Las fronteras de nuestra decadencia: corto plazo, retórica y dogmatismo
La Argentina parece atrapada en la irreversibilidad de fronteras marcadas por cordilleras, ríos y mares. Pero en este caso no se trata de límites geográficos, sino mentales. Impedidos de escaparnos del espacio delimitado por esos elementos, la cordillera es el “corto plazo”, los ríos son la “retórica” y el mar es el “dogmatismo”.
Diversos actores dentro del proceso democrático, desde un humilde militante hasta el más encumbrado dirigente que incluye políticos, sindicalistas y empresarios, han desarrollado una cultura y práctica que impide toda posibilidad de cruzar las fronteras que marcan nuestro dramático tránsito de la decadencia a la agonía.
En todos los países democráticos interactúan la izquierda, la derecha, nacionalistas, liberales, conservadores, progresistas, ricos, especuladores. Para sintetizar: todas las posiciones y actitudes ideológicas, políticas, de clase y éticas. Así, es en Francia, Alemania, Uruguay, Chile, y obviamente en la la Argentina, entre muchos más países. ¿Entonces, por qué en cualquier comparación se observa que solo en nuestro país las ruedas son cuadradas? En Uruguay –para muestra basta un botón- de un día al otro saltando de un presidente de izquierda a uno muy liberal las ruedas mantienen su forma circular.
La sociedad está integrada de todos los pensamientos e ideologías. Sin embargo, los debates profundos están ausentes, ni se resuelven en un sentido u otro porque todos los que son responsables de algo; todos los que tienen que tomar alguna decisión están gobernados en mente y acción por el corto plazo, la retórica y el dogmatismo. Desde una visión holística podríamos decir que no hay una ideología que ordene nuestros pensamientos en forma lógica y coherente; no hay debate democrático acerca del futuro, sobre las opciones que la sociedad puede tener dentro de las disrupciones que presenta el siglo XXI; no se define y tampoco debate acerca de una nueva “idea mundo” desde que la globalización irrumpió y el globalismo terminó con la primera modernidad, en términos de Ulrich Beck. No nos referimos a tener una única visión, sino que cada uno de los diversos sectores o actores en la sociedad argentina definan y expongan la propia a la sociedad.
Si nos transportamos a la segunda mitad del siglo XIX, podremos ver que esta síntesis que acabamos de describir existió y dio inicio a una era de progreso sin par. Alberdi y Sarmiento, entre otros, en pensamiento y obra expresaron la existencia de una “idea mundo” para la Argentina que luego los distintos actores aun con enfrentamientos y diversidad continuaron hasta 1930. Siguiendo con la metáfora elegida: la Argentina parecía no tener fronteras.
Casi a un siglo de esa fecha trágica en nuestra historia cada palabra, cada tema, cada problemática, cada propuesta, todas las acciones, están atrapadas o condicionadas a no pasar por las tres barreras fronterizas que citamos.
Corto plazo: se trate de un pequeño plan como reparar una escuela; la construcción de un puente o una decisión de inversión energética, está condicionado al calendario electoral que no supera los dos años. Incluso ese calendario se modifica todo el tiempo –desdobla o unifica elecciones- dependiendo si al gobernante local le conviene o no alinearse con el gobernante nacional. El manejo irresponsable de las tarifas de gas y electricidad son el mejor ejemplo. Se congelan antes de las elecciones para evitar el enojo porque no importan los ciudadanos sino en su única función de votantes. Pensar el progreso en una ciudad, provincia o nación atado al interés corporativo de corto plazo es imposible. La vida humana en sociedad es largo plazo siempre. Producir ciudadanos es inversión de largo plazo (jardín, primaria, secundaria, universitaria u oficios). Igual ocurre con inversiones productivas y desarrollos de nuevos conocimientos por parte de la ciencia. Progreso y corto plazo constituyen un oxímoron.
Retórica: toda gran idea o visión puede sintetizarse en un conjunto de palabras. Es muy importante encontrar un relato que permita comprender un pensamiento, expresarlo y difundirlo. Ese relato debe describir una substancia y debe ser claro. Pero, entre nosotros, el problema es que la retórica tiende a estar divorciada de la substancia, y muchos la utilizan independientemente de existir o no aquello que se dice representar. Esa autonomía de la substancia deja al desnudo una retórica que se traduce solo símbolos como fotos, palabras, y desde ya un catálogo de slogans o frases desprovistas de contexto: ajuste, distribución, matriz productiva diversificada son términos cotidianos en nuestros oídos. En un examen de militancia deberemos conocer “el relato” como el Padre Nuestro y si lo hacemos a la perfección el 10 estará asegurado. Esta autonomía adquirida por la retórica deja al descubierto las tres perversiones que según Rosanvallon y Fitoussi muestran la política moderna: “la confusión de la política y los buenos sentimientos, el gusto por la política espectáculo y la simplificación de los problemas”. Esto genera en la Argentina un permanente y agotador combate que se reduce a relato contra relato, mientras la substancia sigue ausente.
Dogmatismo: finalmente llegamos a la última de las fronteras que nos mantiene atrapados, las posturas dogmáticas. La política ha confundido ideología con dogmatismo y esta última termina siendo –en nuestro país- una herramienta de control y dominación de propios y extraños. No serán analizados los problemas y las alternativas de solución sin antes pasarlas ante el escáner del dogma al que nos aferramos. En la Argentina abundan los empresarios y político dogmáticos que desechan toda posibilidad de cambio e innovación, aferrándose cada uno a sus manuales del siglo XX. La democracia y el capitalismo –por sus actores- están contaminados de dogmatismo, tanto por derecha como por izquierda; no hay grieta. El peligro está en que del dogmatismo al fanatismo solo hay un escalón en distancia.
Hay que superar las tres fronteras que nos mantienen atrapados. El cortoplacismo, la retórica inerte en significados, y el dogmatismo deben ser superados. Esta sería una disrupción previa a todo debate y determinación acerca del destino de nuestro país. Largo plazo, debate profundo de las ideas, apertura intelectual para nuevos enfoques, deberían ser los pilares para nuevos liderazgos capaces de buscar una idea distinta al progreso meramente material del siglo XX. Aun estando al borde del colapso social, podemos recuperar aquella Nación de Alberdi y Sarmiento. Pero las palabras claves que debemos trabajar en su substancia son otras: sostenibilidad; desarrollo humano; sociedad de conocimiento; habilidades blandas; economía circular; gobernanza formal y no formal desde la sociedad. Todas palabras relacionadas con el bien común como objetivo cotidiano de una democracia.
Una nación se constituye desde ese objetivo, del cual, como en nuestros orígenes, se beneficiarán todos los hombres de buena voluntad que deseen habitar el suelo argentino.
Mg. en Economía Circular. Universidad de Burgos; profesor de Economía Política, Derecho-UNLP