Las dramáticas vueltas del país-calesita
La historia de país describe el movimiento de una calesita. Estamos siempre en el mismo lugar, repitiendo las mismas cosas, ante un paisaje que parece estar cambiando cuando en verdad es, vuelta a vuelta, el eterno retorno de lo mismo. De tanto girar sobre el mismo eje, la calesita cava un hoyo y en él se va hundiendo, mientras los que vamos arriba apostamos todo a la ilusión de una sortija que nunca llegamos a atrapar.
Esto ya lo viví. Esa es la impresión que me produce la política en estos días. Todos los episodios del pasado a los que el presente remite terminaron mal, y entonces me digo que no tenemos remedio. Por ejemplo, ya se escuchan declaraciones de guerra al gobierno aún no estrenado de Javier Milei. Llegan desde el kirchnerismo y desde sectores aledaños como el sindicalismo, los movimientos piqueteros y la izquierda extrema. A juzgar por estas arengas, el nuevo gobierno no tendrá siquiera un primer día de tregua. Cuando encare el intento de reconstruir, ladrillo a ladrillo, la casa común demolida durante los últimos cuatro años, deberá desarticular, al mismo tiempo, el plan de sabotaje de quienes provocaron el derrumbe. Los mismos que en el poder persiguieron una hegemonía populista invocando a un pueblo que era abandonado a su suerte, desconocen ahora el voto de una ciudadanía que, por amplia mayoría, les dijo que no, y llaman al combate contra el gobierno nacido de esa decisión popular. Es una práctica común en el peronismo. Alérgicos a la alternancia, condición esencial de la democracia, la socavan a través del asedio lento pero sistemático del gobierno que ha tenido la impertinencia de sacarlos del poder. La consigna es la “resistencia”, una palabra poco inocente que hace unos días Loris Zanatta analizó magistralmente en las páginas de este diario.
"En este escenario extremo todo puede pasar. La razón por la que deberíamos estar preocupados es la misma que permite tener alguna esperanza"
Pero miremos la escena desde una distancia más corta. ¿Vemos lo mismo de siempre? Sí y no. Preventivamente, uno de los tantos salvadores de la patria ya había dicho que, de ser necesario, duplicaría la “resistencia”. De las 14 toneladas de piedra arrojadas contra el Congreso en 2017, vamos entonces a 28. Ese parece ser hoy el tono. Las cosas se repiten, sí, pero no del mismo modo: a medida que la calesita se va hundiendo en el fango, todo tiende a radicalizarse. La reminiscencia de 2015 resulta inevitable. Sin embargo, en este escenario extremo y en ese sentido inédito, todo puede pasar. La razón por la que deberíamos estar preocupados es la misma que permite tener alguna esperanza.
En 2015, cuando el triunfo de Mauricio Macri aplazó por un período el cuarto gobierno kirchnerista, las cosas estaban mal. Hoy están mucho peor. La inflación aplastó los sueldos y las jubilaciones, la pobreza alcanzó casi a la mitad del país, la salud pública y otros servicios básicos se resquebrajan, la gente sale a la calle con miedo mientras el delito y el narcotráfico hacen su agosto, los jóvenes emigran y un sentimiento de derrota domina a la sociedad. Hay una sensación de haber tocado fondo.
La tríada cuyo pacto cimentó en 2019 la aventura de este gobierno se va del poder tal como vino, ensimismada en sus intereses mezquinos y mostrando una indiferencia absoluta hacia el daño provocado y el estado en que deja el país. Parece tenerlos sin cuidado, también, el padecimiento de una sociedad agotada. Alberto Fernández, el hombre sin atributos, fue el escudo tras el cual Cristina Kirchner y Sergio Massa jugaron sus fichas. Massa apostó todo –lo propio, lo ajeno y lo de todos– a la chance de llegar a lo más alto, y perdió. Para intentarlo, no midió costos y acompañó a Cristina en su lucha por la impunidad. Ella también perdió, pero no se entera: sigue adelante con su plan destructivo y forzó, con la ayuda de Massa, el dictamen contra la Corte Suprema. Ya dejará el poder y los fueros, en medio de un descrédito que por extensión mancha a un peronismo que, tras haberla acompañado en todos sus desvaríos autoritarios, perdió el balotaje de noviembre por más de 11 puntos.
Milei es resultado extremo de este gobierno extremo que no solo deja un páramo, sino también la agudización de la atávica polarización que envenena la vida política argentina. El triunfo del libertario hizo estallar el sistema de partidos y abrió un enorme interrogante. ¿Cómo sigue esto? No hay orientación segura. Tampoco señalización. Cada paso abre un camino allí donde no lo había. Patricia Bullrich, siguiendo sus intuiciones, parece ser quien mejor ha comprendido esto. No se llega al cambio siguiendo los senderos trillados que conducen al destino de siempre.
Este gran interrogante, este barajar y dar de nuevo, lo abrió la ciudadanía con su voto. ¿Habremos aprendido algo de nuestras desilusiones? ¿O seguiremos, ilusos, manoteando en el vacío la sortija inexistente con la que nos han traído hasta aquí? Si hay algún cambio posible, reside en una sociedad que abre los ojos ante un engaño que lleva demasiado tiempo y que, ahora, ha hecho demasiado daño. Según parece, esta vez la ciudadanía, acaso cansada de dar vueltas en círculo y habiendo tocado fondo, también decidió recorrer un camino nuevo y sin traza. Veremos.