Las lecciones de Pascua
Enseñar acerca de la libertad parece tratar un tema comprensible, pero es una de las materias más complejas y decisivas en la historia humana
De acuerdo al ritual de la Pascua hebrea debe celebrarse en las dos primeras noches de la festividad en la diáspora, y sólo en la primera en Israel, una cena especial reglada por múltiples pasos de gran contenido simbólico. Su primer objetivo es el de recrear la última cena de los ancestros en la tierra de Egipto, hace más de 3300 años, previo a su salida a la libertad, con el fin de narrar elocuentemente la historia a los hijos. El Pentateuco prescribe en cuatro oportunidades el sentido pedagógico, de transmisión, que debe tener esta cena (Éxodo 10:2; 12:26-27; 13:8; 13:14), enfatizando la importancia de esta lección que los padres deben brindar a sus hijos.
Enseñar acerca de la libertad parece a primera vista tratar un tema evidente y naturalmente comprensible, sin embargo se trata de una de las materias más complejas y decisivas en la historia humana. Una vez finalizada la segunda guerra mundial, cuando se buscaba afanosamente una hipótesis para comprender cómo es que el pueblo alemán, en cuyo seno se gestaron durante los primeros decenios del siglo XX los avances más significativos en las ciencias y artes, pudo caer ante el embrujo de un demente, Erich Fromm escribió su famoso "El miedo a la libertad". Es la misma búsqueda que emprendió Hannah Arend y plasmó en su muy conocido libro "Los orígenes del totalitarismo". El sentido profundo de ser libre mostró ser no tan simple ni sencillo al igual que en el pasado remoto.
Enseñar acerca de la libertad parece a primera vista tratar un tema evidente y naturalmente comprensible, sin embargo se trata de una de las materias más complejas y decisivas en la historia humana.
La realidad mundial presente muestra a las claras cuán lejos se halla la humanidad de haber adquirido la comprensión profunda de dicho concepto. Las sociedades que siguen idolatrando ideas o individuos viendo en ellos la fuente redentora a todas sus penurias, los individuos que, aun habiendo adquirido vastos conocimientos en distintas disciplinas, venden su dignidad por dinero y posición social, son meros ejemplos de una falencia espiritual de la que la Biblia nos advierte dramáticamente y conmina a superar.
El actuar impulsivamente, sin análisis crítico alguno. El embriagarse satisfaciendo los más bajos instintos sin tener conciencia de un límite, son manifestaciones de una realidad en la que dominadores y dominados le rinden pleitesía a deidades que llenan miserablemente el templo idolátrico erigido en la realidad postmoderna del presente, tan vasta en sorprendentes avances tecnológicos y pletórica del paganismo más abyecto. Una de las expresiones que se repite en el relato bíblico es el que Dios ha de juzgar no sólo al Faraón, déspota esclavizador, sino a sus deidades, en las que depositaba su fe y a través de las que justificaba su poder y accionar (Éxodo 12: 12; Números 33: 4). La historia no ha sido superada aún.
La Biblia no sólo enuncia conceptos y normas genéricas con las cuales organizar una sociedad de justicia, condición necesaria para garantizar la libertad de sus miembros, sino que también explicita la quintaesencia de los mismos.
La Biblia no sólo enuncia conceptos y normas genéricas con las cuales organizar una sociedad de justicia, condición necesaria para garantizar la libertad de sus miembros, sino que también explicita la quintaesencia de los mismos.
En el capítulo 25 de Levítico se enumeran un conjunto de normas para garantizar la justicia social. Cada familia ha de tener un terreno inajenable de su propiedad. Si sus miembros no pueden trabajarlo para obtener frutos del mismo, se lo podrá arrendar. La tierra será trabajada seis años y en el séptimo descansará. Luego de siete ciclos, descansará también en el año quincuagésimo, llamado jubileo. En dicho año caducan todos los arriendos y la tierra vuelve a sus dueños. Los latifundios y la miseria que éstos generan, son constreñidos mediante esta norma, rudimento de lo que se conoció en el siglo XX como "reforma agraria".
La ayuda al prójimo para que pueda vivir con dignidad, es detallada en este capítulo que finaliza con el versículo: "Pues para Mi son los hijos de Israel servidores: Mis servidores son, los que he sacado de Egipto. Yo soy el señor vuestro Dios" (55) Sólo el hombre libre puede servir a Dios y mediante la justicia social y la equidad se puede alcanzar tal condición.
Debe haber condiciones mínimas de educación, cultura, alimentación, salud y todo lo necesario para una existencia digna, a fin que todos los miembros de la sociedad se hallen hermanados en sus condiciones de vida.
Pero, ¿cómo definir existencialmente la equidad social? Más allá de las normas y los tecnicismos legales, ¿qué es la equidad social que garantiza la libertad plena de los miembros de una sociedad que se halla reglada por un sistema jurídico y se considera libremente organizada?
El versículo 36 de dicho capítulo otorga la respuesta requerida: "Y vivirá tu hermano contigo". No basta con otorgar dádivas, ni mitigar humildemente el hambre. Debe haber condiciones mínimas de educación, cultura, alimentación, salud y todo lo necesario para una existencia digna, a fin que todos los miembros de la sociedad se hallen hermanados en sus condiciones de vida. No basta con ayudar a aquellos que se encuentran "fuera del sistema", todos deben hallarse en el sistema, cual hermanos que comparten armoniosamente sus vidas bajo un mismo techo. Sólo entonces el mensaje último de la gesta de Egipto adquiere su sentido último. Hablar de redención implica referirse al cumplimiento de este proyecto de vida. Es por ello que la liturgia judía enseña que debe recordarse la historia de la salida de Egipto todos los días y todas las noches de la vida.
Si bien las sendas entre cristianos y judíos comenzaron a divergir, al mirarse los unos a los otros, a través de los siglos, recordaban su común origen y la esencia del desafío existencial que los acerca.
La última cena narrada en los textos de los Evangelios es con la que Jesús y sus discípulos celebraron la Pascua en Jerusalem, una de las tres festividades de peregrinación a la ciudad y al Templo que se hallaba en su centro. Estableció en esta comida ritual -en la que, al igual que a la sazón, hasta el presente sus hermanos judíos sólo ingieren pan ácimo, pan de pobreza - la eucaristía. El tema que analizaron siguió siendo el mismo: la redención del individuo y de la humanidad. ¿Cómo erigir una realidad en la que la dignidad humana se manifieste sobre la faz de la tierra en su máxima expresión a fin que la presencia del Creador sea más manifiesta a los ojos y corazones de muchos? Fue, es y seguirá siendo la pregunta cuya respuesta debe ser inquirida por cada generación. Es la que debiera ser, por otra parte, esencial en el diálogo entre judíos y cristianos, especialmente al rememorar la historia de esta festividad que ambos denominan con el mismo vocablo, ya que Pascua es una deformación del arameo Pasja, que deriva del hebreo Pesaj.
Si bien a partir de entonces las sendas entre cristianos y judíos comenzaron a divergir, al mirarse los unos a los otros, a través de los siglos, recordaban su común origen y la esencia del desafío existencial que los acerca. Antiguas lecciones comunes volvían a la memoria junto a su sempiterno mensaje y una renovada esperanza.