Las fantasías argentinas
La búsqueda de la verdad es una premisa esencial que Occidente heredó de la antigua Grecia. Frente al inquietante universo de culturas guerreras que imponían sus costumbres por la fuerza y no tenían la capacidad de crear nuevas formas de sociedad, los griegos alumbraron una civilización ejemplar basada en el conocimiento racional y en el diálogo entre distintas escuelas. Con el correr de los siglos, la búsqueda de la verdad animó los mejores y más fecundos esfuerzos de pensadores y científicos occidentales, cuyo empeño y clarividencia dieron origen a una civilización con logros extraordinarios en libertad, derechos cívicos y humanos, calidad de vida y progreso material.
Lamentablemente, en la segunda mitad del siglo XX los argentinos nos apartamos del camino virtuoso de la búsqueda de la verdad y caímos en las redes del populismo, que nos llevó a encerramos en una interminable y autista confrontación en la que la primera víctima fue la verdad, en política, en economía, en desarrollo social, en educación y en cultura democrática y republicana.
Debido a ese populismo se aceptaron ideas y consignas contrarias a la verdad, negando aún las más elementales. La consecuencia la seguimos padeciendo: un país con millones de pobres. Incapaces de imitar el ejemplo de nuestros padres fundadores, que sabiamente se abrevaban en las ideas más avanzadas de Occidente, se repitieron una y otra vez las mismas recetas equivocadas provocando una secuela interminable de crisis recurrentes. Hoy vivimos una nueva crisis, gravísima, pero seguimos sin aprender que nada es más riesgoso e infecundo que afrontar una crisis política y económica sobre la base de negar la verdad.
¿Por qué se produce esta patología? Con su característica lucidez escribía Bertrand Russell en 1931: “Realidad es aquello que es generalmente aceptado, mientras que fantasía es aquello que es creído por un solo individuo o un grupo reducido de individuos” (La perspectiva científica). Ahora bien, ¿qué sucede cuando una fantasía pretende ser considerada una realidad? La respuesta es simple: nacen las consignas facilistas, cuya versión última es el relato. Como creo que el relato no es privativo de una sola fuerza política, prefiero llamarlo, siguiendo a Russell: el reino de la fantasía. Las fantasías argentinas son el intento contra natura de transformar opiniones en verdades colectivas por parte de grupos de presión solo interesados en defender sus privilegios a costa del padecimiento de los argentinos.
Así llegamos a una aproximación para dilucidar el fracaso argentino. Más allá de la grieta entre fuerzas políticas, más allá de la pérdida de prestigio de los partidos políticos en tiempos de democracia, incluso antes que el flagelo de la corrupción, el drama argentino radica en la pretensión orwelliana de convencer a millones de argentinos de una narrativa fantasiosa sin fundamentos en la realidad. En el que han participado numerosos actores de la sociedad. Recetas demagógicas para nuestros males han abundando y abundan. Y no han sido exclusiva culpa de los políticos populistas. Es cierto que ellos hacen promesas en cada campaña electoral a todas luces fantasiosas y, pese a ello, una y otra vez son creídas. Hay que reconocer que los políticos populistas han sido muy hábiles en engañar a muchos durante mucho tiempo. No nos fue bien en la Argentina con los populismos de todos los colores, civiles y militares: podemos asegurar que tampoco nos irá bien agitando eslóganes anacrónicos que no son más que formas de las viejas fantasías argentinas contra la verdad. Lo hemos sufrido en carne propia en cuarenta años de democracia. Pese a ello, no corresponde ensayar fabulaciones contra el sistema político: la solución para la precaria situación actual es más política, no menos.
Por eso, para que sea posible buscar consensos entre las fuerzas políticas que buscan un cambio sólido, es imprescindible reconstruir una conducta tan elemental como atenerse a la verdad. Esas fuerzas políticas, pero también la sociedad civil, los empresarios, los sindicalistas, la Iglesia, los intelectuales, las ONG, están obligadas a una cruzada de criterios objetivos, a discutir políticamente sobre bases mínimas de racionalidad, a tomar en serio las estadísticas, a escuchar a los especialistas, a estudiar a fondo las experiencias positivas de otras naciones. De no ser así, se le hará el juego a quienes utilizan meros eslóganes políticos como instrumento de adoctrinamiento, sin la menor posibilidad de un diálogo fecundo. La consigna es negarse a debatir con aquellos que expresen fantasías sobre la realidad, eludir responder a propuestas sin fundamento, no discutir, en definitiva, con quienes apelan al populismo de corto plazo y prometen paraísos irreales. La grieta no es primariamente una grieta política, es una grieta entre fantasía y cambio real.