Las enseñanzas que nos dejó Escudé
Provocador y apasionado, Carlos Escudé fue una figura polifacética. Se destacó como un intelectual erudito, especializado en relaciones internacionales y preocupado por pensar los dramas de la Argentina, las raíces de su tradición nacionalista y su inserción en la sociedad internacional. Al mismo tiempo, por su estilo excéntrico, podía ser estigmatizado como un loco y se corría el peligro de no tomárselo en serio. Mi director en el doctorado que hice en Cambridge, Charles Jones, quien incluía trabajos de Escudé en su seminario de maestría, en el que yo también enseñé, lo definió como "crazy but right". No hay duda de que a Escudé cabía tomárselo muy en serio.
Luego de recibirse de sociólogo en la UCA, Escudé continuó su formación en Oxford y completó su doctorado en Yale con una tesis que se convirtió en un clásico: Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación argentina, 1942-1949 (1983). Pero su libro más conocido fue Realismo periférico (1992). Esta obra, única en el campo argentino de las relaciones internacionales, proponía una teorización rigurosa sobre el lugar de la Argentina como país periférico y su necesidad de establecer alianzas con las grandes potencias, en especial con Estados Unidos. El libro encontró eco en el canciller Guido Di Tella en el contexto del gobierno de Menem. El aporte de Escudé fue así simplificado al quedar asociado con las "relaciones carnales". Desde entonces, Escudé adoptó un perfil tan político como mediático, lo cual ayudó a construir su mito.
Pero la culpa del mito Escudé no fue sino del propio Escudé. Al querer forjar su mito se vio motivado a simplificar sus ideas. Sus transformaciones ideológicas lo volvieron inclasificable. Se lo asoció con justicia al neoliberalismo de la década de 1990 y también al kirchnerismo, al que adhirió con convicción.
A comienzos de los 2000, Escudé comenzó a aparecer regularmente en televisión y llegó a defender enérgicamente el accionar de los EE.UU. en la llamada "guerra contra el terrorismo". Afilado y agudo en los debates, Escudé tenía un gusto especial por la provocación. En un coloquio, se refirió a las Malvinas como si no fuera un argentino y las llamó "Falklands" ante las risas contenidas de la audiencia. Esos gestos respondían no solo a su gusto por la provocación, sino también a una actitud profundamente crítica del nacionalismo argentino y de los nacionalismos en general. Quizá sus trabajos sobre estos temas, explorando las raíces educativas del nacionalismo argentino, hayan sido sus aportes más originales y perdurables para pensar críticamente a futuro la política exterior argentina y su lugar en el mundo. Entre ellos, se cuentan Patología del nacionalismo (1987) y El fracaso del proyecto argentino (1990).
El mito Escudé produjo una infinidad de anécdotas. Me gustaría cerrar con una propia. La primera materia que cursé de relaciones internacionales la dictó Escudé hace 20 años y su ayudante era Paola De Simone, quien falleció, como él, de Covid-19. Escudé la despidió escribiendo: "Ya nos llegará el turno a nosotros, querida Paola. Nada sabemos sobre este misterio que es la vida, pero ahora, del otro lado, ya sabés mucho más que los que dejaste atrás. Que sea con Dios".
Frente a esa despedida emotiva le confesé a Carlos que guardaba un bello recuerdo de las clases que compartían y dictaban juntos a coro, generando un diálogo tan interesante como intenso y apasionado. De ese modo conocí por primera vez el campo de las relaciones internacionales y el mito Escudé. ß
PhD, Universidad de Cambridge, investigador adjunto del Conicet, Universidad de San Andrés