Las geopolíticas de la energía
En la crítica discusión sobre el clima a nivel global, se yuxtaponen dos tipos de desafíos: los de tipo global –el cambio climático–, y los de tipo geopolítico clásico –el control de los recursos energéticos–. Así, en una era pos-Covid y de inicio de guerra en Ucrania, e identificando lo climático como “el reto” global, el presidente Macron declaró que Francia entraba en una “economía de guerra”. Dado su foco en lo ambiental, el experto francés Thomas Gomart cree que es más bien una “ecología de guerra”.
En esta “ecología de guerra” existen dos geopolíticas paralelas en cuanto al control de los recursos energéticos, que establecen diferentes relaciones de poder y vínculos de dependencia entre naciones. La primera es la de las energías fósiles, cuyo control es gran fuente de poderío global, como el petróleo y el gas para EE.UU. y Rusia. También de poderío regional y de proyección internacional, como para Arabia Saudita.
La segunda geopolítica es la de las energías renovables. Esta implica poseer los recursos naturales, pero también dominar los conocimientos tecnológicos para su explotación, y tener acceso a los capitales necesarios. En esta geopolítica “verde”, la minería juega un rol importante, potencialmente estableciendo nuevas relaciones de poder entre Chile, la Argentina y Bolivia –con 60% del litio mundial–, y otras naciones. También juega un rol el dominar la energía nuclear, área donde la guerra en Ucrania aceleró el cisma entre Francia y Alemania. Mientras Alemania parece discontinuar sus usinas nucleares, Francia logró que la UE clasifique como “verde” este tipo de energía.
Según Gomart, la transición de las energías fósiles a las “verdes” no será ni lineal ni gradual, y la rapidez de esta transición es una de las principales variables geopolíticas indeterminadas. Si hoy las energías fósiles representan el 80%, ¿cuánto representarán en 2050: 70, 60, o 50%? Dependerá de la acción de los gobiernos. Se estima que las emisiones globales de CO2 alcanzarán un techo de 37.000 millones de toneladas en 2025, para luego descender a 32.000 millones en 2050, lo que no alcanzará para mantener el calentamiento global por debajo de los 2 grados. Las inversiones en energías renovables alcanzarán los dos billones de dólares por año en 2030, un aumento del 50%. Anticiparse a los efectos de esta transición será importante para la Argentina.
Por suerte, la Argentina aumenta su rol en las dos geopolíticas de la energía. En las energías fósiles crece la explotación del gas no convencional en Vaca Muerta y la del gas convencional offshore, con capitales argentinos y extranjeros. Considerado combustible de transición por la UE, el gas podrá exportarse mediante gasoductos a Chile y Brasil, y en forma de gas natural licuado, a Europa y otras naciones. En la geopolítica de las energías renovables o “verdes”, la Argentina también tiene atributos de poder: el litio, el cobre y el potencial para construir pequeños reactores nucleares. Como ejemplo, la actividad en litio aumenta, con empresas como la francesa Eramet, con métodos de producción que disminuyen en un 60% el consumo de agua.
Es importante que en el accionar exterior a nivel nacional o subnacional –como la exitosa C40 organizada por la ciudad de Buenos Aires, enfocada en lo climático–, haya plena conciencia de esta yuxtaposición entre los retos globales ambientales y los retos geopolíticos de la energía, para así maximizar los intereses y el prestigio nacionales.