Las madres en pandemia
La pandemia del Covid-19 no es sólo una cuestión sanitaria; sino que provoca una profunda conmoción y reconfiguración en nuestras sociedades y economías. Por lo cual, siento la imperiosa necesidad de afirmar algo que a esta altura debiera ser obvio: hay más madres en las puertas de los colegios porque en nosotras recaen las tareas de cuidado. Y si bien, somos las principales afectadas, es el núcleo familiar entero el que sufre las consecuencias de la falta de empatía presidencial hacia los padres, los abuelos, y todos aquellos miembros familiares que son parte también del cuidado de nuestros niños.
Como señala ONU Mujeres, cargamos con las labores de cuidados y respuesta frente a la crisis en curso. Cada día somos muchas mujeres (médicas, enfermeras, anestesistas, docentes, empresarias, emprendedoras, comunicadoras, voluntarias comunitarias, encargadas de transporte y logística, científicas y muchas más) que realizamos aportes fundamentales en esta pandemia. Aun así, la mayoría de quienes prestan cuidados en los hogares y en nuestras comunidades somos nosotras.
Diversas fuentes y estudios coinciden en que las mujeres son la población más afectada por la pandemia y aislamiento en sí, y en sus efectos. En ese sentido, se advierte el carácter económico y laboral de las consecuencias, como así el aumento de la violencia contra las mujeres, el incremento de la carga del trabajo doméstico y de cuidado con un fuerte correlato en la mayor demanda de ayuda y monitoreo para las actividades escolares virtuales. Esto es algo que ya debiéramos haber aprendido. Sin embargo, buscan responsabilizarnos, por llevar a nuestros hijos al colegio, de la situación epidemiológica que estamos viviendo, y nuevamente se toman medidas que arrojan a muchas otra vez al seno familiar.
Esto es grave. El confinamiento, lo vimos el año pasado, obliga a las mujeres a estar encerradas con sus maltratadores. Teniendo en cuenta que el hogar es el lugar más peligroso para las mujeres, el encierro hace que se incremente el riesgo de violencia contra ellas en la medida en que aumenta el tiempo de convivencia; se generan conflictos alrededor de cuestiones domésticas y familiares; la violencia se prolonga sin que sea interrumpida y se genera una percepción de seguridad e impunidad del agresor.
Otra consecuencia del confinamiento es la crisis del cuidado. Con el encierro se ha aumentado la carga global del trabajo sobre nosotras. Según la OIT, las mujeres tenemos a cargo el 76,2% de todas las horas del trabajo de cuidado no remunerado, más del triple que los hombres, situación que se agrava considerablemente para aquellas madres de hijos en edad preescolar o que no pueden por sí solos utilizar la modalidad virtual. Y mucho más aún, en aquellas familias en las que algún familiar sufre padecimientos crónicos.
Es decir que, si el Presidente ve madres y familiares de los niños y niñas en las puertas de los colegios, es porque son los que se ocupan de su cuidado y se encargan de llevarlos al colegio, aunque haya hecho declaraciones con un fuerte sesgo de género. En caso de cerrar nuevamente las escuelas, en el caso de las madres que trabajamos, además de llevar adelante las tareas domésticas y de cuidado, ¿deberíamos renunciar a sus trabajos para cuidar a nuestros niños? ¿O es que los niños se pueden cuidar solos? ¿Quién garantiza que no terminen en la calle o en manos de la banda del barrio?
Ya partimos de la base de que las mujeres son más pobres que los hombres y que representan una gran proporción de la economía informal en todos los países y los datos indican que los sectores de la economía más perjudicados por las medidas de aislamiento social afectan de modo importante a las mujeres.
Es por todo esto que a la hora de tomar medidas para paliar la pandemia que estamos viviendo se deben contemplar todas las dimensiones de la realidad de las familias argentinas. Los datos hablan, nos grafican las condiciones en las que la política opera. No podemos tomar decisiones sin contemplar esos datos. Es inadmisible que hoy nuevamente la escuela cierre, cuando los datos nos dicen que las aulas son ámbitos de detección del virus, y no de propagación; o cuando los datos nos dicen que un millón y medio de chicos se quedaron fuera del sistema en el último año; y donde la virtualidad no está siendo una herramienta de igualdad de oportunidades.
La decisión de mayores restricciones debe estar acompañada de medidas de cuidado y acompañamiento que garanticen o mantengan nuestra autonomía, que promueva la igualdad de género en el seno del hogar y que nos proteja de la violencia a la que históricamente fuimos sometidas.
Entonces, señor Presidente, las familias y especialmente las madres somos responsables de nuestros hijos; y por nuestros hijos reclamamos las aulas abiertas con los protocolos correspondientes.
Diputada provincial de la CC ARI-Juntos por el Cambio y titular de la Asamblea Nacional de la CC ARI