Las empresas, ante el desafío de jerarquizar el valor simbólico del trabajo
En estos tiempos de profundas transformaciones adquiere centralidad el vínculo entre el ser humano y el trabajo. Tradicionalmente considerado como un medio para “ganarse la vida”, se ha resignificado en el tiempo, asociado al sentido de “propósito”. Asi, conceptos como oficio, profesión o carrera, han formado parte del “proyecto de vida” de las personas, potenciando a través del trabajo la satisfacción de necesidades y aspiraciones humanas como el sentido de pertenencia y la obtención de reconocimiento y la autorrealización.
Cuando escasea la oferta de trabajo, aumenta el desempleo o se verifica un desbalance entre las calificaciones que se demandan, se dificulta la búsqueda de trabajo y cuando esto se prolonga en el tiempo, se afecta la valoración y la autoestima de las personas. El concepto de que “el trabajo dignifica” tiene raíz, precisamente, en ese efecto de valoración y respecto que se obtiene a través del trabajo.
A la crisis del empleo, un problema de larga data en nuestro país, se le ha agregado la transformación del trabajo tal como lo conocíamos. Este factor, amplifica el alcance del desafío que enfrentamos. Llega a todos: empleados y desempleados, actuales y futuros.
Este desafío no es exclusivo de los trabajadores, sino también de las organizaciones. La crisis del empleo plantea la dificultad de las empresas para obtener el talento que requieren en función de sus negocios. Ahora, además, la transformación digital, acelerada por la pandemia, y los cambios en los comportamientos y preferencias de las personas (en tanto trabajadores y/o consumidores), dan lugar a un rediseño de la forma de organizar del trabajo.
El gran desafío que afrontan las organizaciones es múltiple. Por un lado, en lo estructural, deben revisar sus planes de negocio, y rediseñar la organización en forma acorde, asegurando, a la vez, que los roles emergentes sean atractivos para una fuerza laboral con nuevas pretensiones. Por otro lado, se vuelve imperioso tener un rol muy activo en el desarrollo de recursos humanos, tanto hacia adentro de la organización (con sus empleados) como con el ecosistema que la rodea (con las comunidades donde opera y de donde obtiene el talento).
La envergadura del desafío reserva un rol a los Estados (revisar normas laborales y colectivas, lograr mercados de trabajo más dinámicos, generar marcos de seguridad social que faciliten la movilidad) y abre el juego a la necesidad de una articulación entre el sector público y el sector privado, para la educación y la formación laboral.
Al final del día, el tiempo actual evidencia la necesidad de las sociedades humanas de revisar y trabajar por sus aspiraciones: de volver a la esencia, de reconectar (con lo natural, con lo afectivo), de poner la ciencia y la técnica al servicio del ser humano. El Estado y las empresas deben tomar nota de esto para cumplir con sus misiones. Estamos ante el desafío de volver a poner el valor del trabajo en el centro de la escena. Un “trabajo” donde su valor simbólico se revaloriza, conectando con una idea de propósito que adquiere un significado nuevo, de carácter sustentable tanto para las personas como para las sociedades.