Las dos caras de la pelea bonaerense
Aunque se diga que la dirigente de Pro es una amateur sin capacidad para la lucha política, su 30% de las PASO sugiere que el electorado valoró su trabajo y lo confronta con la pobreza y la corrupción históricas de la provincia
La batalla política más trascendental que se librará el 25 de octubre no será la que oponga a Scioli, Macri y Massa por la presidencia, sino la que tendrá por escenario la provincia de Buenos Aires.
Es que los tres principales candidatos al sillón de Rivadavia tienen diferencias, pero también bastantes características similares. En cambio, la puja por la provincia, que será sin ballottage, enfrentará agonísticamente modelos opuestos, en un choque que tendrá ingredientes políticos, pero también cronológicos, estéticos y éticos.
Los principales contendientes, María Eugenia Vidal, por Cambiemos, y Aníbal Fernández, por el Frente para la Victoria, llegaron a la respectiva candidatura por caminos algo azarosos. Cristina Kirchner prefería para el sillón de La Plata a Florencio Randazzo, pero éste aspiraba a la candidatura presidencial y la orden de bajar al nivel provincial la vivió como una capitis diminutio. Por ello, el ex ministro del Interior y Transporte pegó el portazo. El dedo presidencial, avalado luego en las PASO, apuntó entonces a Aníbal Fernández, un incondicional. María Eugenia Vidal, figura secundaria en las filas dirigenciales de Pro, fue designada por Mauricio Macri como candidata para la provincia hace mucho tiempo, porque esa formación tiene tal carencia de figuras políticas que las pocas que consideraba de peso se reservaron para el feudo propio, la Capital, y para la candidatura a la vicepresidencia de Macri.
Así pues quedaron conformados los contendientes. Un político veterano, experto en los manejos políticos de la provincia, curtido en mil batallas por el poder, surgido del corazón de la demografía peronista, el conurbano bonaerense, frente a una funcionaria capitalina opaca que a lo sumo se distinguía por su prolijidad.
Cuando en 1989 Carlos Menem convocaba a los argentinos bajo el eslogan "¡Síganme, que no los voy a defraudar!", Aníbal Fernández ya rosqueaba en su localidad, Quilmes, cuya intendencia ocuparía dos años después. En ese 1989, María Eugenia Vidal entraba al tercer año del colegio secundario. Luego, siguió los mandatos de toda chica bien educada de Castelar: cada mañana subía a un tren de la línea Sarmiento, cargada con cuadernos y libros, para ir a clases en la UCA. Hay en la diferencia cronológica que separa a Vidal de Fernández un elemento que cuestiona la visión que algunos quieren imponer en las elecciones argentinas de este 2015: una pugna entre el peronismo y el antiperonismo. A la memoria personal de María Eugenia Vidal algunas de las heridas con las que la historia argentina ha marcado a varias generaciones le son ajenas.
Aníbal Fernández carga con muchos anatemas: se dice que cuando era mandamás en Quilmes se escapó de una orden de detención escondido en el baúl de un auto, se dice que estuvo involucrado en el tráfico de efedrina, causante del triple crimen de General Rodríguez. ¿Perjudican ante el electorado estos y otros avatares de su biografía a un político que fue uno de los "barones" del conurbano durante el menemismo y durante el duhaldismo, y se convirtió en figura principal y multiuso durante la larga década K? Esto sería lo lógico, pero sabemos que la Argentina es especial. Y ello conduce a la médula del enfrentamiento Aníbal-María Eugenia.
Para los fervientes K y para una parte de la opinión pública no alineada, la Argentina -y la provincia de Buenos Aires, en especial- sólo puede ser gobernada por el peronismo. Otra opción, sostiene este dilatado prejuicio, nos llevaría al caos. Desde ese punto de vista, que a Aníbal Fernández se lo considere corrupto, involucrado en negocios, experto en mafias y con archivos salpicados por mil tropelías es algo natural en un político veterano. Según esta concepción, el valor más preciado de un político no es que sea impoluto, sino que asegure la gobernabilidad. En cambio, la candidata María Eugenia Vidal sería una Heidi, una amateur de buena voluntad que inevitablemente será fagocitada por los monstruos. El que ha expresado con desparpajo esta postura no ha sido Aníbal Fernández, quien se expresa con desenfado y virulencia irónica pero siempre dentro de un estilo rasputinesco y encorbatado, sino otro político K, que es el álter ego salvaje de Fernández: Alberto Samid: "Macri no dura ni tres minutos", dijo con impudicia en el programa de TV de Maximiliano Montenegro y luego lo amplió en la Rock and Pop: "No dura ni tres minutos. Lo sacan los granaderos". Si esto le auguran a Macri, ¡imaginemos el destino que le pronostican a María Eugenia Vidal!
Pero el tiempo pasa en todos lados. Y el famoso conurbano es también un fragmento artificialmente desgajado de la megaciudad, desde el que se irradian los mensajes y los mitos que forman el imaginario de un país donde ya hay más teléfonos celulares que habitantes. María Eugenia Vidal, al sumergirse en la provincia de Buenos Aires, se "evitizó". Era inevitable. Es que estas hasta ahora algo lánguidas elecciones no plantean, como algunos sostienen, una nueva fase de la antinomia "peronismo/antiperonismo", que poco a poco va entrando en la historia y se convierte en coto de escritores, plásticos, cineastas y, por supuesto, historiadores. Las elecciones de 2014 plantean, sí, la cruda opción entre kirchnerismo y antikirchnerismo.
Por supuesto, estos procesos nunca son lineales. Aún es intensa la presencia de Eva Perón. Si Cristina Kirchner copia desvergonzadamente la oratoria y la gestualidad evitista, en la vertiente castigadora y bélica propia de una Eva Perón que alguna vez fue llamada "la mujer del látigo", María Eugenia Vidal, de manera deliberada o no, ha asumido otra fase de Evita, la de la muchacha solitaria e inerme que no se arredra ante la ciudad hostil. La famosa foto de María Eugenia Vidal durante las inundaciones, chapoteando en el agua con las botas sucias de barro y mirando hacia adelante, me evocó el largo travelling que abre Evita, quien quiera oír que oiga, la película que en 1984 hizo Eduardo Mignogna. En ella, Flavia Palmiero, la Evita joven, bajaba del tren y por el andén de Retiro, con la vista al frente, a la vez frágil y decidida, caminaba hacia su destino.
No sería la primera vez que fuerzas políticas de supuesta identidad peronista son derrotadas en la provincia de Buenos Aires. Graciela Fernández Meijide alguna vez le ganó a Hilda "Chiche" Duhalde. En la provincia hay muchas mujeres que, como María Eugenia Vidal, han tomado y toman todos los días trenes o colectivos atestados para ir a trabajar o a estudiar. Esta imagen podría prevalecer, sobre todo si se la confronta con la pobreza, la decadencia, la corrupción, que no es un concepto moral sino de supervivencia, como lo enseñan los muertos en los accidentes, entraderas, inundaciones y otras desgracias que han jalonado esta década. El sorprendente 30% de los votos que consiguió la candidata de Cambiemos en las PASO anticipa esa posibilidad. El 25 de octubre lo sabremos