Las enseñanzas del papa Francisco
El papa Francisco visitó Kazajistán entre el 13 y el 15 del actual para participar del VII Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales. Tuvo allí varias intervenciones, ofreciendo a todos sus enseñanzas sobre la religión, el laicismo y la política, que sería una pena que pasaran inadvertidas en la Argentina.
Los siguientes textos son el resumen de algunos de esos pensamientos, citados tal cual los expresó Francisco. Es su magisterio directo y objetivo.
“Conservar el genio y la vivacidad de un pueblo (y su cultura). Eso es lo que se confía en primer lugar a las autoridades civiles, primeras responsables en la promoción del bien común, y se realiza de modo especial en el apoyo a la democracia, que constituye la forma más adecuada para que el poder se traduzca en servicio a favor de todo el pueblo y no solo de unos pocos. En efecto, la confianza en quien gobierna aumenta cuando las promesas no terminan siendo instrumentales, sino que se cumplen efectivamente”.
“Quien ostenta más poder en el mundo tiene más responsabilidad respecto de los demás, especialmente de los países más expuestos a las crisis causadas por la lógica del conflicto. Esto es a lo que se debería mirar, no solo a los intereses que redundan en beneficio propio. Es la hora de evitar la intensificación de rivalidades y el fortalecimiento de bloques contrapuestos. Necesitamos líderes que, a nivel internacional, permitan a los pueblos entenderse y dialogar, y generen un nuevo ‘espíritu de Helsinki’, la voluntad de reforzar el multilateralismo, de construir un mundo más estable y pacífico pensando en las nuevas generaciones. Y para hacer esto son necesarias la comprensión, la paciencia y el diálogo con todos. Repito, con todos”.
Como pueblo, “no existimos para satisfacer intereses terrenos y para establecer relaciones de naturaleza meramente económica, sino para caminar juntos, como peregrinos con la mirada dirigida al cielo. Necesitamos encontrar un sentido a las preguntas últimas, cultivar la espiritualidad; necesitamos, decía Abai (poeta y pensador Kazajo), mantener ‘despierta el alma y clara la mente’ (Palabra 6)”.
“Purifiquémonos de la presunción de sentirnos justos y de no tener nada que aprender de los demás; liberémonos de esas concepciones reductivas y ruinosas que ofenden el nombre de Dios por medio de la rigidez, los extremismos y los fundamentalismos, y lo profanan mediante el odio, el fanatismo y el terrorismo, desfigurando también la imagen del hombre. Sí, porque ‘la fuente de la humanidad –recuerda Abai– es amor y justicia, […] estas son las coronas de la creación divina’ (Palabra 45). No justifiquemos nunca la violencia. No permitamos que lo sagrado sea instrumentalizado por lo que es profano. ¡Que lo sagrado no sea apoyo del poder y el poder no se apoye en la sacralidad!”. La Iglesia no enseña a no odiar, enseña a amar (a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo); incluso amar al enemigo (Mt. 5, 43-44). Hay que dejar de lado la herencia del ateísmo de Estado impuesta por decenios, que ha inculcado sospechas y desprecio respecto de la religión, como si fuera un factor de desestabilización de la sociedad moderna. En realidad, las religiones no son un problema, sino parte de la solución para una convivencia más armoniosa.
Un auténtico Estado laico, “prevé la libertad de religión y de credo. Una laicidad sana, que reconozca el rol valioso e insustituible de la religión y se contraponga el extremismo que la corroe, representa una condición esencial para el trato equitativo de cada ciudadano, además de favorecer el sentido de pertenencia al país por parte de todos sus elementos étnicos, lingüísticos, culturales y religiosos. Las religiones, en efecto, mientras desarrollan el rol insustituible de buscar y dar testimonio del Absoluto, necesitan la libertad de expresión. Y, por tanto, la libertad religiosa constituye el mejor cauce para la convivencia civil.”
“Dios es paz y conduce siempre a la paz, nunca a la guerra. Comprometámonos, por tanto, aún más, a promover y reforzar la necesidad de que los conflictos se resuelvan no con las ineficaces razones de la fuerza, con las armas y las amenazas, sino con los únicos medios bendecidos por el cielo y dignos del hombre: el encuentro, el diálogo, las tratativas pacientes, que se llevan adelante pensando especialmente en los niños y en las jóvenes generaciones. Estos encarnan la esperanza de que la paz no sea el frágil resultado de negociaciones escabrosas, sino el fruto de un compromiso educativo constante”.
Francisco nos puede ayudar a pensar mejor la relación entre la religión y la política.
Obispo auxiliar de La Plata y Secretario General de la CEA