“Las mujeres ya no lloran, facturan”
“Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”: acaso el despecho de Shakira hacia el marido infiel ayude a cambiar la cultura machista latina. Y no solo eso: también la cultura económica, tan imbuida de atávicos tabúes religiosos sobre la riqueza, el género, los negocios, el dinero. ¿Qué tiene de malo que una estrella pop colombiana y un productor musical argentino, brillantes ambos, logren más al respecto que los duros tratados de la escuela austríaca de economía? ¿Convertir las inhibiciones en virtudes, la culpa en autoestima, la vergüenza en orgullo, la resignación en rescate? Pocos lo admiten, pero siempre fue así: la libertad económica beneficia a la emancipación de la mujer más que mil cruzadas ideológicas. Beneficia a la emancipación de todos, en realidad, de la jaula del conformismo, del chantaje de la tradición.
Cuando leo las proclamas anticapitalistas de algunos movimientos feministas se me caen los brazos: levantan con una mano el muro que con la otra intentan derribar. Miren a su alrededor, estudien la historia sin anteojeras, consulten las estadísticas: nada como la economía mercantil erosiona la cultura patriarcal. Los países menos machistas del mundo son todos capitalistas, son los más secularizados, los mismos, casualmente, en los que la ocupación femenina es mayor. La mujer es más libre donde llora menos y factura más.
Leí reacciones escandalizadas, comentarios moralistas, clases pedagógicas. ¡Cuántos Solones con varita, cuántos psicólogos de TikTok, cuántos sacerdotes de Instagram! Machos y hembras, las hembras aún más enfurecidas que los machos. Que es “igual que los hombres”, que está “vendida al dios dinero”, que es una “madre degenerada”, que gastará las ganancias en psicoterapia para los hijos. Pero Shakira no hace más que renovar el antiguo milagro, el don más preciado del ser humano: transforma la ira en creatividad, el dolor en arte, el arte en costumbres, valores, sensibilidades. Guste más o menos su arte, no importa. Costumbres, valores y sensibilidades ya latentes, ahora gritadas y aceptadas. Valía para el arte antiguo, vale para el arte moderno, que corre como un rayo en las redes sociales. ¿El mensaje? La esfera económica no es menos crucial para la autonomía femenina que la sexual.
¿Shakira solo quería vengarse de su esposo? ¿Tapar la herida ganando dinero a raudales? ¿Reparar las humillaciones al son de aplausos y millones? No sé, no creo, no juzgo: ¿en calidad de qué? Es irrelevante. La historia no discurre por caminos preestablecidos, los valores no se imponen ex cathedra, los efectos casi nunca son previstos por la intención de quienes los provocan. No se trata de Shakira y Piqué, sino de que todos somos, hemos sido o podemos ser Piqué o Shakira. Muchos hemos vestido los roles de ambos en el curso de la vida. La trama es banal y antigua como la humanidad: él, ella y la otra, ella, él y el otro. Pero precisamente su banalidad la hace universal, familiar para todos, terreno fértil para medir cambios en la sociedad y la mentalidad. Así que preparémonos para menos lágrimas y más facturas, para chicas orgullosas de la independencia económica, sólidas en el pedestal del éxito profesional: no es una noticia nueva pero es buena, disparada con tremendo estrépito desde una canción popular, bailada y cantada de un extremo al otro del continente.
Algunos estallarán de disgusto, de fastidio al ver mezclados lo sagrado y lo profano. Pero aunque el quinto canto del “Infierno” de Dante nos suene más noble y atormentador, la historia de Paolo y Francesca no es tan diferente: un matrimonio fallido, un amor infiel, un sentimiento prohibido, una venganza salvaje. De hecho ha sido cantada y musicalizada mil veces, llorada y evocada. Es una historia atroz e injusta, conmovedora y disruptiva. Y universal. No pensamos en ellos en carne y hueso: ¿quién los conoció? Es posible que no nos hubieran caído bien. No, chisporroteamos de indignación contra las costumbres que sacrificaban el amor en el altar del matrimonio concertado, aún vigente en muchas partes del mundo; contra la tradición que antepone los dogmas sociales a los sentimientos personales, la convención a la libertad, la obediencia tribal al destino individual. Fuera o no su intención, el arte de Dante asestó un duro golpe a las primeras y a la segunda, sembró las semillas del cambio cultural. Lo que entonces parecía normal nos parece hoy atroz.
¿Shakira como Dante? Me gusta provocar. Pues sí: ¿por qué no mezclar géneros, alto y bajo, bajo y alto, divino y humano? ¡Pero más actual, sutil, desinhibida! No mata al infiel como Gianciotto mató a Francesca, se burla de él en rima. Más civilizado, ¿verdad? No lo envía a sufrir entre los lujuriosos, donde Alighieri envió a los amantes a purgar sus pecados, lo “salpica” con ironía. Menos sangriento, ¿verdad? No se venga invocando machicidio o femicidio: ¡factura! Dicen que el progreso no existe, que es un fetiche, que el bienestar material es proporcional a la decadencia moral, que las cosas estaban mejor cuando estábamos peor. Que nuestros antepasados eran más felices, los más pobres son más puros, la humanidad va a la deriva, el apocalipsis está a la puerta. Que la modernidad es mediocridad: vivan los héroes, viva la muerte. Cosas escuchadas mil veces, generación tras generación. ¿Será verdad? ¿O son clichés?