Las lecciones de "Metegol"
Bucea en nuestro espíritu y nuestra historia como argentinos para recordarnos el valor del largo plazo
El diccionario de la Real Academia Española define un vicio como la falta de rectitud o defecto moral en las acciones. Desde la economía es posible intentar otra descripción: un vicio es algo que provee una recompensa moderada inmediata pero a un costo importante en el largo plazo. Por oposición, la virtud es la disposición a realizar un esfuerzo en el presente a cambio de un premio futuro. Y nuestra fuerza de voluntad para ser virtuosos hoy depende en gran medida de la capacidad para imaginarnos el impacto de nuestras acciones en el mañana.
Pensá, por ejemplo, en el cigarrillo. Si te preocupa tu salud dentro de unos años, serás menos proclive a fumar. Pero, si sos un soldado en medio de una guerra con bajas posibilidades de supervivencia, seguramente cederás a la tentación porque lo que te vaya a ocurrir depende muy poco de cuánto te resistas a prender ese cigarrillo.
Esto que nos ocurre a las personas es extensivo a la sociedad en general: si la afectan crisis recurrentes que desconectan las acciones de cada individuo de los resultados obtenidos, sencillamente se torna más viciosa. O, para decirlo de otra manera, más cortoplacista. Esta es, quizás, la patología más importante que tenemos los argentinos y la fuente de muchos de nuestros padecimientos (si te interesa el tema podés ver aquí la charla que di en TEDx Rosario acerca de economía de la ansiedad.
Nuestra fuerza de voluntad para ser virtuosos hoy depende en gran medida de la capacidad para imaginarnos el impacto de nuestras acciones en el mañana
El sábado tuve la suerte de asistir al preestreno de Metegol, el largometraje animado de Juan Campanella. La película es un prodigio técnico y artístico de un nivel igual o superior a la de los productos más famosos de Walt Disney o Pixar. Pero es mucho más que eso: es una emocionante lección (o varias) acerca de la importancia de romper con nuestro cortoplacismo.
Conociendo las habituales dificultades que suele presentar la Argentina para llevar a cabo cualquier proyecto, la existencia de Metegol es casi milagrosa. Su producción, que llevó cinco arduos años, representa un ejemplo de vocación de trabajo y de persistencia, de talento e inteligencia, de capacidad de liderazgo y labor de equipo. Es decir, de la capacidad individual y colectiva de realizar esfuerzos contra viento y marea durante un lustro entero. Los apoyos internacionales obtenidos demuestran que, aun con los obstáculos del contexto, si somos rigurosos los argentinos todavía podemos seducir al mundo. En tiempos de un pesimismo gris, de una sociedad nuevamente atrapada por la incertidumbre, es inspirador ver lo se puede lograr con visión, paciencia, dedicación y profesionalismo.
También la trama de Metegol deja lecciones. Porque trata de lo que es nuestro, de lo que fue nuestro, de lo que podemos volver a tener. Tiene que ver con valores perdidos, e inconsciente o silenciosamente añorados. Con sus bellos dibujos Metegol nos emociona e interroga: ¿cuándo es que extraviamos nuestra esencia?, ¿hace cuánto que empezamos a deslumbrarnos con fuegos de artificio y dejamos de defender lo que es más preciado?
¿Cuándo es que extraviamos nuestra esencia?, ¿hace cuánto que empezamos a deslumbrarnos con fuegos de artificio y dejamos de defender lo que es más preciado?
Esas, claramente, no pueden ser preguntas dirigidas sólo a un gobierno sino que nos interpelan más ampliamente como sociedad. Por eso, a pesar de los numerosos guiños del film a las últimas décadas locales, resulta mezquina la pretensión de muchos de utilizar la figura de su director con argumentos políticos. Ni esconderse debajo de la sotana del Papa Francisco ni colgarse del Oscar de Campanella tienen el poder de cambiar nuestra realidad.
Como otras historias de antihéroes devenidos en salvadores, el periplo de Amadeo –el protagonista- hacia la madurez se sustenta en algunos pilares clave. En este caso, a la entrega frente al desafío se le suma la concepción de que la fortaleza, tanto personal como grupal, proviene de comprender lo que cada uno puede aportar. Frente a un villano más poderoso, que habla de "mi pueblo" sólo porque lo compró y está deseoso de revancha porque no puede olvidar su único fracaso, Amadeo nos recuerda que ganar es algo muy diferente a derrotar al otro: es encontrarse a uno mismo, es mantenerse fiel a los principios. Y que para eso de nada vale recurrir a atajos y trampas.
Metegol bucea en nuestro espíritu y nuestra historia como argentinos para recordarnos el valor del largo plazo. Tanto su existencia como su guión son metáforas de la virtud: abrazar el esfuerzo de hoy como un costo indispensable para poder obtener una recompensa mucho mayor mañana. Porque para construir un futuro no sólo hay que soñarlo, sino también apostar por él. Como le inculca Amadeo a su hijo: para ver, primero hay que creer.