, desgarrar, fué siempre seda y miel hasta con sus enemigos. Y estaba en comunión con Dios, habiendo ascendido hasta él por la más firme y segura de las escalas, la escala del Dolor. La piedad tenía en su sér un templo; por ella diríase que siguió su alma los cuatro ríos de que habla Rusbrock el Admirable; el río que asciende, que conduce á la divina altura; el que lleva á la compasión por las almas cautivas, los otros dos que envuelven todas las miserias y pesadumbres del herido y perdido rebaño humano. Subió á Dios, por la compasión y por el dolor. ¡Padeció mucho Martí! -desde las túnicas consumidoras, del temperamento y de la enfermedad, hasta la inmensa pena del señalado que se siente desconocido entre la general estolidez ambiente; y por último, desbordante de amor y de patriótica locura, consagróse á seguir una triste estrella, la estrella solitaria de la Isla, estrella engañosa que llevó á ese desventurado rey mago á caer de pronto en la más negra muerte!
Los tambores de la mediocridad, los clarines del patrioterismo tocarán dianas celebrando la gloria política del Apolo armado de espada y pistolas que ha caído, dando su vida, preciosa para la humanidad y para el Arte y para el verdadero triunfo futuro de América, combatiendo entre el negro Guillermón y el general Martínez Campos!
¡Oh Cuba! eres muy bella, ciertamente, y hacen gloriosa obra los hijos tuyos que luchan porque te quieren liebre; y bien hace el español de no dar paz á la mano por temor de perderte, Cuba admirable y rica y cien veces bendecida por mi lengua; mas la sangre de Martí no te pertenecía; pertenecía á toda una raza, á todo un continente; pertenecía á una briosa juventud que pierde en él quizá al primero de sus maestros; pertenecía al porvenir!.