Las deudas se saldan con más democracia
El 10 de diciembre de 1983 creíamos que la democracia todo lo podía, que era una suerte de talismán que nos permitiría avanzar hacia un país desarrollado y justo. Han pasado 30 años y es momento de preguntarnos si estas expectativas fueron satisfechas. Un dato insoslayable invita a comenzar celebrando. Desde la sanción de la ley Sáenz Peña, en 1912, que permitió la elección de gobiernos mediante el voto universal, nunca había transcurrido tanto tiempo de normalidad democrática ininterrumpida. Salvo algunos episodios en los primeros años vinculados a los procesos por violaciones de los derechos humanos durante la última dictadura militar, no se registraron intentos de golpes de Estado ni "planteos" de las Fuerzas Armadas, como era habitual antaño. Hubo también un formidable avance en materia de derechos (divorcio vincular, patria potestad compartida, matrimonio igualitario, por mencionar los más relevantes), reforzado por la jerarquización constitucional de tratados internacionales de derechos humanos. Más allá de sus zonas oscuras, la Justicia, un actor secundario y opaco en el pasado, cobró un protagonismo notable, tanto en el reconocimiento de derechos como en el intento de hacer realidad los mandatos constitucionales. Las deudas saltan a la vista. Hemos retrocedido en calidad institucional, en la efectiva vigencia de los principios republicanos, en la lucha contra la corrupción y en nuestra relación con el mundo. Asimismo, la pobreza y la marginalidad son una herida lacerante en un país dotado de tan abundantes recursos naturales. En estas tres décadas el pueblo ha elegido libremente los gobiernos que quiso. Aprendamos de la experiencia. La democracia es inescindible del Estado de Derecho, que asegura no sólo los límites al poder, sino el goce igualitario de los bienes públicos. Renovemos los votos del 83; los defectos de la democracia se curan con más democracia.
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