Las “i” revolucionarias de Alberdi
Existe la opinión generalizada de que el mundo ha ingresado en una etapa inédita en el desarrollo de la humanidad, caracterizada por nuevos y crecientes desafíos. Sin embargo, la amenaza de conflictos mundiales y la escasez de alimentos, energía, agua potable y tierras habitables, es decir, la seguridad y el acceso a los recursos, continuarán siendo las dos prioridades eternas de la agenda mundial, como se reveló con mayor crudeza en momentos dramáticos de la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX.
No casualmente la Argentina alcanzó su máxima prosperidad en esas oportunidades, cuando supo ofrecer una respuesta adecuada a las dos principales demandas de aquellos mundos devastados: seguridad y recursos. La respuesta al interrogante acerca de cómo lo logramos está compendiada en dos breves textos: la Constitución Nacional y las Bases, su inspiración. Ellos contienen la revolucionaria receta que su autor, Juan Bautista Alberdi, nos legó, haciéndonos ricos con ella, y cuyos ingredientes básicos podríamos sintetizar con fines prácticos en varias "i": institucionalidad, instrucción, inmigración e innovación.
La ley, el Estado de Derecho, la división y el equilibrio de poderes constituyen los elementos de lo que podríamos compendiar en el concepto institucionalidad
La ley, el Estado de Derecho, la división y el equilibrio de poderes constituyen los elementos de lo que podríamos compendiar en el concepto institucionalidad, es decir, el ordenamiento jurídico de todos los ámbitos de la vida en sociedad, que asegura para todos el ejercicio de la libertad, la propiedad, la justicia y la igualdad ante la ley.
La instrucción es la expresión del siglo XIX para designar a la educación, sin la cual los ciudadanos se convierten en esclavos de los poderosos, sometidos a desempeñar tareas elementales y a obedecer sin discernimiento.
La inmigración –es decir, la afluencia en masa de gente diversa, ansiosa por trabajar, producir, enriquecerse y consumir, en paz y en libertad– constituye la clave para que una sociedad y su mercado, reducidos, cerrados, anquilosados y mediocres, se transformen en otros nuevos, de gran escala, abiertos, creativos y ambiciosos.
La innovación, que en la visión alberdiana se refería a los avances técnicos cruciales para alcanzar el máximo progreso posible de su tiempo (ferrocarril, telégrafo, máquina de vapor, etc.), hoy remite a las revolucionarias "i" del futuro, como la informática, la interconectividad, la inteligencia artificial o la investigación y el desarrollo (I&D).
Al cabo, la confiabilidad del sistema alberdiano halla su demostración en el inapelable examen de una "i" consagratoria: las inversiones locales y extranjeras, que no aparecen si no se cumplen las premisas anteriores.
Pero así como aquellas realizaciones de las "i" del gran tucumano explican el apogeo de la Argentina, sus ausencias aclaran nuestra tiniebla preconstitucional, al mismo tiempo que echan luz sobre nuestro actual ocaso. La sumisión de las instituciones, el descrédito de la educación, la aversión al aporte extranjero y la preferencia de la tradición sobre la innovación, asemejan demasiado sospechosamente a aquel ancien régime argentino con nuestra recurrente simpatía por el bonapartismo.
El mundo, como siempre y aún más en el futuro, está ávido de lo que la Argentina puede ofrecer con creces si se propone revolucionar con lucidez y decisión nuestra conservadora performance del último siglo, aplicando la fórmula de las "i" que nos enseñó Alberdi y que nuestros antepasados supieron concretar, destinada a proveer al planeta de seguridad y recursos, con la misma prodigalidad y éxito con que ya lo hizo, y que la convirtió en una potencia mundial.
Miembro del Club Político Argentino y de la Fundación Alem