Las mujeres impulsan un nuevo modo de hacer política
"Nunca pensé que iba a decir esto, pero comparto cada palabra dicha por Agustín Rossi", tuiteó una militante radical la noche del 14 de junio. "Nunca pensé que iba a decir esto, pero bien Fernando Iglesias", tuiteó una joven militante kirchnerista esa misma noche. Con palabras similares, esos dos tuits se repitieron una y otra vez durante la sesión en la que la Cámara de Diputados discutió la ley de despenalización del aborto. Esos tuits, y otros similares, condensan el paso gigante que dio la sociedad argentina en los últimos meses. Por primera vez, no solo en nuestra democracia, sino en nuestra historia como nación, los ciudadanos logramos debatir y aglutinarnos pacíficamente según nuestras propias convicciones, trascendiendo cualquier otro tipo de divisiones. No solo eso, sino que ese debate se trasladó al Congreso Nacional y, también allí, por primera vez en décadas, nuestros diputados argumentaron y votaron sin seguir lineamientos partidarios ni consignas proselitistas, sino atendiendo al peso de los argumentos.
Las protagonistas y las impulsoras de este cambio de paradigma en la política nacional son las mujeres. El fenómeno ocurrió en los hogares y en las plazas, en la capital y en las provincias. Sin polarizaciones irracionales, sin violencia verbal ni de la otra, las mujeres llevaron a la práctica una concepción de la democracia mucho más profunda que aquella a la que estamos acostumbrados, y nos enseñaron que, mucho más que votar por los candidatos de un partido determinado cada dos o cuatro años, la verdadera democracia, la más igualitaria, es aquella en la que las ideas, los programas y los proyectos se discuten y se votan de manera transversal, con independencia de los lineamientos partidarios.
Este cambio superador en nuestro modo de hacer política se puso en evidencia tanto con el resultado de la votación en la Cámara de Diputados como con lo que pasó en muchos hogares en los que madres e hijas -y padres e hijas- que no compartían posiciones pudieron entender la diferencia como el inicio de una conversación más profunda, en vez de como mero distanciamiento. "Mamá es muy religiosa. La idea de abortar la espanta", tuiteó la periodista Malena Rey. "Hace unos días le dije algo que tenía atorado en la garganta desde hacía años: que lamentaba profundamente si en algún punto mis ideas y mi trabajo la herían. Que no es mi intención lastimarla, pero me siento llamada por esta causa. Y ella me respondió que estaba orgullosa de mí. Que siempre iba a estar orgullosa de mi pasión, de mi trabajo". A diferencia de los dolorosos distanciamientos familiares que ocurrieron en 2008 durante la discusión del proyecto de ley sobre las retenciones a las exportaciones de granos, esta vez no juzgamos la calidad moral de las personas por sus ideas: en vez de familias divididas por una grieta ideológica fomentada desde el poder, ahora encontramos a familias que se reconocen y acercan en la diferencia.
Sin los vicios de la política tradicional, las mujeres ocuparon la calle y presionaron al sistema desde adentro, pero también, y sobre todo, desde afuera, hasta provocar un ejercicio de activación pacífica sin precedente entre nosotros. Las mujeres lograron hacer oír su voz ejercitando un liderazgo transversal, sin jefes unilaterales. La incorporación masiva de adolescentes y jóvenes de entre 14 y 24 años es otra característica impactante de lo que sucedió durante las últimas semanas, tanto como la transversalidad de la participación, que superó diferencias sociales, ideológicas y religiosas.
El único momento similar en la historia argentina ocurrió hace exactamente un siglo, entre marzo y octubre de 1918, durante la Reforma Universitaria, con la no pequeña salvedad de que entonces hubo enfrentamientos violentos. Cabe recordar el manifiesto liminar de la Federación Universitaria titulado "La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica", que finaliza diciendo: "La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio en los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa". Si hoy hubiera un manifiesto femenino, podría culminar con palabras semejantes: "Si las mujeres han sido capaces de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérseles la capacidad de intervenir en el gobierno de sus propios cuerpos".
Las mujeres están construyendo una nueva manera de hacer política en nuestro país. Una manera pacífica, transversal, abierta, inclusiva. Quizá sin proponérselo también estén abriendo el camino a la democracia deliberativa, ese sistema en el que la discusión de ideas, programas y proyectos es el centro de la toma de decisiones y en el que, precisamente, la discusión, y no solo el voto cada dos o cuatro años, es la fuente de legitimidad de la ley. La discusión por la ley de despenalización del aborto ahora ha pasado al Senado. ¿Serán, también ellos, lo suficientemente dialoguistas, tolerantes y democráticos como para debatir con el respeto con que se hace en la calle y en el seno de las familias, y con la misma libertad partidaria con que hace pocas semanas lograron hacerlo los diputados?
El feminismo, esa expresión social que pide igualdad de derechos y oportunidades sin que importe el género, el color o la condición social, es el factor neurálgico de las transformaciones en marcha. Sucede porque las mujeres se interrogaron e iniciaron un tránsito emocionante, incluyendo en la revisión aquello que más duele. Lo hicieron a solas o de a puñados, en los trabajos, en los barrios y en las universidades. Cuestionaron los roles asignados y el sometimiento. Intercambiaron sobre la naturaleza de las múltiples agresiones, las de las palizas, las de las palabras, las del desdén. Señalaron a las instituciones que prodigan el maltrato y la postergación y salieron a decir sin ambages: basta de coartadas frente a la desigualdad y las barreras a los derechos. No más simulaciones, abajo el disfraz.
Tenemos frente a nosotros un liderazgo diferente. Se trata de un liderazgo transversal, más honesto, que hace con alegría y convicción, a pesar de las circunstancias muchas veces adversas. Este modo resolutivo diferente, este nuevo camino, tal vez logre quitarnos un poco de la angustia frente a los otros sucesos de orden económico y político que también nos conmueven en estos tiempos. La eterna repetición de los mismos errores, esa rueda sin salida en la que nos vemos envueltos los argentinos una y otra vez, nos está diciendo que el viejo modo de pensar, de ejercer la política y de organizarnos es obsoleto. En ese millón de personas que salieron a la calle, en esas mujeres, en todos esos varones que las apoyan y acompañan hay un lineamiento de futuro. Todos ellos, pero también todos quienes respetan la posición de ese colectivo femenino mayoritario, aunque no la compartan, inauguran un camino promisorio de ejercicio democrático más profundo en nuestro país.
En la historia de las naciones hay temas que se instalan por motivaciones políticas y muchos otros que obedecen a intereses corporativos -sindicales, judiciales, militares, eclesiales, empresariales o del gobierno de turno- cuyas razones profundas no se declaran abiertamente. Lo extraordinario ocurre cuando la ciudadanía toma un tema en sus manos, se lo apropia, lo arranca de las picardías de unos pocos y, sacándole las vestiduras hipócritas, lo exhibe en su verdadero contenido trascendente para mostrar, ante los ojos de todos, al rey desnudo. Eso, exactamente, es lo que han hecho, lo que están haciendo ahora, las mujeres argentinas.
Mori Ponsowy y Sergio Elguezabal