Las confusiones del Presidente
Va y viene. Otro cambio de planes para el Presidente. Tendrá que haber acuerdo con el Fondo Monetario antes de las elecciones (cuanto antes, más bien) si quiere que el Club de París no declare al país en default. Alberto Fernández se acomodó a esa realidad, dialécticamente al menos, aunque nadie sabe qué sucederá con Cristina Kirchner en la Argentina. Ella quería (¿quiere?) demorar ese acuerdo para que el país no firme compromisos aparentemente impopulares antes de las elecciones inminentes. El Presidente tensó también más de lo necesario la cuerda de la relación con el Papa, quien ya había hecho todo lo que puede hacer el principal líder religioso del mundo para ayudar a solucionar la deuda argentina. Un nuevo problema surgió cuando el propio Gobierno desafilió a la Argentina de las naciones occidentales: colocó en un mismo plano a Israel, una nación democrática, y a Hamas, un grupo terrorista, según fue calificado por las Naciones Unidas, los Estados Unidos, la Unión Europea, Alemania y Japón, entre otros.
Emmanuel Macron, presidente de Francia, fue el encargado de encontrar bellas palabras para decirle al presidente argentino lo que se sabía de antemano: un acuerdo de la Argentina con el Club de París para no pagar a fin de mes 2400 millones de dólares y no entrar en default necesita de un arreglo previo con el Fondo Monetario. O, por lo menos, de una negociación avanzada hacia ese acuerdo. La condición está escrita en los reglamentos básicos del Club de París. No es posible llevarse bien con uno y tener la relación congelada con el otro. ¿No hubo ningún diplomático argentino que le acercara al Presidente esa información antes de que se la dijera el mandatario francés? “Al gobierno de Macron le llega información de las empresas francesas y ellas no saben qué plan está proponiendo la Argentina. No saben si es el plan que explica el ministro Guzmán o el plan de Cristina Kirchner”, deslizó en París un diplomático francés. Es otra contradicción argentina: pide apoyo para un plan del país, pero no muestra el plan. Se ha visto en los últimos días que el programa de Cristina no es el mismo que el de Guzmán. Ni los argentinos saben entonces cuál es el plan económico que finalmente triunfará. Mucho menos los extranjeros.
Tras el encuentro en Roma con la jefa del FMI, Kristalina Georgieva, y después de la advertencia de Macron, Alberto Fernández terminó por aceptar que el acuerdo con ese organismo debería suceder cuanto antes. Es lo que quería Guzmán, que cifraba sus esperanzas (y su futuro) en ese acuerdo más que en la negociación con los privados, que ya ocurrió. Pero ¿aceptará Cristina Kirchner que se anticipen tales negociaciones con el FMI? La postergación del acuerdo con el Fondo fue siempre una herramienta electoral de la vicepresidenta más que una convicción. Sabe que el Fondo bregará por ciertas políticas, que a ella no le gusta que se vean, para resolver los problemas de la macroeconomía. Podría solucionarse si el gobierno argentino llevara a la negociación un plan con algunos rasgos de racionalidad. El Fondo desempolva el suyo cuando ve que sus interlocutores carecen de un programa o lo desafían con provocaciones.
El Presidente debería darle cierto contenido y prolijidad a su plan, si es que tiene uno, en lugar de andar pidiendo tanta ayuda por el mundo. Antes de verse con el Papa, este ya había ayudado a la Argentina. Tuvo hace poco una larga reunión con el ministro de Economía, a quien le reconoce buena fe para encarar los problemas. Luego, la Pontificia Academia de Ciencias Sociales convocó a un seminario del que participaron la secretaria del Tesoro norteamericano, Janet Yellen; John Kerry, exsecretario de Estado de Obama y actual zar de la política de Biden para defender el medio ambiente; la propia Georgieva, y Guzmán. Juntó a todos los que pueden influir o decidir sobre la deuda argentina con el FMI. Que conversen entre ellos. ¿Qué más puede hacer el Papa? ¿O, acaso, a algún argentino se le ocurrió que el Pontífice puede llamar al directorio del Fondo para pedir clemencia para su país? Imposible.
La visita del Presidente al Vaticano no era necesaria. No agregó nada. Alberto Fernández militó entusiastamente, además, para que se sancionara la ley que permite el aborto. Dejemos de lado las posiciones sociales y políticas sobre la interrupción del embarazo. Lo que está claro es que el Papa tiene una posición muy firme contra el aborto. Según su concepción (y la de la Iglesia), la vida humana es la columna central sobre las que se asientan todas las posiciones sociales de la Iglesia, incluida su Doctrina Social. “Si la vida humana puede descartarse, todo lo demás deja de tener sentido”, suele decir el Papa. El aborto en la Argentina fue sancionado el 30 de diciembre pasado, hace poco más de cuatro meses. Demasiado pronto para verlo al Papa, que no está dispuesto a olvidar tan rápidamente que su país despreció una de sus convicciones más profundas. Ese es otro error del Gobierno: creyó que Francisco ya había olvidado lo que hicieron aquí los dirigentes políticos. Todo eso explica los escasos 25 minutos de reunión que le dispensó al presidente argentino y el rostro sin sonrisa del Papa en la foto protocolar.
Los dirigentes políticos no han hecho nada para que comiencen a cicatrizar las heridas en el tejido social y político del país
Los dirigentes argentinos no han hecho nada para que comiencen a cicatrizar las heridas en el tejido social y político del país. Esta es otra idea del Papa, según fuentes vaticanas. Las primeras actitudes y discursos del Presidente parecían ir por buen camino, pero luego descarrilaron hacia la confrontación y la profundización del abismo que divide a la sociedad. ¿Para qué dicen que siguen sus consejos si hacen lo contrario? ¿Por qué desnaturalizan así el pensamiento del jefe de la Iglesia Católica? Tampoco al Pontífice le gusta que el Vaticano vuelva a ser una escala constante de los viajes presidenciales. Nadie olvida que Cristina Kirchner hizo desde Buenos Aires un viaje a Nueva York vía Roma. Su brújula enloqueció o ella buscaba cualquier pretexto para sacarse una foto con el Papa. El precio lo pagó el Pontífice.
Hamas es un grupo terrorista que comenzó hace algunos días la escalada de violencia contra el Estado de Israel. Disparó ya más de 1400 misiles contra territorio israelí. Los ciudadanos de Israel, el único país democrático de Medio Oriente, pasan sus días arrinconados por el miedo y el peligro. Hay muchos argentinos que viven en Israel o estaban allí cuando empezaron las hostilidades. A ninguna sociedad civilizada, como lo es la israelí, le gusta vivir bajo un cielo iluminado por el resplandor de los misiles. Israel se defendió; usó sus propios misiles para neutralizar los ataques terroristas. El gobierno argentino difundió un comunicado criticando la “fuerza desproporcionada” de la reacción israelí. ¿Qué sería una fuerza proporcionada frente a cientos de misiles que Hamas lanza desde hospitales y escuelas de Gaza, donde convierte en escudos humanos a niños, enfermos y familiares? El gobierno de Israel ordenó que se advierta a los civiles de Gaza antes de que sus misiles caigan sobre los edificios donde están. Las viejas intifadas eran con gomeras y piedras. Ahora son con misiles fabricados por Irán, según fuentes del gobierno israelí. La diferencia es enorme.
La sociedad argentina vivió dos atentados contra su importante comunidad judía: uno estalló contra la embajada de Israel, que directamente la voló, y el otro contra la sede de la AMIA, la mutual judía, que también la derrumbó totalmente. En la embajada hubo 29 muertos y 250 heridos. La tragedia fue mucho peor en la AMIA: hubo 85 muertos y 300 heridos. Esa es la historia que el Gobierno no puede desconocer cuando debe discernir entre un Estado democrático y un grupo terrorista.
Dicen que Cristina Kirchner inspiró las palabras del documento argentino, que solo fue acompañado por los países bolivarianos. Es probable. Ella piensa así. ¿De qué sirven los viajes del Presidente si aquí lo esperan siempre la confusión, el desorden y la regresión?