Las fórmulas de la corrupción
Cuando la tentación es fuerte y la contención moral es débil, la corrupción es probable. Ésta es la fórmula que torna previsible el avance de la corrupción en esferas tan alejadas entre sí como, por ejemplo, el fútbol y las diversas variaciones del deporte.
Desde el momento en que la corrupción se mostró particularmente activa en estos días en la FIFA y más allá a través de muy diversas actividades, ¿debiéramos concluir por ello que es inevitable? ¿Ello implicaría adherir a una visión insalvablemente pesimista de la condición humana? ¿Podríamos suavizar esta visión diciendo que nuestro pesimismo es en todo caso relativo, nunca inexorable, porque aún persisten entre nosotros considerables reservas morales? ¿O sería este diagnóstico un juicio incurablemente ingenuo y bien pensante?
Una antigua creencia de origen cristiano dice que los seres humanos no somos malos, pero que sí somos débiles por estar afectados por un mal innato llamado "el pecado original". Por eso la tentación nos derrota con tanta frecuencia. Aprobamos el bien, pero cometemos el mal. Actuamos, en cierta forma, contra nosotros mismos. No somos demonios, pero tampoco somos ángeles. Somos más complejos: somos seres humanos.
Otro vicio unido a éste es ser inexorables con los demás y contemplativos con nosotros mismos o con aquellos de quienes nos sentimos más cerca. Nos perdonamos, pero no nos es igualmente fácil perdonar. Ésta es otra de las contradicciones inherentes a la condición humana que, cuando la examinamos serenamente, nos deja perplejos ante nuestra propia ambivalencia. Cuando buscamos de veras la imparcialidad, no nos es tan fácil encontrarla. Es por eso que viene de antiguo la búsqueda de un juez imparcial que dirima nuestros conflictos de intereses desde fuera de nosotros. Un juez que no sea demasiado próximo a nosotros mismos ni, naturalmente, a nuestros rivales.
A poco que se analice, se comprueba que las posibilidades de la corrupción están íntimamente ligadas hasta al propio inconsciente de los jueces como una suave inclinación escondida entre los pliegues de un fallo aparentemente impecable para que se filtre a través de ellos una enorme injusticia latente, aun cuando se disimule tras el blanco ropaje de la ecuanimidad. La mayor injusticia de un juez coincide por ello, a veces, cuando está más seguro de haber sido imparcial.
Tendemos a pensar en la corrupción como en algo burdo, grosero y evidente, pero con frecuencia es más sutil. Actúa como corrupto aquel que no obedece a las reglas de la imparcialidad en un pronunciamiento dado. Aquel que no respeta su obligación de mantenerse imparcial entre las partes en conflicto, sea un juez o un tercero. Por eso la confianza en un juez es la mayor prueba de imparcialidad que se les puede ofrecer a las partes. Quizás la mejor manera de prevenir la parcialidad sea el reconocernos como imperfectos. Aun el justo, dice la Biblia, peca varias veces al día. El mayor pecado de todos es no reconocerlo.
De estas todas estas consideraciones, surge una evidencia: no hay función más sublime que la del juez. Gracias a ella, colocamos una persona por encima de todas las demás y le damos nuestra confianza. Delegamos en un tercero la función de juzgar. Cuando así procedemos con rectitud de conciencia, brota la paz.
América latina se presta hoy, más que nunca, para renovar este experimento. Los países de nuestra región se hallan hoy más cerca unos de otros. No somos más ajenos u hostiles los unos de los otros. ¿No ha llegado acaso el momento de una reforzada convergencia? América latina está hoy más unida que nunca pero sus naciones, ¿están por eso más cercanas entre ellas? ¿O se han ido alejando imperceptiblemente unas de las otras? ¿No es éste el momento justo para que, al fin, nos abracemos?
¿Nuestra región se ha ido conformando país por país o está agregándose parte por parte hasta conformar un todo? Con otras palabras, ¿podemos definir, ya, a América latina como si fuera un conjunto? ¿O es al contrario una suma despareja de naciones, cada año más distantes entre ellas?
¿Cuál es en suma nuestro destino regional? ¿Somos una región convergente o divergente? ¿Habrá al fin una sola América latina o, al contrario, varias? En esta última pregunta divergen dos destinos : el de la América multinacional o el de la América diversa. Muchas Américas latinas que se alejan más y más unas de las otras o una sola América latina convergente, cada día más unida en un solo argumento. De más está decir que preferimos la segunda, pero lo que más tememos es la primera.
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