Las paradojas de un gobierno sin rumbo
En medio de la criminal invasión de Putin a Ucrania y de los fenomenales cambios geopolíticos y económicos a los que asistimos, y atravesando, además, una pospandemia mientras el cambio climático no deja margen para la inacción y arrasa con sequías e inundaciones en cosechas y poblaciones, los argentinos seguimos sin rumbo. Un barco en alta mar en medio de la tormenta y con un doble comando que tironea el timón en direcciones opuestas. ¿Cómo puede evitarse el naufragio?
Todo parece indicar que está llegando a su fin un modo de gestionar la complejidad del presente con las únicas herramientas de la improvisación y la impostura. El mundo hoy requiere estar preparados para desafíos que nos encuentran inermes. Las consecuencias de la invasión de Ucrania se sienten en los mercados y en las democracias.
Los precios de la energía y de los alimentos se disparan y la Argentina necesita importar gas y exportar alimentos; reducir subsidios a la energía y exportar productos agropecuarios que representaron el año último el 68 por ciento de nuestras ventas al exterior. Con las finanzas públicas en bancarrota y una pobreza que se acerca a la mitad de la población, ¿cómo reaccionará la sociedad argentina ante los ajustes que imponen las restricciones actuales? La suba de las tarifas de los servicios fue la mecha que incendió el combustible y generó explosiones sociales en la región.
Amplias franjas de la sociedad no confían en que este gobierno tenga soluciones para los acuciantes problemas que las agobian. Las encuestas muestran un pesimismo creciente sobre el futuro. La Argentina, que siempre se agita solo en la superficie, puede que esta vez enfrente un movimiento de sus placas tectónicas al compás de un mundo modificado en una nueva era. No sabemos el orden que alumbrará ese terremoto.
La democracia, como la definió Charles Tilly, descansa en la creencia de que el día de mañana llegará y todos tendrán su oportunidad. Si esa creencia se debilita, el terreno estará despejado para que autocracias destruyan en nombre del pueblo las normas que fundan la legitimidad política de la autoridad.
“Así, no va más” es la premisa de muchos que ven que su esfuerzo se licua en un país sin moneda. La novedad es que también la vicepresidenta y su dinastía sostienen el no va más, a la espera de asegurarse un futuro desprendido del fracaso anunciado y liberado de las causas judiciales que pesan sobre ella. Y no importa que sea el fracaso de un gobierno que ella misma pergeñó y hoy no reconoce como suyo. Una paradoja de las tantas que habitan este sistema político.
Las reflexiones de un presidente que no duda en confesar la necesidad de ayuda terapéutica para intentar resolver los problemas de la Argentina no dejan dudas. La insensatez domina la conducción de los asuntos públicos cuando quedan casi dos años por delante para renovar mandatos. La ansiedad que fomenta un discurso sin hoja de ruta, poblado de culpables dentro y fuera del país, alimenta la desconfianza generalizada en la dirigencia política y conduce a que cada quien atienda su juego, como en el “Antón Pirulero”, o bien a la violencia de unos contra otros.
Las cifras de las remuneraciones que acumula la vicepresidenta o la suculenta reparación monetaria para Nacha Guevara por su exilio durante el gobierno de Isabel Perón son dos ejemplos de los muchos privilegios que reparte este Estado. Un Estado privatizado en manos de quienes lo administran y no dudan en condenar las privatizaciones que identifican con el neoliberalismo. Un Estado que sostiene una línea aérea de bandera cuyos costos solo pueden financiarse con más inflación. Un Estado botín en manos de quienes controlan “las cajas” por las que ingresan los recursos de todos para financiar lealtades y engrosar bolsillos de poderosos de turno.
Las paradojas que ofrece esta gestión son muchas. Como las paradojas ideadas por Zenón para negar el movimiento, las de esta gestión están destinadas a demostrar que las sensaciones que obtenemos al observar la realidad son ilusorias. No existe la corrupción, lo que hay es el lawfare. No hay políticas de ajuste, aunque la realidad nos muestre las consecuencias de los ajustes encubiertos generados por la inflación. El Gobierno, abanderado de los pobres, practica la irresponsabilidad fiscal que los lleva a la intemperie. La defensa de la soberanía nacional para justificar estatizaciones oculta privatizaciones de hecho. Un modo de gobernar que no le teme a la impostura y hace de la insensatez una virtud, como ha hecho de las víctimas, héroes, o del defecto, virtudes.
La metáfora del casino con la que supo caracterizarse al capitalismo financiero sirve hoy para una Argentina en la que Milei avanza rifando sus sueldos y el cantante L-Gante copia el método de la lotería para consolidar su territorio de caza, no sabemos si solo con miras a agrandar el público deleitado con sus canciones. El pueblo que Milei quiere representar se levanta contra la casta política, su enemiga. Cuando el éxito se apoya en una tómbola se replica la lógica del Estado botín: el trueque entre favores e intereses. No estamos ante una renovación de la política, solo ante una vieja fórmula a escala reducida: si me votás, podrás tener un premio; si me escuchás, puede cambiar tu suerte.
Necesitamos de una dirigencia consciente de las restricciones económicas y políticas para gobernar el presente y dispuesta a proponer una hoja de ruta con tanto Estado y tanto mercado como sea necesario para resolver los problemas estructurales que arrastramos desde hace mucho. Ni el darwinismo social salvaje del mercado librado a su juego ni el estatismo que cobija autoritarismos de privilegios para los amigos y migajas para los otros. Una dirigencia que respete el Estado de Derecho y las reglas del juego democrático.
Cuando las normas que fundan la legitimidad política se erosionan, se despeja el camino a la violencia de unos contra otros. Hoy no se necesitan golpes de Estado como antaño para asaltar las democracias; los autoritarismos en nombre de pueblo las van secuestrando desde adentro.
Socióloga