Las cartas de Calfucurá
Las relaciones de poder pueden entenderse claramente si leemos las cartas de aquel tiempo
La leyenda negra de Julio Roca asegura que el Ejército argentino asesinó masivamente a los indios indefensos de Pampa y Patagonia, barriéndolos de sus tierras. La realidad histórica demuestra que las indiadas argentinas y chilenas ejercían el imperium sobre el interior de Buenos Aires, la Pampa, San Luis, Mendoza, Córdoba y la Patagonia con la jefatura del cacique general Juan Calfucurá, que entró a nuestro país en 1833. Su influencia llegaba a los jefes Catriel, Coliqueo, Yanquetruz, Painé, Pichún Guala y demás úlmenes. Las relaciones de poder entre indios y cristianos pueden entenderse claramente si leemos las cartas de aquel tiempo, que se publicaban en diarios como La Prensa, El Orden o El Nacional.
El diario El Orden, de Bahía Blanca, reproduce en sus ediciones del 3 y el 4 de mayo tres cartas del cacique Calfucurá, con fecha 25 de abril, dirigidas por chasques (mensajeros a caballo) para entregar al mayor Manuel Iturra. El cacique reclama seguridad para sus mensajeros y la devolución del indio prisionero Martín con sus dos caballos, uno tordillo y el otro oscuro, capturados recientemente por las tropas. Y hace pedidos de la más diversa índole: "Que regale a esos chasques los objetos que indica, así como a muchos caciques a los que es necesario contentar"; "que con los chasques le mande un guitarrero, que sea bueno para divertirse con los indios, en nombre de la buena paz, que el guitarrero no tenga miedo de ir, porque los indios son buenos"; "que así que se hagan las paces, se deben prohibir las estancias en Sauce Grande, Pillahuincó e Indio Rico, porque los indios ladrones van a robar ganado, y después le echan la culpa a Calfucurá"; otros objetos que pide: ponchos, chiripaes, bayeta, yerba, azúcar, tabaco, espejos para las indias, cohetes, cuatro banderas, cuarenta naipes finos y una música que tenga buenas voces".
El tono implorante de la carta de los militares argentinos indica claramente quién tenía el poder en aquella tierra, al menos durante 1856: Juan Calfucurá
Algunos de los párrafos textuales: "Olvidaré todo y tratemos de arreglarnos, pues los que murieron, murieron. Y ahora vamos a hacer buenas paces para siempre. Yo no tengo padre ni madre ni hermanos que me lloren, y estaba dispuesto a hacerles siempre la guerra, y no dejarlos prosperar, pero me conduelen tantos infelices que no tienen culpa. Padecen y mueren inocentemente, y es por eso que quiero hacer las paces; don Manuel, sabrá usted que estoy esperando como cinco mil indios que había mandado venir yo, y ahora , como vamos a hacer las paces, tengo que hacerlos volver a sus destinos y para medios contentarlos pido a V. me mande dos carretas con géneros… amigo Iturra, no se le haga mucho dos carretas de negocio, yo les voy a dar prendas de plata, mantas y otros regalos. Sobre lo que le pido no haga usted saber al gobierno, pues nosotros podemos muy bien entendernos…"
El redactor de la carta que dictaba Calfucurá era un señor chileno de apellido Valdés, quien asimismo ruega por su parte a los señores Iturra y Susviela que publiquen en los diarios de Bahía Blanca o Buenos Aires un anuncio, diciendo que el señor José Valdés, su hermano, se encuentra con vida y también prisionero en los toldos de Salinas Grandes.
Explica el diario de Bahía Blanca que, al hablar de cinco mil indios, el jefe se refiere a los lanceros que vendrían de Chile a las órdenes de su propio hermano Reuquecurá, que participaba asiduamente de los malones. Alardea, pues, de su poder de convocatoria, con amenaza implícita en caso de una negativa. En cuanto al pedido de que se impidiera el asentamiento de estancias en los ríos que desaguaban en el Atlántico, era imposible, pues esos campos ya estaban en plena labor.
Se produjeron largos parlamentos, con indios y cristianos. Se encargó a los chasques que, una vez entregada la carta de respuesta a Calfucurá, aguardaran 14 días y trajeran de regreso a los cautivos blancos allí existentes. Participaba de la comitiva (nada menos) el hijo del mayor Iturra, que serviría de perfecto rehén, a la primera diferencia. Pero, al mismo tiempo que esto sucedia, el cacique Calfucurá tenía a su propio hijo Manuel Pastor estudiando en el Colegio Catedral al Norte de la ciudad de Buenos Aires, con el maestro Francisco Larguía. Otro rehén, esta vez indio en manos de blancos. Lo cual sugiere que Calfucurá tenía total dominio de la situación, y nada temía.
Esta fue la respuesta:
"Comandancia Militar de Bahía Blanca, abril 29 de 1856.
Al gran cacique Calfucurá:
¡Mi hermano y amigo! Al recibir a tus capitanejos y darles mi mano derecha, te daba mi buen corazón como prueba de que yo, Iturra, mi plana mayor de oficiales, todos los habitantes del Pueblo y mis soldados gustosamente mantendremos la paz que debe haber entre todos, que somos hermanos y de una misma tierra.
Todas tus cartas las mandé por un barco que despaché al gobernador, porque era preciso que él también estuviera muy contento al saber que también deseas ser su hermano y amigo. Tus capitanejos, que mandaste aquí de parlamento, te dirán si yo e Iturra tenemos buen corazón para con tus mujeres, tus caciquillos, tus capitanes y tus indios, te dirán también que estamos muy pobres. Hemos buscado todo lo que podíamos encontrar para mandarles algo a todos.
En tu carta pedís a tu hermano, el mayor Iturra, que mande a su hijo Manuel. El va allá y en esto ves que cuanto Iturra dice y yo digo es de corazón.
Me mandás pedir al prisionero que yo tengo. Te lo mando sin esperar que vos, mi hermano y amigo Calfucurá, me mandes a las pobres cautivas que están llorando sus padres y sus madres. Pero ahora yo te pido, como hermano y amigo, me las mandes para probarme que nuestras manos derechas y nuestros corazones ya están juntos siempre, y sabe mi hermano y amigo Calfucurá que nuestro buen gobernador, don Pastor Obligado, que ya también es tu amigo, llorará de contento cuando vos, mi hermano y amigo, le mandes a las pobres cautivas. Y entonces él dirá: ´Ya no hay en mi tierra quien tenga que llorar´.
Te mando estos cuatro pasaportes para que tus chasques puedan andar con seguridad y que los mandes a negocio, que por todos nosotros serán bien recibidos, y yo e Iturra los cuidaremos como buenos hermanos y amigos.
Adiós mi amigo y hermano. Te saludo a vos, tus mujeres, tus caciquillos, capitanejos y tus indios. Yo, el comandante Iturra, mi plana de oficiales y todos los habitantes del pueblo, asiéndote la mano derecha en prueba de que somos hermanos y amigos.
Manuel Iturra, el sargento Pedro Lescano y los cuatro indios le manifestarán a mi hermano, ya amigo, la sincera amistad que todos te profesamos, y te suplico que me los trates bien, pues nosotros hemos hecho lo mismo con los tuyos.
Juan Susviela, a ruego el mayor Iturra".
El tono implorante de la carta de los militares argentinos indica claramente quién tenía el poder en aquella tierra, al menos durante 1856: Juan Calfucurá. El gran cacique murió 15 años antes de la Conquista del Desierto. Fue sucedido por su hijo Manuel Namuncurá. El beato Cederino Namuncurá era su nieto.
Información: "Viejito Porteño", de Jorge Luis Rojas Lagarde, Elefante Blanco, 2007.
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