Las mafias siguen y van por más
Apenas hace una semana nos conmovía la muerte del padre Juan Viroche, que fue hallado ahorcado en la iglesia de la localidad de Florida, en Tucumán. Aún hoy hay versiones contrapuestas acerca de las causas y los momentos previos a su muerte. Esto no es una cuestión menor. Necesitamos claridad en la investigación judicial de la muerte de este sacerdote que había denunciado públicamente la venta de drogas en su comunidad, así como otros males que la aquejan.
Pero lo que a nadie escapa es cómo operaron las mafias del crimen organizado. Y siguen y van por más. Por todo.
La voz profética que denuncia muestra lo que pasa, y es molesta e incómoda para quienes están instalados en la mediocridad. Es una voz que despierta deseos de compromiso por la justicia en unos, como se vio en la multitud de fieles, vecinos y amigos del padre Juan que lo despidieron en su velatorio, y rencor y odio en otros.
¿Quiénes son esos otros? Son los mismos grupos que están con el "negocio" de la trata de personas para la explotación laboral o sexual, con el tráfico de armas, esas mismas armas que luego llegan a otras manos para otros delitos con los cuales también nos conmovemos.
Estos grupos, que pretenden moverse en la impunidad, aprietan y amenazan a muchos referentes sociales que trabajan en los barrios: docentes, catequistas, directivos de clubes.
Desde Roma, el papa Francisco nos dice acerca de la corrupción: "Esta llaga putrefacta de la sociedad es un grave pecado que grita hacia el cielo, pues mina desde sus fundamentos la vida personal y social".
Y es así. La corrupción corroe la confianza del pueblo en las instituciones de la democracia y desalienta las esperanzas de un país más justo y solidario.
Digamos con fuerza: ¡paren de robar! ¡Paren de matar! Algunos andan a plena luz de día y se muestran con desfachatez, como si nadie se diera cuenta. Piensan que tienen la impunidad garantizada mediante la violencia y el dinero. Sin embargo, en el último tiempo se han ido conociendo testimonios que de a poco corren el manto que oculta y esconde la verdad del horror.
Muchos de los que salieron a las calles a despedir conmovidos los restos del padre Juan acompañaron el cortejo clamando por "justicia", mientras desestimaban que el padre se hubiera quitado la vida.
La gente los conoce. La gente los huele. A estos delincuentes mafiosos Francisco los llama a la conversión, a cambiar de vida, aprovechando el Año de la Misericordia: "Ante el mal cometido, incluso crímenes graves, es el momento de escuchar el llanto de todas las personas inocentes depredadas de los bienes, la dignidad, los afectos, la vida misma. Permanecer en el camino del mal es sólo fuente de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto. Dios no se cansa de tender la mano" (Misericordiae Vultus, 19).
No bajemos los brazos, argentinos. Sigamos trabajando por una Argentina con esperanza, con proyectos, sin corrupción ni mafias.
Dios escucha el clamor de su pueblo. La corrupción, el odio y la muerte no serán la última palabra de la historia. Esas palabras serán la justicia, el amor y la vida.
Obispo de Gualeguaychú, presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social y arzobispo coadjutor electo de San Juan de Cuyo