Las ocho prioridades de la provincia de Buenos Aires
El discurso de apertura de sesiones brindado por el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, padeció una deficiencia: más allá de los datos (muchos e interesantes), de los reproches, de los eslóganes y de los lugares comunes, en la Provincia no sabemos hacia dónde vamos.
El gobernador nos ha dado tres pistas: a) su descripción de la buena temporada turística, y la ponderación de dicha actividad; b) la mirada sobre la cadena de valor hidrocarburifera y el rol que pueden jugar las empresas bonaerenses en el desarrollo de "Vaca Muerta", c) el énfasis marcado en sostener el "status quo" territorial de Buenos Aires ("no nos van a dividir").
No es menor señalar que el éxito de la temporada turística es parcialmente resultado de una devaluación significativa, además del rol que tiene el impuesto PAIS; que la cadena de valor hidrocarburífera podrá crecer, sí y solo sí, se reencamina una perspectiva de precios y estabilidad jurídica para la explotación no convencional (como lo había logrado el anterior gobierno); y que muchos de los malos resultados sociales que expuso no están escindidos de un modelo territorial cuya defensa no encuentra ninguna explicación racional.
La provincia de Buenos Aires creció y se desarrolló como pudo, en tres oleadas: a) la primera, luego de la organización nacional, impulsada por la extraordinaria competitividad de su producción de base rural, asociada tanto a una verdadera modernización jurídico- institucional como a un tremendo shock de infraestructuras; b) desde los años 20’, constituyéndose en el polo central de la economía de industrialización sustitutiva; c) y desde la crisis del petróleo (1973), hace casi ya medio siglo, "a los tumbos", produciendo transferencias ineficientes, ampliando (no siempre de modo justificado) el sector público, sufriendo una desindustrialización creciente y anárquica y, lo más lamentable, sin ninguna política consistente que evite los procesos de desciudadanización en las periferias urbanas (principalmente en el conurbano).
El gobernador de esto ha dicho muy poco.
Y no es que la Provincia no pueda hacer nada. Lo que sucede es que centralmente debemos revisar todo lo que venimos haciendo.
Allí hay que enfrentar intereses, desafiar el status quo, y decirles la verdad a los bonaerenses: podemos tener una Provincia mejor, pero se necesita: programa claro, tiempo, esfuerzos bien orientados y, sobre todo, una visión que tenga sentido, que convoque y movilice alineando los incentivos de modo adecuado.
Construir esa visión es lo más alejado conceptualmente a intentar buscar un enemigo al que poder descargarle las culpas de todos los males.
La Provincia debería urgentemente tomar ocho prioridades: la primera de ellas, un verdadero programa fiscal de mediano plazo, no necesariamente concebido como un "ajuste", pero que dé certidumbre a los bonaerenses, a los proveedores y a los acreedores y posibilite recuperar el crédito (la Provincia necesita mucha infraestructura, que no logrará concretar sin ese instrumento).
La segunda es la profesionalización absoluta del sector público. Ninguna política pública de calidad podrá ser construida sobre la base de la improvisación y el uso partidario de la administración. Los servicios públicos que tanto defiende retóricamente el gobernador, necesitan una gestión de calidad para ser realmente igualadores.
En tercer lugar, hay que modificar todo el andamiaje de intervención social. La lucha contra la pobreza y la indigencia es lo suficientemente compleja para apoyarla en una visión facilista. Se necesitan construir respuestas que apelen más a la responsabilidad y a la formación, que la pertenencia a organizaciones. Es imprescindible romper el círculo vicioso de la pobreza, la dependencia de lo público y la clientelización. La Provincia puede tener mejores políticas sociales y socio-productivas, que construyan ciudadanía, inclusión y libertad.
En cuarto lugar, la Provincia debería transformarse en la capital nacional de la "Bioeconomía", aprovechando las posibilidades enormes de una biomasa diversa y en disponibilidad. El gobernador debería impulsar, junto a los intendentes, una red de bioparques (parques de la industria 4.0 que transforman en energía y materiales útiles muchos elementos biológicos que hoy se los considera residuos), que, a al mismo tiempo que generen empleo y valor económico, contribuyan a expandir la frontera del conocimiento, estimulen la empresarialidad, produzcan arraigo en las localidades medianas y pequeñas y sean uno de nuestros puentes a una economía "carbono neutro". Debemos transformar a nuestro campo en un espacio cada vez más conocimiento-intensivo.
En quinto lugar, y habida cuenta del recorrido ya existente, la provincia de Buenos Aires debería generar su propio programa de economía del conocimiento, sobre todo facilitando la formación de recursos humanos en las universidades nacionales con asiento en la Provincia. Se trata del segundo ecosistema exportador del país, con salarios muy por encima de la media de la economía. La Provincia debe alentar ese proceso: Bahía Blanca, Mar del Plata y Tandil deberían generar ya sus "e-zonas", para facilitar radicaciones, expansiones y calificar áreas urbanas, en beneficio de un desarrollo territorial armónico.
La Provincia cuenta con un litoral amplio y con enormes espacios sub-utilizados. Un modelo de ocupación de alta calidad ambiental podría generar un impulso inmobiliario y turístico extraordinario y sin dudas debería concebirse con una perspectiva sofisticada que combine cuidado del paisaje con actividad económica.
En séptimo lugar, la Provincia posee ciudades extraordinarias, que pueden y deben constituirse en nodos de desarrollo, no solo por disponer de una base económica diversificada, sino por ser referencias de calidad en servicios públicos, oferta cultural y vínculo hacia las oportunidades globales. Un ejemplo de eso es Bahía Blanca y su potencial logístico-industrial.
Por último, lo más importante, la Provincia en vez de vociferar contra la Ciudad de Buenos Aires debe ser socia y contraparte de un ambicioso programa metropolitano, que genere nuevas centralidades, que organice la movilidad, que promueva la generación de suelo urbano y adecue la provisión de suelo industrial, que racionalice la oferta de servicios públicos, y que rompa la tendencia a la segregación espacial y social. El Área Metropolitana tiene mucho para crecer en eficiencia, calificación económica e inclusión, y puede hacerlo con directrices claras y trabajo colaborativo entre municipios, Provincia y CABA. El futuro socio-ambiental del AMBA depende de que pueda darse un programa económico concertado, orientado a actividades con potencial competitivo y apalancado en estímulos financiables.
Sin dudas, se trata de solo ocho iniciativas, pero juntas constituyen una visión, que puede sintetizarse así: la Provincia puede ser más equilibrada y más justa, nuestra calidad de vida crecerá junto con la economía. Nada nos será regalado, y un futuro mejor es posible trabajando duro, atrayendo talento, facilitando la actividad económica y mejorando nuestra conversación pública.
Una temporada de verano buena es como una golondrina ocasional. La Provincia necesita una visión.
Las deudas sociales no se saldarán con voluntarismo, el orden territorial no mejorará porque defendamos el status quo, o propongamos cambios irreflexivos, la seguridad no depende de los gestos ampulosos de un ministro, ni los servicios públicos de anuncios huecos.
Salvo honrosas excepciones, llevamos décadas de anuncios y denuncias: es hora de sostener una visión que nos contenga y a partir de allí construir e implementar un plan.
El autor es diputado nacional (UCR/ Cambiemos. Pcia. de Buenos Aires)