Las dos versiones de Milei, la otra elección de los argentinos
Durante muchos años, la política en la Argentina pareció fácil de entender. Desesperante, pero fácil de entender. Pocos republicanos, por ejemplo, dudaron en 2016 de que la salida del cepo era algo positivo; ninguno dejó de sentir que las cosas se ponían mal, al año siguiente, cuando el kirchnerismo tiró catorce toneladas de piedras frente al Congreso. Lo que pasa ahora es distinto: es que nadie, salvo los más fanáticos, sabe decir si vamos bien o si nos vamos a estrellar. El sistema de señales que usamos durante veinte años está roto, quizá porque las cosas que creíamos los mayores males (como el peligro de que el kirchnerismo se llevara puesta a la Constitución) se desplazaron hacia otros lugares. Lo que terminó en 2023 no fue solo un gobierno, sino la vigencia de dos relatos enfrentados, el kirchnerista y el macrista, que permitían a cada uno interpretar, para su desazón o su dicha, el rumbo de la política.
A ochenta días de iniciada la presidencia de Javier Milei, la actitud más honesta parece ofrecerla una película reciente, Anatomía de una caída. Usando los elementos clásicos de la película de juicio, la directora Justine Triet explora, en realidad, la dificultad para saber qué ocurre dentro de un matrimonio. Solo saben con certeza una cosa: el marido apareció muerto después de una caída. ¿Se suicidó o lo empujaron? Esa pregunta exige otras, de difícil o imposible respuesta: ¿la esposa lo amaba? ¿La amaba él? ¿La envidiaba? ¿Había perdido las ganas de vivir? ¿Ella lo despreció? Cerca del final, el hijo de los dos (que es ciego, algo que en la película es un rasgo patético, pero que también, vale recordarlo, es un atributo de la justicia) declara que a veces resulta imposible fundamentar la historia que uno acepta como cierta en las pruebas, porque no las hay. Llegado cierto punto, hay que elegir cuál es la verdad.
Puedo elegir creer, entonces, que la situación es muy dura, pero que era indispensable pasar por esto. Que un presidente con las características de Javier Milei es el único capaz de reformar a la Argentina, ese bazar de tongos con himno, como la llama el tuitero General Payne. A los republicanos que queremos una Argentina civilizada nos parece indigno que un presidente se pelee por Twitter con Lali Espósito, nos alarma que trate al Congreso de “nido de ratas”. Querríamos a un presidente que terminara con los curros institucionalizados, pero guardando las formas y evitando la polarización. El problema es que ya tuvimos un presidente así: se llama Mauricio Macri, y no pudo hacer gran cosa. ¿Qué socava más la democracia: los tuits de Milei o la sospecha, en una parte creciente de la sociedad, de que el sistema está amañado para que los inmorales se hagan ricos y los honestos sufran?
Puedo elegir creer que el discurso de Milei en el Congreso demuestra que, contra lo que se dice, sabe hacer política como nadie; que puede encarnar la demanda popular de verdad y de cambio, y, a la vez, negociar acuerdos. Que ese discurso, y la respuesta que obtuvo, demuestran que ganó la batalla cultural; que solo desde que Milei sacó a la luz pozos de corrupción como los fondos fiduciarios descubrimos que la realidad es peor de lo que creíamos, así como sucesivamente, por obra de la destemplanza de un presidente que no parece tener nada que perder, supimos que Córdoba podía subvencionar el transporte público si usaba para eso el dinero que destina a la pauta, que el Incaa destina más presupuesto a pagar a sus ñoquis que a financiar películas o que Emilio Pérsico se transfería a sí mismo dinero público a través de una colaboradora de Juan Grabois; todo lo cual hace festejar que el Gobierno asuma la distribución de la ayuda social y elimine la intermediación de los piqueteros, esas mafias paraestatales que la Argentina, increíblemente, tolera desde hace más de veinte años.
Puedo elegir creer que Milei nos fuerza a los republicanos a preguntarnos: ¿es posible mantener las buenas formas, cuando enfrente están las mafias que se gastan el IVA de la polenta en Marbella, amparan a los sospechosos de haber causado la desaparición y muerte de Cecilia Strzyzowski y tal vez asesinaron a un fiscal de la Nación? Si quien enfrenta a esas mafias está en minoría parlamentaria, ¿no es su deber usar todos los instrumentos a su alcance, incluyendo la polarización? ¿Qué queremos al final los republicanos: mantener la compostura o hacer de verdad un país mejor?
Puedo elegir creer que esos, además, no serán los únicos méritos de Milei. Que el superávit financiero que consiguió desde enero está demostrando sus efectos en la baja de la inflación. Que la acumulación de reservas del Banco Central, que ya permitió eliminar en parte las restricciones a la importación de insumos –-que en tiempos de Alberto Fernández hacía escasear hasta los guantes descartables en los hospitales– pronto permitirá abrir el cepo, y con esto debería empezar a crecer de nuevo la economía, de modo que el Gobierno podrá aumentar su apoyo popular y hacerles más difícil a los defensores del statu quo frenar las reformas. También puedo elegir creer esto.
O bien puedo creer que la Argentina, en 2023, tiró a la basura su última oportunidad, que era elegir a Patricia Bullrich, una política fogueada que presidiría un gobierno reformista con el apoyo de diez provincias, primeras minorías en el Congreso y cuadros experimentados, tan diferentes de los amateurs que dejaron caer la “Ley de bases” porque ignoraban la diferencia entre pasar a cuarto intermedio y volver a comisión. Que Milei intenta en vano compensar con apoyo de la tribuna su debilidad política; que el pomposamente anunciado Pacto de Mayo será otra foto grupal que no compromete a nada y que no es estrategia sino estupidez o locura injuriar a aliados como Ricardo López Murphy, que defendía las ideas liberales cuando Milei todavía asesoraba a Daniel Scioli, cuyo nombramiento en el gobierno anticasta, dicho sea de paso, sigue pidiendo a gritos una explicación.
Puedo elegir creer que el superávit conseguido a costa de pisar las transferencias a las provincias, la obra pública y las jubilaciones no puede durar; que el apoyo que Milei conserva no tiene chances de sobrevivir a seis meses más de inflación alta combinada con recesión, y que el fracaso de este gobierno, sin importar sus excelentes intenciones en tantos aspectos, puede convertir al liberalismo en mala palabra por otros ochenta años.
Igual que al tribunal de Anatomía de una caída, me faltan pruebas para fundamentar la versión que creo verdadera. No tengo más remedio: llegado este punto, como todos, estoy obligado a elegir.ß