Las instituciones determinan el comportamiento social
Las reglas de juego son instituciones que constituyen una suerte de restricciones creadas por las personas, formales como las leyes, o informales, como los hábitos, para dar forma a la interacción. Ellas generan incentivos en el intercambio, ya sea político, social o económico.
La generación del 37 entendía la importancia de las instituciones. Las ideas, los dogmas, los prejuicios y las ideologías son aceptados por los primeros pensadores de la Argentina, como un marco obligado para comprender las decisiones que las personas toman en condiciones de incertidumbre. En suma, son las instituciones –que la propia gente construye- las que determinan el comportamiento social.
Las instituciones cambian. Y, al hacerlo, no todas resultan buenas, sino que muchas degeneran y se convierten en elementos adversos al desarrollo. En su Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853, Alberdi afirma: “No se aniquila un régimen por un decreto sino por la acción lenta de otro nuevo, cuya creación cuesta el mismo tiempo que costó la formación del malo, y muchas veces más, porque el destruir y olvidar es otro trabajo anterior”.
Douglass C. North (premio Nobel de Economía) sostiene que las distintas percepciones sobre los mismos problemas están basadas en el aprendizaje adquirido a lo largo del tiempo. Abarca no sólo las experiencias vividas; también, las acumuladas a través de varias generaciones.
North muestra cómo aquellos sistemas políticos que han diseñado instituciones positivas para bajar los costos de transacción son las que precisamente han logrado mayor grado de desarrollo.
Estas instituciones deben estar respaldadas por organizaciones interesadas en su perpetuación y que consoliden verdaderos regímenes democráticos. Además, es necesario que se adapten a las tecnologías imperantes.
En etapas populistas, determinados comportamientos, perversos, se hacen carne en la dirigencia y la sociedad no reacciona, por lo que se convierten en instituciones informales. Pasan a ser parte de la cultura.
El lenguaje es una muestra de institución que tiene lados negativos. Existen, por ejemplo, expresiones tan argentinas como “chanta” o “garca”. Estos términos surgen de una sociedad más ligada al juego de suma cero que al de suma positiva, donde la puja por la distribución es más importante que el crecimiento. Son parte de la cultura del saqueo, una institución creciente.
Las personas se apoyan en la adquisición de hábitos cognitivos, antes de que sea posible el razonamiento, la comunicación, la elección o la acción. Cuando los hábitos se convierten en parte de la cultura pasan a ser rutinas o costumbres y, por ende, también son instituciones.
Aquellas naciones con instituciones que han protegido los derechos de propiedad y asegurado su cumplimiento tienen hoy alto un grado de desarrollo. En cambio, las incapaces de reorganizar sus entornos institucionales, no gozan de esta ventaja. Y sufren inestabilidad política y económica.
Otro premio Nobel de Economía, Mancur Olson, se pregunta: ¿por qué algunas naciones son ricas mientras otras son pobres? Y responde: “La idea clave es que las naciones producen dentro de sus fronteras no aquello que la dotación de recursos permite, sino aquello que las instituciones permiten”. Olson utiliza diversas medidas cuantitativas sobre la calidad de las instituciones. Así encuentra que las variables que recogen los efectos de la calidad de las instituciones, como los riesgos de expropiación, la efectividad de las administraciones o el imperio de la ley, son muy relevantes para explicar el crecimiento.
Nuestro país tiene un cuadro institucional, a nivel formal, relativamente positivo. Su debilidad está en las instituciones informales. En etapas populistas, determinados comportamientos, perversos, se hacen carne en la dirigencia y la sociedad no reacciona, por lo que se convierten en instituciones informales. Pasan a ser parte de la cultura. Así, aplaude que no se paguen las deudas; permite altas tasas de inflación por gastar por encima de las posibilidades; transforma depósitos en bonos, etc. Los gobiernos introducen cambios impositivos inesperados y a veces expropiatorios, fijan precios, impulsan licuaciones de salarios y del ahorro por la inflación y “blanqueos” impositivos; y todo ello queda asentado en la historia y permitido.
Lo único que importa sería el presente inmediato. ¿Y lo demás? Ya se verá, cuando llegue...
Ello está relacionado con valores, creencias, normas y hábitos que inciden en a la manera de ver y hacer las cosas. De abajo hacia arriba y viceversa. Claro ejemplo de ello es la “viveza criolla” que idolatra el menor esfuerzo e ignora las normas, el sentido de responsabilidad y la consideración por los demás. Y sus instituciones permiten matrimonios que se suceden para burlar la necesidad de recambio, candidaturas testimoniales y partidos que tienen internas.
Varias son sus manifestaciones como la corrupción, la costumbre de desligarse de responsabilidades y el individualismo extremo. La corrupción toma la forma de prebendas, de inequitativa asignación de los recursos estatales, de apropiación de fondos públicos y de clientelismo. La costumbre de desligarse de la propia responsabilidad y de culpar o de responsabilizar a otros es lo que no permite corregir los errores y mantener un rumbo esperanzador. El individualismo extremo se expresa cruelmente en la poca capacidad para asociación y cooperación. Escribe Borges: “El argentino suele carecer de conducta moral, pero no intelectual; pasar por un inmoral le importa menos que pasar por un zonzo. La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama viveza criolla”.
Si no logramos mirarnos a nosotros mismos, tal cual somos, el diagnóstico será errado y por lo tanto también la solución.
Economista