Las PASO son por primera vez protagonistas del proceso electoral
Los especialistas afirman que las reglas de juego formales e informales son críticas para determinar las estrategias de los actores políticos: ordenan la puja por el poder, informan su percepción de la realidad e influyen en sus comportamientos. Eso ocurre en especial en el plano de la institucionalidad electoral, crucial para definir el balance de poder de una sociedad en un momento específico. Igual de importantes son la independencia del Banco Central y otros mecanismos para limitar la discrecionalidad del gasto público (como las enmiendas constitucionales y los arreglos para asegurar el equilibrio fiscal o al menos acotar los déficits) dada la relevancia de las políticas monetarias y fiscales en el ciclo político-electoral.
Se trata de la dimensión agonal de la política, de la mera y a menudo brutal lucha por el poder, la que encuentra en las reglas del juego electorales (como el sistema electoral, los mecanismos de votación, el acceso a los medios de comunicación, el financiamiento de las campañas) un conjunto de parámetros que, si se respetan y funcionan de manera equitativa y universal, permiten establecer pautas, principios y una combinación de premios y castigos a partir de los cuales terminan predominando en la competencia política las fuerzas centrípetas por sobre las centrífugas. Se evitan la fragmentación, las tensiones extremas, aun eventuales escenarios de violencia.
Revisando la historia contemporánea de la Argentina, los actores políticos tratan en general de moldear (crear, forzar interpretaciones, modificar) estas reglas en función de sus ambiciones y preferencias personales o de sus intereses partidarios o sectoriales. Una situación que se potencia a nivel local y provincial, por ejemplo con la sempiterna cuestión de las reelecciones, pero que se verifica también en el plano nacional. A mayor inestabilidad (manoseo) de las reglas del juego, menos previsible (más caótico) es el sistema político. Algunas normas son diseñadas para favorecer determinados objetivos, pero, a lo largo del tiempo, limitan a los propios actores que las implementaron y hasta favorecen a sus adversarios.
Este parece ser el caso de las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO), que por primera vez desde su aprobación, en 2009, se encaminan a convertirse en el mecanismo institucional determinante para de definir las candidaturas del Frente de Todos y de Juntos por el Cambio, dos de los tres espacios políticos que, hasta ahora, se perfilan para protagonizar este proceso electoral del que surgirá el próximo presidente de la nación. Falta mucho para que deban formalizarse las coaliciones y las candidaturas (10 semanas en este país y en medio de un contexto económico tan volátil parecen una eternidad), pero si las primarias fueran este domingo tendríamos más de un postulante para cada una de las fuerzas. Habrá que ver si la izquierda logra salir del largo letargo al que la condenó por dos décadas el fenómeno del kirchnerismo y si el peronismo moderado o federal encuentra un espacio, una narrativa y un conjunto de referentes competitivos para capitalizar el evidente desgaste del FDT e iniciar una renovación justicialista.
En su debut como mecanismo de selección, en 2011, cuando Cristina obtuvo el 54% de los votos, el rol de las PASO fue decorativo. En 2015 alcanzó cierta importancia simbólica dentro de Cambiemos, donde cada uno de los principales partidos que conformaron la alianza –Pro, UCR, Coalición Cívica– presentó su candidato, con una ventaja determinante para Mauricio Macri frente a sus socios Elisa Carrió y Ernesto Sanz. En 2019, los contendientes con mayores chances (Macri, Alberto Fernández y Roberto Lavagna) no enfrentaron competencia interna. Esta vez, el panorama es diferente. La tozudez del Presidente en no resignar sus pretensiones de presentarse nuevamente (a pesar de –o gracias a– las agresiones cada vez más groseras del kirchnerismo) y la renuncia de Macri insinúan que nos encaminamos a unas PASO de peculiar importancia e intensidad.
A diferencia de Estados Unidos, donde las primarias son como una maratón secuencial por estados, que obliga a diseñar campañas muy bien organizadas y con muchos recursos disponibles, en la Argentina la dinámica es diferente: como en el título del film ganador del Oscar, ocurre todo en todas partes al mismo tiempo. Esto estimulará el debate interno dentro de cada fuerza, lo que termina informando a la sociedad sobre las prioridades y los sesgos de los candidatos y ordenando la oferta electoral. La clave está en las preocupaciones y los comportamientos de los votantes independientes, muchos de los cuales no se involucran demasiado en el debate público y definen su preferencia poco antes de colocar su voto en la urna. Los estudios de opinión pública coinciden en que, como ocurre con la enorme mayoría de la población, predomina en ellos una sensación de tristeza y amargura frente a la decadencia que vive el país, en especial como consecuencia de la crisis económica y la falta de perspectivas. ¿Votarán con el corazón, con la cabeza, con el bolsillo o con una combinación ponderada de las tres variables? ¿Predominará el deseo de castigo al Gobierno, o a la clase política, o una vocación más constructiva de catalizar un cambio superador frente a las innumerables decepciones acumuladas en estas cuatro décadas de experiencia democrática? De ser así, ¿qué fuerza y con qué candidato capitalizará esa energía transformadora? Del humor y del nivel de participación del electorado independiente dependerá el resultado de esta elección presidencial.
¿Volverá el FDT a seducir a un segmento relevante de ese electorado, como ocurrió en 2019 y en menor medida en 2021? Cuanto más radicalizada sea la propuesta oficialista, menor será su caudal de votos: la más consciente de eso es CFK, que en su trayectoria se inclinó por perfiles como los de Cobos, Boudou, Scioli y Fernández, sobre quien pesa un enigma interesante si avanza en su legítima pretensión de ser reelegido: ¿defenderá las políticas de Sergio Massa, con quien tuvo y tiene diferencias públicas? ¿Qué propuesta de futuro puede entregar un peronismo que, aunque salga derrotado, seguirá siendo un actor fundamental en el horizonte político? Por el lado de JxC, aun sin Macri en la grilla continúa la incertidumbre respecto de la cantidad de opciones. ¿Se limitarán a dos (Bullrich y Rodríguez Larreta) o la UCR avanzará con una alternativa propia? ¿Cuán a la derecha se moverá Bullrich frente al crecimiento de Javier Milei sin comprometer su atractivo en el segmento más moderado?
Para el líder de La Libertad Avanza, aunque su partido es prácticamente unipersonal, las PASO también serán importantes: podría salir favorecido en caso de figurar entre los candidatos individuales más votados, aun cuando esa cifra se diluyera luego en la primera vuelta. Aquí las reglas de juego también definen la estrategia: la fiscalización depende de las fuerzas que compiten, lo que significa que cada coalición necesita de un ejército de personas para contar los votos. Por eso, Milei está buscando reclutar y entrenar 100.000 fiscales que le permitan evitar que su potencial se acote por un mal recuento. Más allá de que llame la atención que la Argentina carezca en pleno siglo XXI de un sistema que garantice la transparencia de sus comicios, este desafío ya es parte de la construcción política y la falta de fiscales fue una de las razones por las cuales muchos otros antes que Milei naufragaron en sus intentos de romper la hegemonía bipartidaria o bicoalicional.