Las enseñanzas ocultas de Leonardo
La fascinación por Leonardo brilla, constante. Seduce porque representa al sabio apasionado por descubrir, investigar y crear. Pero también porque su mente encarna otro modo de pensar. Es muy tentador concentrarse solo en el Leonardo pintor de La Gioconda o La última cena, o el creador del sfumato; o en el visionario de la invención tecnológica. Pero quizá, como frente a cualquier individuo genial, lo más significativo sea entender su modo de experimentar el mundo.
Leonardo (1452-1519), espíritu arquetípico del Renacimiento, se empecina en la representación naturalista de los cuerpos, como en su Hombre de Vitruvio, célebre dibujo de un hombre desnudo dentro de un círculo y un cuadrado, donde el artista busca graficar las proporciones ideales del cuerpo humano. También se interesa por la perspectiva (en lo que continúa los intereses de Masaccio o Filippo Brunelleschi). Y encarna una filosofía de la curiosidad insaciable como matriz del saber y la creación. Como pintor, el toscano se destacó por su falta de disciplina a la hora de completar las obras que le encargaban. Pero frente a esa inconstancia sobresale su deseo inflexible por aprender más. La filosofía de la curiosidad incesante procrea, ineludiblemente, un saber de lo diverso y universal. Y en afinidad también con su tiempo renacentista y con su admirado Leon Battista Alberti, se interesa, no por la especialidad, sino por la multiplicidad. Por eso su polimatía: sus muchos saberes que unen ciencia, arte y humanidades; sus investigaciones en anatomía (mediante numerosas autopsias), paleontología, geología, botánica, zoología, urbanismo, arquitectura, escultura, pintura, geometría, topografía, aerodinámica, hidráulica, ingeniería militar, música, cocina, y los dibujos de los estudios e invenciones múltiples.
Los miles de dibujos de Leonardo que no se han perdido están distribuidos en numerosos códices [libros manuscritos]. Los más famosos son el llamado códice Atlántico y Trivulziano de Milán, el códice de Turín, el célebre estudio de las aves en el cuaderno de Windsor, que alberga también los ejemplos de sus investigaciones anatómicas y sus estudios sobre el Diluvio, y el códice madrileño (recuperado mediante un sensacional descubrimiento en 1967 en la Biblioteca Nacional de Madrid), dedicado a cuestiones de aviación, armas, arquitectura e ingeniería mecánica, donde se anticipa el concepto físico del centro de gravedad.
Leonardo: filósofo de la curiosidad, polímata conocedor de lo universal, espíritu naturalista (algo que se expresa, por ejemplo, en su representación de exquisito realismo de las plantas en La Virgen de las Rocas). Leonardo piensa no solo por las palabras, sino también por el dibujo. Pensador dibujante, fue precursor de la sociedad visual contemporánea, por su vehemente defensa de los poderes perceptivos del ojo. Desde esta perspectiva, el ojo no es solo espejo pasivo que refleja lo recibido; el ojo es, en cambio, el ver activo que percibe la naturaleza en su profundidad de campo y en sus detalles. Desde una altura poética, Leonardo exalta lo visual en su póstumo Tratado de la pintura. El origen de esta obra son los manuscritos que, después de su muerte, fueron recopilados y ordenados por su discípulo Francesco Melzi (tal como Porfirio ordenó las Enéadas a las que Plotino no dio unidad en vida).
Junto a otros, Leonardo nada en las aguas que fluyen de la Edad Media a lo moderno. En ese proceso, la iconografía de figuras sacras, bíblicas y hagiográficas del arte medieval da lugar, lentamente, a la representación de lo humano y lo terrenal. El Giotto ya inicia ese proceso. Representa en un primer plano a san Francisco de Asís y sus seguidores, o lo terrestre de montañas y árboles, antes solo admitidos como lejano trasfondo.
Hay, además, algo poco atendido en numerosas reseñas laudatorias: el Leonardo precursor de la modernidad científica. Según el físico austríaco Fritjof Capra, el florentino edificó, antes que el propio Francis Bacon con su método inductivo, la mentalidad científica moderna. Así lo demostrarían sus dibujos que ilustran formas naturales –la anatomía humana, los animales, las plantas, las rocas, las corrientes de aire–, y los razonamientos sobre las estructuras y propiedades del mundo físico, presentes en sus célebres cuadernos de anotaciones (hechos con escritura espejo, que se lee de izquierda a derecha).
La mente de Leonardo quiere entender el movimiento de las aves y sus aspectos aerodinámicos, para luego replicarlos en máquinas aéreas; busca comprender las proporciones de un caballo para después imitarlo en el monumento ecuestre inacabado que hubiera homenajeado al padre de su protector Ludovico Sforza, duque de Milán.
Leonardo es explorador de los procesos naturales; no se deja seducir por la divinidad de los círculos celestes del mundo medieval devenido poesía en La divina comedia de Dante. Para da Vinci, lo divino trepida en este mundo de espacio y formas, no en el más allá.
Por supuesto, también es posible acercarse a Leonardo como notable pintor de retratos (La Gioconda, La dama del armiño) dentro del clima del humanismo que celebra la dignidad de los seres humanos, o inscripto en la pintura de inspiración religiosa. El bautismo de Cristo, obra en realidad de su maestro Andrea del Verrocchio, que incluye una figura que surgió del pincel de Leonardo: un ángel sedente, que gira su cabeza en gesto reverencial hacia Cristo. Lo religioso cristiano insiste en La anunciación, las dos versiones de La Virgen de las Rocas, la inconclusa La adoración de los magos, el San Jerónimo, Santa Ana, la Virgen y el niño San Juan, o el famoso y deteriorado fresco de La última cena, en el convento milanés de Santa Maria delle Grazie.
Pero no debe olvidarse que, ante todo, Leonardo pinta lo que piensa, como René Magritte; en esto también palpita su modus cogitandi moderno. Afirma que el artista primero tiene que comprender intelectualmente lo que luego pintará en un lienzo. Por eso habla de una ciencia de la pintura como "discurso mental". Así, la pintura ya no será solo un saber manual, sino también un conocimiento que necesita de la unión de la mano y el cerebro, de la imagen y la razón. Una forma de entender, quizá, al pintor como pintor filósofo, como más tarde, y bajo la influencia del neoplatonismo, El Greco lo reclamará en la España de Felipe II.
Asimismo, está el Leonardo de las invenciones visionarias: desde el submarino, el avión, la bicicleta, el automóvil o el tanque de guerra, hasta el helicóptero o una prefiguración del robot. Y mucho más. Todos sus inventos son esbozos teóricos, ideas plasmadas en dibujos. Evidencian el proceso mental que lo distingue: anticipar el futuro y hacer presente lo ausente. Es un pensador utópico, porque adelanta lo que en su tiempo no tiene lugar, pero que mañana sí se cristalizará.
Leonardo fascina y seduce por su modo de experimentar el mundo. Hoy se hace énfasis en el carácter anticipatorio de sus búsquedas, el pensamiento interdisciplinario y complejo, las invenciones técnicas. Pero, visto desde el siglo XXI, tal vez lo más lúcido no sea recuperar al Leonardo que adelanta lo que se hará presente en el futuro, sino al que indica lo que está ausente. En el mundo actual, lo que está ausente es la filosofía de la curiosidad, el deseo de pensar desde muchos saberes en relación, la percepción de la naturaleza como un todo compuesto por muchos detalles. Y, así como el gran teólogo medieval Johannes Scotus Erigena, tan querido por Borges, afirma que Dios se crea creando, el florentino también nos dice que la mente se crea y engrandece creándose en consonancia con todos los saberes, ideas e imágenes que la naturaleza inabarcable y en movimiento nos muestra. Pero hoy, muchas veces, nuestro ojo prefiere ser tragado por una pantalla, mientras olvida el mundo donde los pájaros, que tanto fascinaban a Leonardo, continúan su vuelo.
El autor es filósofo, docente y escritor, autor de Sociedad pantalla, Mundo virtual, y la novela inédita El dibujo de Leonardo