Las cápsulas del tiempo, nuevo objeto de culto en Estados Unidos
De los kits especiales de Amazon a propuestas institucionales, todos quieren preservar algo de una época que parece ir demasiado rápido
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Hubo algo de pintoresco y a la vez quirúrgico en la apertura de la caja metálica que había estado escondida tanto tiempo bajo el pedestal de la estatua de Robert E. Lee en la ciudad de Richmond. Ese recipiente de metal lleno de recuerdos o “cápsula del tiempo”, como se las suele llamar, fue redescubierto después de que retiraron la estatua y desmantelaron los soportes de mampostería. Allí estaba, intacta desde 1887, cuando se construyó el pedestal.
Los restauradores que revisaron la caja usaron barbijo para protegerse del coronavirus y guantes azules de látex para manipular el delicado contenido, que incluía libros, folletos y diarios. Los objetos mojados se retiraron uno a uno y fueron trasladados rápidamente para su preservación. Como las cápsulas del tiempo, que tienen una fecha de reapertura establecida, las cajas fundacionales parecen un asunto de otra época, cuando se convocaba a la banda de instrumentos de viento para celebrar los eventos cívicos y los alcaldes pronunciaban discursos pomposos con tufillo a racismo, privilegios de clase y fantasías sobre el supuesto destino de la nación.
El material que en 1887 decidieron legar para la posteridad resultó ser mayormente banal: una Biblia, un almanaque, una chuchería masónica, un par de billetes confederados y una genealogía de la familia Lee. Habrá que ver si tiene algún valor para los historiadores especializados en ese periodo. Lo que reviste mayor interés es el fenómeno en sí mismo y la atracción por las cápsulas del tiempo, que muchas veces se diseñan no tanto para comunicar datos históricos útiles sino para eludir las formas tradicionales o institucionales de registrar e interpretar la historia.
Y el fenómeno es cualquier cosa menos una reliquia pintoresca del pasado. Adrienne Waterman, presidenta de la Sociedad Internacional de Cápsulas del Tiempo (que administra una base de datos pública de las cápsulas del tiempo de todo el mundo), dice que en los últimos dos años su organización registró más cápsulas que en cualquier otro momento desde 1937, cuando se fundó esta pionera agrupación. Waterman dice que el fenómeno sigue siendo “sumamente local” y que probablemente se vio potenciado por la ansiedad que generó la pandemia, así como por la preocupación por preservar la información digital, hoy mayormente en manos de un puñado de redes sociales y empresas de comunicación.
La gente no parece confiar en que las crónicas tradicionales registren la verdad cruda y cotidiana de la historia, como por ejemplo lo que se siente al usar un barbijo quirúrgico durante dos años mientras uno se ocupa de los niños que no están vacunados y a la vez se teletrabaja desde casa. Al mismo tiempo, existe el temor generalizado de que la memoria de los teléfonos celulares o de la nube sea tan efímera como lo fueron los folletines y los cilindros de cera. “Las cápsulas del tiempo siempre desempeñaron un papel en la prevención de la amnesia colectiva, y más ahora con el concepto de agujeros de la memoria”, dice Waterman, refiriéndose a una idea popularizada en 1984, de George Orwell, que hoy se usa para sugerir el borrado tanto político como tecnológico de la historia.
“Las cápsulas del tiempo siempre desempeñaron un papel en la prevención de la amnesia colectiva, y más ahora con el concepto de agujeros de la memoria”
Amazon vende varios kits para que uno mismo pueda hacerse su propia cápsula del tiempo, que incluyen un tubo de acero inoxidable lo bastante grande como para contener CD, DVD y material escrito. La descripción en línea de uno de los modelos más elegantes dice: “Los niños le pueden escribir una nota a su yo del futuro y tal vez hacer algunas predicciones sobre cómo será el mundo y ellos mismos”. Hay una amplia gama de dispositivos en oferta, desde latas de metal de alta tecnología tachonadas con pernos hasta un tubo de plástico “a prueba de olores e inspirado en la NASA”, que más bien parece diseñado para guardar la provisión de marihuana.
La idea de las cápsulas del tiempo siempre respondió a motivos y propósitos diversos. Aparentemente, la frase se creó para uno de los ejemplos históricos más famosos: el sofisticado tubo que la compañía Westinghouse Electric & Manufacturing diseñó y enterró debajo de Flushing Meadows, Nueva York, cuando fue la sede de la Exposición Universal de 1939. La misma empresa sumó otro para conmemorar la Exposición Universal de 1964, ambos destinados a abrirse en 6939.
Si bien hasta entonces no existía la denominación “cápsula del tiempo”, la idea es anterior a la hazaña publicitaria de Westinghouse en 1939. En 1976, el presidente Gerald Ford fue al Salón de las estatuas del Capitolio de Estados Unidos para abrir la Century Safe, una caja de hierro sellada en 1879. Circulaban rumores de que podría contener una versión original de la Campana de la Libertad o una fortuna en oro. Y, al igual que con la caja descubierta debajo de la estatua de Lee, los resultados fueron decepcionantes: se trataba en su mayoría de fotografías y documentos sin mayor relevancia.
Pensamiento mágico
En aquella era de crecimiento industrial y ríspidas discusiones nacionales sobre el dinero y los estándares monetarios, los creadores de una cápsula del tiempo nacional decidieron que su modo de comunicación ideal con el futuro era una caja fuerte bancaria. En 1939, en vísperas de una nueva guerra mundial que la tecnología prometía hacer todavía más letal que la conflagración global anterior, Westinghouse recurrió a la ciencia ficción para crear un recipiente modernista y así hablarle al séptimo milenio.
Sin embargo hay un pensamiento mágico de base que es común a ambos proyectos y a muchas cápsulas del tiempo contemporáneas. Crear una cápsula del tiempo física da a entender que se perdió la fe en todas las “cápsulas del tiempo” mayores y fundamentales para las formas nacionales, institucionales y tradicionales de la memoria. Es probable que crear nuestra cápsula del tiempo personal sea una señal de nuestra falta de fe en el éxito de cualquiera de esos métodos de transmisión de la historia.
A menos, por supuesto, que las cápsulas del tiempo no tengan nada que ver con la historia ni con el futuro, y sean rituales estrictamente arraigados en el presente. Andy Warhol, cuyo arte introdujo hace más de medio siglo las imágenes comerciales y los titulares de los diarios en los museos del mundo, tenía la costumbre de encerrar objetos cotidianos en “cápsulas del tiempo”, cajas de cartón que llenaba de recortes de diarios, postales, juguetitos, historietas, libros y otros recuerdos: cientos de miles de objetos almacenados en más de 600 recipientes. ¿Eso tenía algo que ver con la memoria o el olvido?
Warhol insinuó que el proyecto era terapéutico: “Lo que hay que hacer”, escribió, “es tener una caja para cada mes, poner todo adentro y a fin de mes cerrarla con llave. Después, fecharla y enviarla a Jersey. Habría que tratar de llevar un registro, pero si no se puede y se pierde, está bien, porque es una cosa menos en qué pensar, una carga menos para la mente”.
Y si el motivo no es el olvido, tal vez lo sea la autoadulación. Hace más de un siglo, cuando en un pueblito de Minnesota decidieron construir un monumento en honor a los muertos de la Primera Guerra Mundial, debajo del pedestal enterraron una cápsula del tiempo de cobre herméticamente sellada. Un periódico local especuló que la gente del futuro la podría encontrar tan interesante como los estadounidenses en sus exploraciones “a las antiguas ruinas de Italia, Egipto y Tierra Santa”.
Por supuesto, tenemos poco control sobre cómo vamos a ser recordados, y eso podría explicar por qué la gente llega tan lejos para intentar “darse la mano” con el futuro, tal como lo expresó el creador de la “caja fuerte conmemorativa” del siglo XIX al describir su cápsula del tiempo. La preponderancia de los recuerdos de la Guerra Civil y de Robert E. Lee en la cápsula del tiempo de Richmond indica que no solo se trata de elementos pertinentes a una estatua de Lee, sino al menos un pequeño alegato especial: Recuérdenlo a él, y por extensión a nosotros, como deseamos que sea recordado, no como era ni por las cosas terribles que hicieron él y sus cómplices.
Quizás lo más curioso en torno al interés contemporáneo por hacer cápsulas del tiempo sea la persistencia de esta práctica aun cuando están disminuyendo las posibilidades de que la humanidad sobreviva al calentamiento global, la guerra nuclear o las nuevas pandemias. Pero la tarea misma de armar una cápsula del tiempo es en sí misma paradojal: si la historia está llegando a su fin, mejor que hagamos historia lo más rápido posible.
Quizás lo más curioso en torno al interés contemporáneo por hacer cápsulas del tiempo sea la persistencia de esta práctica aun cuando están disminuyendo las posibilidades de que la humanidad sobreviva al calentamiento global, la guerra nuclear o las nuevas pandemias. Pero la tarea misma de armar una cápsula del tiempo es en sí misma paradojal: si la historia está llegando a su fin, mejor que hagamos historia lo más rápido posible. Las cápsulas del tiempo están llenas de lo que podríamos llamar “reliquias instantáneas”. Lo que sea que coloquemos dentro de ellas se convierte en historia, por lo menos para nosotros, en cuanto las sellamos y las mandamos al futuro, sin importar lo inmediato que sea.
Para algunos es incluso un motivo de esperanza. Una de las cápsulas recientes que registró la Sociedad Internacional de Cápsulas del Tiempo el año pasado pertenece a una clase de sexto grado de la Escuela Primaria Lenox, en los suburbios de Portland, Oregón. La maestra de la clase, Alia Zagyva, ayudó en los preparativos a sus estudiantes, que la habían pasado muy mal con los meses de aprendizaje a distancia, la pandemia y las protestas raciales en todo Estados Unidos. Compraron una de las cápsulas plateadas de Amazon y la llenaron con cartas, recortes de diarios, barbijos decorados —para representar el impacto del coronavirus— y un cartucho USB con videos y entrevistas.
Pasaron meses debatiendo qué incluir. Ese proceso es uno de los rituales esenciales de las cápsulas del tiempo: una selección de significados, sopesar el presente en busca de sus signos y marcadores más resonantes.
Después tuvieron que elegir una fecha para abrirla. Eligieron 2046.
“Sabían que a veces la gente las deja por 50 o 100 años”, dice Zagyva, “pero ellos quisieron hacerlo por 25 años, porque querían estar vivos y ser parte de su reapertura”.
Traducción de Jaime Arrambide