Las fallas de comunicación del Gobierno que desnudó la pandemia
No hay campaña de comunicación cuando no hay nadie que comprenda, reciba y, eventualmente, acate los mensajes.
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La atención humana es un elástico. Incluso cuando la mente se tensa hacia un punto focal, muchas actividades continúan en automático. Cualquier persona dedica al día 6,54 horas a internet, 3,24 horas a la televisión, 2,25 horas a las redes sociales, 2 horas para consultar prensa, 1,31 horas a escuchar música y 1 hora para radio y 54 minutos a podcast. De acuerdo con esta medición del Global Web Index, incluso hay quienes también les dispensan una horita a los videojuegos.
En el mismo lapso, la atención humana se estira tanto como para incluir alimentación, higiene, trabajo, descanso, tal vez amor y, quizás, sexo. Considerando que la tecnología (todavía) no ha logrado expandir el día a más de 24 horas, estamos en condiciones de concluir que la mente humana puede abarcar muchas actividades simultáneamente. Elásticamente.
Por eso no es un prodigio ver un programa y tuitear al mismo tiempo, o conversar de las noticias mientras se ameniza la cena con el noticiero. Solo en casos puntuales el elástico de la atención se tensa tanto como para que dejemos todo lo que estemos haciendo. El inicio de una pandemia desconocida es uno de los pocos ejemplos. Ahí escuchábamos los partes oficiales como sermones en el desierto y leíamos noticias del virus en países ajenos como si fuera el nuestro. Solo en casos excepcionales como estos puede esperarse que los mensajes tengan algún acatamiento.
Comunicar es improbable. Como explicaba Niklas Luhmann, el fenómeno comunicativo es de tal complejidad que para concretarse debe superar tres barreras de improbabilidad: que la comunicación pueda ser comprendida; que tenga probabilidades de ser recibida; y, finalmente, si logra superar esas dos, todavía le queda el desafío de ser aceptada. Por eso la comunicación no se evalúa por el mensaje, sino por lo que genera.
Considerando esas tres improbabilidades, el desafío de los canales oficiales no es llenarse de avisos publicitarios, de mensajes oficiosos y videos en sinfín con recomendaciones. No hay campaña de comunicación cuando no hay nadie que comprenda, reciba y, eventualmente, acate los mensajes.
Que se repitan los anuncios no dice nada de que hayan sido registrados. Esa misma profusión es prueba de que no hay más estrategia que abusar de la elasticidad de nuestra atención.
La incertidumbre inicial de la pandemia justificó llevar la tensión mental a su punto máximo. Pero eso no podía durar indefinidamente. No hay elástico que resista una tensión permanente. Si en los momentos iniciales no había otro tema más que la pandemia porque hasta las actualidades cedían a noticias de contagios y de muertes, con el tiempo la atención se fue relajando al ritmo que aflojamos los rituales de desinfección hogareña.
Cualquier reiteración solo vuelve a las declaraciones tan previsibles como película dominguera, de esas que se ve durmiendo de a ratos la siesta.
Después de un año de estirar la atención y la paciencia más de lo necesario con recursos y conceptos demasiado repetidos, la comunicación de pandemia se ha convertido, a fuerza de reiteración, en un hilo flojo y desflecado
La comunicación es un instrumento para llamar la atención, pero su arte es saber cuándo tensar y cuándo soltar de manera prudente. Como los elásticos de la ropa interior, lo ideal es que la comunicación ajuste, pero no apriete y que cumpla su función discretamente. Los encajes y ornamentos llamativos son pintorescos para una que otra ocasión, pero imprácticos, si no desubicados, cuando se usan para cualquier evento.
Después de un año de estirar la atención y la paciencia más de lo necesario con recursos y conceptos demasiado repetidos, la comunicación de pandemia se ha convertido, a fuerza de reiteración, en un hilo flojo y desflecado. Cuidado que viene, quedate en casa, hacé un esfuerzo, el virus mata. Suspendan su vida, el pico ya viene, paren todo, el virus mata. Un poco de paciencia, viene la vacuna, cuidemos a todos, el virus mata. Cuidado que vuelve, hay pocas vacunas, solo para esenciales, la nueva cepa es la que más contagia.
Para mantener la tonicidad, la atención descarta rápidamente lo irrelevante en un mecanismo que nunca es un juego de suma cero. No funciona como una caja en la que, si está llena, un tema debe desplazar otro tema. Por más distracciones y fuegos de artificio, la atención se expande si detecta algo trascendente. Esta capacidad es tan elástica que aun en el momento en que la amenaza viral recrudecía y la crisis económica dejaba a muchos al borde de la supervivencia, una mayoría ciudadana permaneció atenta a temas tan abstractos como la justicia, la libertad, la educación.
Y logró que no se fueran del foco, aunque el poder quisiera. La nueva amenaza vuelve a poner la atención en tensión. Pero después de un año, comprobamos que la comunicación del Gobierno anda con los elásticos más vencidos que los del pijama que nos acompañó durante la primera cuarentena.