Las "invisibles" plazas italianas
En las primerísimas páginas de La idea de ciudad. Antropología de la forma urbana en el mundo antiguo, un libro que habría que leer como el correlato documental de Las ciudades invisibles de Italo Calvino, el arquitecto Joseph Rykwert señala que nos imaginamos las ciudades como si fueran un entramado de construcciones que crecen más o menos imprevisiblemente, con calles que son nervaduras, y plazas que son claros y que abren, de manera semejante a un desgarro, ese entramado. Pero esto es una persuasión engañosa, las ciudades no crecen como naturaleza, son diferentes entre ellas y cambian por caprichos, como cuenta Tácito en los Anales que Nerón (después de incendiarla) decidió reconstruir a su manera Roma. Para Le Corbusier, por ejemplo, el Panteón era el epítome de Roma. Tal vez lo sea, pero Roma es, casi como ninguna otra ciudad, una sobreimpresión cronológica. En el mismo ensayo (La ciudad del futuro) al que pertenece la idea anterior, Le Corbusier soñaba con ver la Place de la Concorde "vacía, solitaria, silenciosa".
El sueño de Le Corbusier se cumplió últimamente, y por las peores causas, en Italia. Un poco como celebración del Día de la República de este año, el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación Internacional del gobierno de Italia publicó Le Piazze (in)visibili, un volumen que, ya desde el nombre, constriñe la imaginación de Calvino a esos claros urbanos que son las plazas, espacios que ahora, hasta hace nada, estaban vacíos y eran, por lo tanto, invisibles, puesto que no había nadie que los mirara.
El arquitecto Rykwert no es del todo ajeno a la cuestión. El libro incluye un epílogo suyo en el que tienta una historia concentrada de la piazza (palabra que por lo demás obtuvo carta de ciudadanía hacia la Edad Media), cientos de piazze italianas, que comportan, según Rykwert, una singularidad más o menos recurrente: que todas son collage de lo antiguo y lo moderno, cosa que, a su vez, las convierte en compendio y metáfora de la ciudad entera en la que se sitúan. Le Piazze (in)visibili despliega esa condición en fotos (varias de Olivo Barbieri) y ensayos de autores convocados por el editor, Marco Delogu.
La primera de todas las colaboraciones reúne a Barbieri y Edoardo Albinati. El objeto es la Piazza del Popolo, y Albinati hace notar algo que no se le escapa a nadie y que la foto captura de sin forzamiento: "Tanto para quienes viven en Roma como para quienes no, la Piazza del Popolo es siempre una alucinación, un efecto óptico comparable a los descriptos por Henri Michaux bajo los efectos de la mescalina en Miserable milagro". Basta la alusión para ponerle palabras al vértigo de esa forma elíptica. Sin salir de Roma, el poeta Valerio Magrelli va más lejos cuando escribe sobre la Piazza Navona: "Voy a decirlo claramente: la Torre Eiffel es la copia exacta de la Fuente de los Cuatro Ríos de Gian Lorenzo Bernini". La conjetura es inverificable, y es probable que sea efecto de la observación en condiciones muy diferentes de las habituales (el escrito de Magrelli está fechado el 15 de abril). Por su lado la descripción que deja Jhumpa Lahiri de la Piazza di Santa Maria in Trastevere hace pensar en los paisajes metafísicos de Giorgio De Chirico. El 30 de abril, el Duomo de Milán, sin el trajín de las visitas al shopping cercano, le revela a Helena Janeczek, "nuestra ajetreada insignificancia", lo que termina siendo una muy buena definición de la meta de toda catedral.
Acaso únicamente en Italia ocurre que la plaza es refugio, para comer o para pasar la noche, o para nada en particular. Puede ser porque la palabra piazza, y lo que nombra, tiene sentidos más complejos que "plaza". Lo dice mejor Giorgio van Straten, cuando escribe sobre la Piazza Santa Croce, de Florencia: "Una piazza que está desierta unos minutos es hermosa; pero pasado ese tiempo la situación resulta intolerable porque es un hecho antinatural".