Las opciones de Alberto Fernández: una reingeniería del Gobierno o el vacío de poder
La inacción ante la crisis económica eleva la inquietud y la alternativa de que Sergio Massa aterrice en la Jefatura de Gabinete vuelve a sobrevolar la Casa Rosada
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La declaración del bloque de diputados nacionales del Frente de Todos denunciando la “acción sistemática de desestabilización política y económica” manifestada en la “brutal corrida cambiaria”, junto a “maniobras y expresiones de neto corte golpista” sigue dando cuenta de una coalición oficialista desconcertada, que procura inventar a diario enemigos externos, sin advertir que el verdadero enemigo está dentro de sus propias concepciones.
Difícilmente haya habido acciones más desestabilizadoras de Alberto Fernández que algunos de los propios gestos de Cristina Kirchner humillando al Presidente sin pudor y en público; las duras declaraciones de una exdiputada cristinista, como Fernanda Vallejos, que osó calificar al jefe del Estado de “okupa” y “mequetrefe”; las amenazas de Juan Grabois hablando de sangre en las calles y vaticinando un estallido social, o la contundente aclaración del dirigente camporista Andrés “Cuervo” Larroque “El gobierno es nuestro”.
Desde distintos sectores del oficialismo se tilda de “especuladores” a quienes, refugiándose en el dólar o en las silobolsas de soja, solo buscan preservar su capital. Es decir que se acusa a quienes, en el peor de los casos, hacen lo mismo de lo que se jactó Cristina Kirchner durante el gobierno de Mauricio Macri, cuando admitió que había dolarizado sus ahorros en pesos ante la desconfianza que le inspiraban las autoridades nacionales de entonces. A ninguno de los que hoy hablan de “desestabilización” se le ocurrió en aquel momento cuestionar a la expresidenta por aquella decisión.
Ni la inflación, ni el déficit fiscal, ni la corrida cambiaria hallarán una solución si, desde la propia coalición oficialista, se ataca y se presiona a la ministra de Economía, Silvina Batakis, para que el Estado gaste más y no menos.
Tampoco puede pensarse en una salida a los graves problemas del país cuando, en el preciso instante en que el dólar “blue” superaba una semana atrás la barrera de los 300 pesos, el primer mandatario difundía un tuit en apoyo a la vergonzosa cruzada de la vicepresidenta de la Nación contra los miembros de la Corte Suprema de Justicia. O cuando, en el peor momento de la crisis cambiaria, el Presidente manda a su ministro de Turismo, Matías Lammens, a tratar de calmar al mercado como si la suba del dólar residiera en que los turistas extranjeros les venden sus dólares a los “arbolitos” de la peatonal Florida.
No se saldrá de la crisis con el anuncio de una medida que les permita a los turistas extranjeros cambiar sus dólares a la cotización de la Bolsa de Comercio, que es sensiblemente más elevada y realista que la oficial. En todo caso, esa medida solo servirá para confirmar que el Estado les está robando a los productores agropecuarios, que reciben apenas 91 pesos por cada dólar al que venden la soja al mundo, y se está burlando de todos aquellos argentinos que exportan bienes y servicios, y que reciben alrededor de 130 pesos por cada dólar, menos impuestos.
Difícilmente se dejará atrás la crisis con un Presidente que, en sus mensajes públicos, insiste en que viene a “ofrecer su corazón”, como si fuera Fito Páez, pero no hace más que traer a la memoria de muchos las palabras de uno de los últimos ministros de Economía de Alfonsín, como Juan Carlos Pugliese, quien en medio de la crisis hiperinflacionaria de 1989, trató de llevar calma a los empresarios y, al salir de la reunión con estos, confesó que les había hablado con el corazón, pero le contestaron con el bolsillo.
Cabría preguntarse cuánto influyó la tarea desplegada por Cristina Kirchner para socavar el poder de Alberto Fernández en la parálisis que durante tanto tiempo viene exhibiendo la acción gubernamental. En otras palabras, cuánto impactó en la transformación de la procrastinación de la gestión en política de Estado.
A lo largo de casi todo el tiempo que transcurrió desde que llegó a la Casa Rosada, Alberto Fernández estuvo más concentrado en gerenciar su relación con la vicepresidenta ¬–aun desde el silencio- y por evitar o procesar el conflicto interno, antes que en buscar soluciones a los problemas del país.
Desde la renuncia de Martín Guzmán, se profundizó la política del parche, desechándose la necesidad de una reingeniería para una estructura estatal que precisa de soluciones de fondo.
El comienzo de la salida pasará por reconocer que el problema actual es eminentemente político y que requerirá de acuerdos políticos, primero dentro de la propia coalición gobernante y, luego, con la oposición. Aunque esto último parece algo muy remoto, la alternativa de un rediseño del Gobierno no debería ser algo tan lejano.
Cuando se barajó, en las horas siguientes a la dimisión de Guzmán, la posibilidad de que Sergio Massa asumiera la Jefatura de Gabinete con un amplio control sobre la esfera económica, esta alternativa se frustró por dos motivos: primero, porque las figuras económicas de cierto fuste, con Martín Redrado o Emanuel Alvarez Agis a la cabeza, no estuvieron dispuestas a aceptar un cargo sin mínimas garantías de un amplio entendimiento político. En segundo lugar, por el temor del propio Alberto Fernández a terminar convertido en una suerte de “presidente honorario” cada vez más alejado del poder real, temor que compartió Cristina Kirchner e hizo que, finalmente, ambos vetaran esta iniciativa.
Pero hoy el temor del Presidente a ver acotado su poder real no tiene mayor sentido. En pocos días, su poder real prácticamente terminó de diluirse y el jefe del Estado debería ser más consciente de que hay algo aún peor que tener que resignarse a compartir el poder: es ni más ni menos que un vacío de poder. De ahí que no pocos imaginen que, más temprano que tarde, el Gobierno asistirá a un recambio ministerial que pueda incluir un nuevo jefe de Gabinete.