Las paradojas de la democracia
El presidente electo Mauricio Macri inaugura su poder bajo nuevas reglas de juego. En su anterior configuración, el juego del poder consistía en el empeño de la presidenta saliente por dominarlo todo. Un empeño en el fondo autoritario, pero con plazo fijo, con un final anunciado que se iba acercando a medida que se le agotaba el tiempo.
Macri, un presidente más "normal", no parece rebelarse, por lo menos hasta ahora, contra el plazo que le ha tocado en suerte. ¿Querrá, simplemente, cumplir con un mandato? Pero su mandato, de esencia republicana, es por definición limitado, mientras que la monarquía es por definición vitalicia y hereditaria. Ambos regímenes son, en última instancia, incompatibles. Corresponde a cada hombre poder cortar este nudo gordiano en el punto justo, hasta donde se lo permita su ambición.
Las reglas del juego del poder se abren en diversas instancias. En una de ellas, el poder se estira hasta acercarse a la monarquía mediante las reelecciones sucesivas. En otra instancia, se interrumpe por alguna otra razón anterior.
¿Cuál será el destino de Macri en este terreno? ¿Cuál será la verdadera medida de su ambición? ¿Hasta cuántas reelecciones querrá decir "basta"? ¿Aspirará a una, dos, tres, infinitas presidencias? En principio, lo razonable podría ser que Macri aspirase a dos presidencias sucesivas. Es lo que suele pasar con las presidencias exitosas. Pero, a medida que el tiempo corriera, nos estaríamos alejando de lo razonable.
Nos podría acompañar hasta nuestro límite "ideal", en suma, una mezcla entre lo preferible y lo razonable. Una combinación del éxito y la buena suerte. Un Macri que no pretendiera demasiado, pero que no se resignara antes de tiempo. Es decir, un hombre dotado de sentido práctico. ¿Nada más? ¡Nada menos!
Si pudiera forjarse una fórmula en esta materia, un hombre que tuviera la dosis justa de talento para no fracasar anticipadamente. Un gran político, en su justa medida, que no vacilara ante las engañosas tentaciones del exitismo. Porque no debe olvidarse que la diferencia abismal entre el éxito y el exitismo reside en la impaciencia. El hombre que espera con paciencia el éxito sabe esperar, porque la paciencia es la antesala de la sabiduría.
Es que la paciencia del que sabe esperar es un don infrecuente porque se adapta a los tiempos de la Creación. En última instancia, el paciente espera que se cumplan sus expectativas, ni un minuto antes ni un minuto después, porque aspira a coincidir con los tiempos de la Creación.
Por supuesto, ningún argentino bien intencionado debiera dejar de desearle éxito a Mauricio Macri. Por él y, sobre todo, por nosotros. Por los argentinos y por la Argentina. Para que su gestión resultara exitosa, en cualquier caso, tendrían que cumplirse diversas condiciones. Una de ellas acaso debiera ser que hasta los argentinos que no votaron por Macri le desearan que le vaya bien.
Naturalmente, deberíamos asumir que en un país libre las opiniones estarán divididas. Habrá una mayoría y habrá una minoría. ¿La mayoría necesariamente tendrá la razón? ¿O una minoría, por serlo, se equivocaría necesariamente?
Se trata de la paradoja de toda democracia. ¿Qué debe hacerse si después se comprueba que la minoría fue la que tuvo razón? ¿Qué sucedería si después se revelara que la mayoría se equivocó? ¿Acaso debería aceptarse que las mayorías no son infalibles? Pero ¿dónde quedaría en tal caso la disciplina colectiva, necesaria aun en casos de error? Se recuerda aquí la frase atribuida a Mitre: cuando todo el mundo se equivoca, todo el mundo tiene razón.
Esto quiere decir que tener la razón no equivale a ser infalible, pero sí equivale a rectificarnos no bien comprobamos que nos habíamos equivocado. El hombre es homo viator, peregrino en busca incesante de la verdad, menesteroso en demanda exigente de respuestas.
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