Jenny Dillon, Shauin Kao y Paula Drazul son de las poquísimas mujeres que practican deportes aéreos extremos y participan en competencias internacionales
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Son pocas, poquísimas. Alcanzan los dedos de las manos para enumerar a mujeres argentinas que se atreven a romper tradiciones y se destacan en deportes aéreos extremos, como acrobacia, parapente y vuelo a vela. Que participan a nivel internacional, que compiten frente a hombres y les ganan. Que cargan equipos pesados, que se aguantan los comentarios machistas que todavía imperan, que triunfan representando al país. Que hacen todo a pulmón, con recursos propios.
Jenny Dillon es una de ellas. De chica quería ser piloto de avión, como su papá, una profesión ampliamente en manos masculinas. Hizo varios cursos de piloto, trabajó como tripulante de cabina, hasta que, de casualidad, como suelen suceder estas cosas, descubrió la acrobacia aérea. Fue en un taller aeronáutico en 2003, donde se presentaban diferentes especialidades, en Tandil. Una era la acrobacia y decidió probar en planeador (aviones sin motor) que tampoco había volado nunca. Una actividad en la que se dan mil vueltas en el aire y que causa asombro, miedo y admiración, pero nunca indiferencia, entre los que miran de abajo.
“No podía creer todo lo que se podía hacer en un planeador, la velocidad que alcanzaba. Fue ahí cuando decidí hacer la carrera de acrobacia. Fui copiloto durante muchos años en un vuelo en la playa que hacía publicidad y luego estudié en Estados Unidos, porque acá en la Argentina no hay escuelas para formarse”, cuenta desde La Plata, donde nació hace 40 años y donde vive.
En 2011 realizó su primera instrucción formal en Alabama; luego en Texas durante 2014 y 2015 y en Florida, en 2017, todos en los Estados Unidos. Así la acrobacia de competición, donde se deben realizar figuras, compuestas por roles, circunferencias y ángulos específicos para ser evaluadas por un jurado, se convirtió en uno de los leitmotiv de su vida.
Ahora es la primera mujer argentina que compite en acrobacia en planeador, y la primera y única por ahora, en sacar la licencia deportiva para acrobacia, emitida por la Federación Aeronáutica Internacional. Hombres participan cerca de 20. En 2019 se convirtió en la primera argentina en competir a nivel internacional en el National Aerobatic Championship (Austria), donde obtuvo el segundo puesto en la categoría Sport Glider. Hasta se dio el lujo de llegar volando a su propia fiesta de casamiento, con el vestido blanco, que fue en el Aeroclub de La Plata e impresionó a los invitados con sus piruetas. Su marido Marcos, también piloto, aterrizó a su lado.
Su ascendente carrera parece no tener techo: en las competencias nacionales, en los últimos años obtuvo el primer puesto en su categoría, que es la Sport y también en las generales.
“Cuando ganás una competencia y superás a 19 hombres no les copa mucho. Yo entendí que es problema de ellos, que a la sociedad le falta incorporar genuinamente la aceptación de la mujer. Le gané también a mi marido y siempre hubo comentarios que me dejó ganar, pero nada más alejado de la vida real porque es recompetitivo, no se deja ganar ni a piedra, papel y tijera. Es un mundo de hombres, donde hay egos más grandes que el Everest”.
A pesar de su destreza y los podios en su haber, Jenny asegura que no le interesa la competición para ganarle a otros: “Me gusta el desafío de superarse a uno mismo, de ganar experiencia, lo que se aprende compartiendo con otros pilotos”. Entre sus proyectos cercanos planea participar en el Nacional de Brasil, que se realiza el mes próximo. “Es un deporte muy costoso, la única manera de entrenar es volando, necesitamos sponsors para tener algo de ayuda”, reclama.
El de la acrobacia aérea, deporte extremo si los hay, es un espacio dominado históricamente por los hombres. Jenny forma parte activa de la Asociación de Mujeres en Aviación Argentina y lucha para que se incorporen mujeres al mundo de la aviación, aunque reconoce varios obstáculos a derribar. La primera razón que detecta es que las mujeres no llegan a ser pilotas deportivas por falta de información, porque no saben que pueden y a las que empiezan les cuesta mantenerse activas, a veces por cuestiones económicas, pero también culturales y por poco apoyo familiar.
“Desde la asociación difundimos y visibilizamos que hay muchas actividades dentro de la aviación a las que se pueden sumar mujeres, que no todo es el piloto y la azafata; hay meteorólogos, despachantes de aeronaves, controladores aéreos, un montón de actividades. Muchas chicas todavía necesitan un referente aéreo, por eso organicé varios talleres para difundir puntualmente los deportes aéreos con mujeres referentes de cada actividad. Hay muchas chicas que me escriben, que quieren probar”.
Además, Jenny tiene una escuela aeronáutica junto con su familia, fue 14 años voluntaria en Casa Cuna y ahora es familia de abrigo y cuida a un bebe de pocas semanas de vida a su cargo. Por su desempeño como acróbata y su trabajo social, fue distinguida hace un mes como personalidad destacada de La Plata por el Concejo Deliberante.
Volar como un pájaro
Siempre le gustaron los deportes extremos, fuera de lo común para una chica. En un viaje a Estados Unidos para estudiar inglés cuando tenía 16 años y a escondidas de su familia, con los ahorros que tenía, hizo un curso de paracaidismo, actividad con la que no pudo seguir en el país. Luego corrió carreras de enduro, hasta que a los 18 años descubrió el parapente, deporte que abrazó y donde es referente e inspiración. Es de las poquísimas mujeres que compiten en la Argentina y la única que representan al país en el exterior. Fue campeona del torneo nacional de Brasil durante 10 años consecutivos; campeona en Chile, tres veces en Ecuador y seis en Colombia. Y también fue campeona panamericana en 2020.
Shauin Kao es definitivamente una mujer poco convencional. Nació en Taiwán, a los 4 años se radicó con su familia en Tucumán, donde vive actualmente. Cuando habla es pura energía, la misma que seguramente necesita para montarse las alas y salir a volar.
“Un amigo me comentó que acá en Tucumán se podía hacer parapente. A mi papá, que era el que me apoyaba en estas locuras, le llevó todo un día convencer a mi mamá para que me deje probar. Finalmente aceptó, me regaló un equipo usado y empecé con el curso”, cuenta.
Su objetivo era aprender, pero poco a poco empezó a competir, como una manera también de poder viajar. En las competencias está todo organizado: la subida, el rescate, la seguridad, el tercer tiempo con otros competidores y la posibilidad de volar por lugares por donde no se iría solo.
“Es muy difícil de explicar lo que sentís cuando salís a volar, la libertad, la emoción, las cosquillas en la panza, la adrenalina, el miedo. Siempre se siente miedo, el día que no tenga más miedo va a ser el momento que tenga que dejar de volar, porque subestimás la actividad y te sobrestimás y no hay que olvidarse que estás jugando con la naturaleza”.
Pasó por varias situaciones riesgosas, como quedarse colgada a 36 metros arriba de un árbol, pero asegura que la sacó barata en todas, por buena suerte y también por pericia. Hasta voló hasta los cinco meses de gestación, durante sus embarazos. “Mi papá todavía me dice que me cuide que no haga locuras. Alguna vez me dijo que tengo dos hijas, que es hora que deje de volar, pero ya no lo hace más, entiende que es algo que lo llevás adentro. Pienso volar hasta los 100 años”, dice hoy a los 42.
En el país hay cerca de 80 mujeres parapentistas, pero ninguna compite; solo Shauin: “Es muy difícil para la mujer salir a competir. Todavía acá en la Argentina no les gusta a los hombres que venga una mujer y les gane, porque no hay categoría femenina, compito con hombres. Incluso una vez le gané a Adrián, mi marido, que es un parapentista experimentado, campeón nacional”, recuerda orgullosa. También aclara, para sumarle más valor a sus logros, que la mayoría de los varones corre con ventajas, porque pueden volar velas más grandes por su mayor peso corporal, que da mejor performance.
Shauin se está preparando para un torneo en Brasil durante agosto, aunque reconoce que es difícil: “Cuesta mucho porque este deporte no tiene apoyo de ningún tipo, aunque salgo a representar al país. Soy la persona que menos gasta dinero, ni en ropa, ni en joyas, ni nada. Mis gastos son mi equipo y los costos de los viajes”, asegura sobre su pasión, aunque se gana la vida en desarrollos inmobiliarios.
A la búsqueda de térmicas
Para Paula Drazul el vuelo en planeador fue amor a primera vista. Aunque siempre había soñado ser piloto de avión comercial, no tuvo la posibilidad por una cuestión económica y priorizó sus estudios de ingeniería. Había quedado su sueño en el tintero, sabía que un día lo iba a lograr. “Quería ser piloto aunque sea para mí”, cuenta desde Plottier, ciudad neuquina próxima a la capital, donde vive.
Hasta que un día, cuando tenía 28 años, un tío la invitó a volar en planeador: “Me quedé enamorada. Descubrí que era eso lo que quería, volar por deporte. A la semana siguiente arranqué con el curso, me propuse volar en competencia y trabajé fuerte para lograrlo, para tener mi máquina y desde ese entonces nunca paré. Renuncié a la empresa petrolera en la que trabajaba y abrí un negocio de lencería para poder tener más libertad. Primero fui a un nacional y después el objetivo era ir a un Mundial, representar a la Argentina. Fui cumplimiento sueño a sueño”.
Su actividad, el vuelo a vela, es un deporte en planeador de alas largas, y la competencia es de velocidad y de estrategia, para elegir las mejores térmicas, que son las corrientes aéreas que permiten ganar altura. Dependen de las condiciones meteorológicas.
“La sensación de volar es única, estás solo con tu máquina, tus capacidades y la naturaleza. Cada vuelo es completamente diferente. Te bajás asombrado de los kilómetros que hiciste sin tener una gota de nafta. Siempre bajo asombrada de lo que hice”, cuenta.
“En la Argentina, solo el uno por ciento de los pilotos de esta actividad es mujer. La gente mayor todavía es más reticente a que ingrese una mujer, hasta a veces me han hecho sentir como afuera del tema. Hasta me han dicho que la capacidad de respuesta de la mujer es menor a la del hombre o que si estoy indispuesta no vuele. Son todas mentiras.” También recuerda que un hombre no quiso tomar clases con ella y esperó a otro instructor hombre.
“Siempre digo que hay un machismo negativo y otro positivo, que es cuando por ejemplo estás empujando el planeador y vienen 14 hombres a ayudarte, a veces te ayudan de más por ser mujer. Se dan las dos cosas. También hay que pasar la barrera de la maternidad: el deber de estar con el hijo y el sentirse irresponsable por salir a volar hace que la mayoría de las mujeres abandone”. Ella lo vivió en carne propia, sintió esa presión social de su entorno para dejar. Cuando nació Ciro, que ahora tiene 8 años, fue difícil. Pero el nene está feliz con salir a volar con la madre y hasta la acompaña a los campeonatos.
“Yo siempre tuve el apoyo de todos los de mi club, soy consiente que es una actividad de riesgo, aunque pienso seguir porque es mi pasión, es lo que me mueve. Trabajo para estar en las competencias, salgo a pedir fondos, alguna ayuda.”
Compite en dos nacionales por año y en el mundial, cada dos. Este año se prepara para ir a Londres al Mundial femenino, en agosto. “En septiembre son los Panamericanos. Yo tuve que optar, porque los dos no podía costear y voy a participar solo del Mundial. Hay otros equipos del exterior a los que les pagan por competir, que está profesionalizada la actividad, como Alemania, Inglaterra”, explica. Ella es la única que irá representando a la Argentina.
A pesar de las dificultades y de ser actividades poco difundidas, las mujeres seguirán levantando vuelo.