Las otras deudas
“El crédito es una relación con el futuro, las deudas lo son con el pasado”, dice Ariel Wilkis en su obra Una historia de cómo nos endeudamos. Y agrega que la falta del primero y la necesidad de los argentinos de endeudarse de distintas maneras hasta lo imposible marcan la historia política y económica de los 40 años de democracia, y muestran, al mismo tiempo, “hasta dónde se han erosionado los lazos sociales y políticos”.
En estas décadas casi nunca dejamos de hablar de la deuda externa, el FMI, la situación fiscal y las graves consecuencias macroeconómicas de ese lastre, pero no nos ocupamos de las deudas de los ciudadanos, esas a las que, ante la sucesión de penurias, los argentinos debieron (y deben) recurrir todo el tiempo para sobrevivir. “Este país no es para cualquiera, acá todos saben de economía, conocen el nombre del ministro y hasta el de la directora del Fondo”, comentó, con asombro, una emprendedora española de paso por la Argentina.
Son años de lidiar con la 1050, los créditos hipotecarios en dólares, la desaparición del crédito formal, los prestamistas informales y usurarios, el “pedal” con las tarjetas hasta para ir al supermercado y los UVA. Paradójicamente, como concluye Wilkis, la democracia también tiene esta “deuda”.