Las ideas fundamentales de Bartolomé Mitre
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Bartolomé Mitre fue un personaje típico del siglo XIX. Conjugó diversas facetas a lo largo de una extensa vida pública, que lo hizo protagonista decisivo de la historia argentina. Por ello, no se lo puede pensar como un intelectual abocado a la reflexión desapasionada.
Firmó piezas centrales de la cultura letrada de nuestro país, como Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina (tuvo tres ediciones: en 1858, 1877 y 1887, antecedida por un estudio biográfico de 1857), por la que suele ser considerado el impulsor de la historiografía en la Argentina. Sin embargo, a su vez se ha subrayado la conexión entre su labor intelectual y su acción política, a menudo para cuestionar la objetividad de su versión de la historia y desenmascarar sus sesgos políticos.
De esta manera, el primer historiador de la Argentina, o un dirigente que hizo un uso político de la historia, son retratos que suelen convivir al evocar su figura. Sin embargo, son polémicas inconducentes. Implican imputaciones a rasgos que resultan controvertidos en una mirada retrospectiva, porque no necesariamente lo eran en las coordenadas de su tiempo.
Es casi una obviedad decir que las críticas que recibió Mitre por su versión del pasado argentino de parte de figuras como Dalmacio Vélez Sarsfield, Vicente Fidel López o Juan Bautista Alberdi no eran meramente historiográficas. Eran también políticas, porque todos los implicados entendían que sus versiones del pasado resultaban más consistentes que las ajenas, y por lo tanto, más provechosas para el propósito que, por debajo de las polémicas, sí los vinculaba; la consolidación de la Argentina como nación.
En suma, acción y reflexión, política e ideas, estuvieron íntimamente asociadas en Mitre. De modo que poco se lo entendería si se enfatiza el condicionamiento político sobre su trabajo intelectual, o, a la inversa, si se leen sus intervenciones intelectuales en un plano meramente doctrinario, descontaminado de política.
Si todo lo dicho sirve para precisar al personaje y situar sus posiciones ideológicas, esbocemos ahora los principales aspectos de estas últimas. El rótulo más transitado para definirlas ha sido el de “liberal”, que poco dice, ya que puede aplicarse a la casi totalidad de las elites políticas e intelectuales argentinas del período en que vivió Mitre.
En la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX, uno de los sentidos profundos de ser “liberal” era adherir a la construcción de un Estado basado sobre la división de poderes y el federalismo. Es decir, adherir a la Constitución Nacional de 1853/1860, en cuya reforma ese último año Mitre fue protagonista. Conviene recordarlo: para el liberalismo argentino del siglo XIX, el Estado era una condición imprescindible para hacer posible el despliegue de la libertad individual. El componente liberal, entendido de esta manera, es entonces necesario, pero no suficiente, para retratar sus convicciones ideológicas. Otros dos conceptos centrales en su vida son democracia y república.
La Historia de Belgrano, ya se ha dicho, es la obra cumbre del Mitre historiador. Uno de los aspectos que más se destacan de esa versión de la historia argentina, sobre todo porque sirve para enfatizar sus sesgos políticos, es la perspectiva porteña, de Buenos Aires como motor de la revolución y la independencia argentina.
Suele subrayarse que en la Historia de Belgrano Mitre postuló que había una “nación preexistente” a la revolución, o sea, que la argentinidad, el sentimiento nacional, no había sido una consecuencia de Mayo, sino su causa. Se trata de una perspectiva polémica, como es la de situar el origen de la nación en la época colonial y no en la revolución.
Este punto, huella de otra de las marcas intelectuales de Mitre, desborda del romanticismo que Mitre no había conocido solo a través de los libros, sino de la experiencia directa, en su contacto con los emigrados italianos, como el mismísimo Giuseppe Garibaldi, en los años de exilio en Montevideo durante el rosismo. Eso tuvo más pregnancia en el sentido común histórico de nuestro país, al punto de ser la noción menos discutida por los distintos revisionismos que, ya en el siglo XX, cuestionaron la “historia mitrista” por liberal.
En todo caso, un tercer eje destacado de la Historia de Belgrano es que la sociedad argentina tenía entre sus características, que a la vez la hacían excepcional en el escenario hispanoamericano, la igualdad de condiciones, y que, por ello, la democracia era su destino político inexorable. Se ha señalado el eco de la Democracia en América de Alexis de Tocqueville en este planteo. Asimismo, que ese rasgo democrático era distintivo, una vez más, de Buenos Aires, y no del conjunto que luego sería la Argentina. La caracterización democrática resultaría así funcional a la legitimación de la primacía porteña en la conducción política del país.
Sin desconocer todo eso, el Belgrano de Mitre hace de la democracia una marca distintiva de la Argentina, y esa marca se entendía como elemento positivo que ponía al país, al modo de unos Estados Unidos meridionales, a la vanguardia de la civilización política de América Latina. En tanto esta, para Mitre, era sinónimo, precisamente, de expansión de la democracia. Sin olvidar los distintos contextos e intenciones con que fueron escritos, basta leer el Facundo o las Bases, para advertir las diferencias de tono al abordar la naturaleza democrática de la Argentina.
El tercer ingrediente importante para retratar los prismas ideológicos de Mitre, se dijo, es la república. Quizá sea más preciso hablar de republicanismo. Mitre adhirió a la república liberal como forma de gobierno. Pero esto, desde ya, no era nada excepcional en la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX, por lo cual lo realmente importante es destacar su simpatía por una cultura política que valoraba la participación cívica, la virtud como atributo ciudadano, el bien común como horizonte de la convivencia política, y, llegado el caso, la insurrección armada contra gobiernos acusados de despóticos (algo que llevó a la práctica en 1874 y en 1880).
Esta concepción republicana de la política contuvo cierta visión elitista. La versión de Mitre de la historia fue criticada, entre otras cosas, por esa visión que mencionamos. Lo hizo, por ejemplo, Vélez Sarsfield, aunque configurara un rasgo que fue más pronunciado en la labor historiográfica de otro de los adversarios intelectuales de Mitre: Vicente Fidel López.
Como fuere, quizá sea exagerado rotular a Mitre de elitista. Pero es cierto que sus posiciones republicanas se plasmaron en la importancia atribuida a una aristocracia definida por la virtud cívica, idónea para liderar la “inorgánica” democracia argentina.
Esta perspectiva muestra que en las coordenadas del siglo XIX la apelación a una conducción aristocrática y la advertencia de la naturaleza democrática de la política argentina no eran necesariamente contradictorias, a pesar de que ciertamente condujeran a una moderación de los fervores democráticos. En todo caso, la convicción de integrar una aristocracia republicana tampoco fue exclusiva de Mitre. En rigor, sus consideraciones al respecto constituyeron la versión paradigmática de una autorrepresentación de larga vida en las elites argentinas del siglo XIX.